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Los cuentos que Diem Carpé cuenta: Cuarto Amor

Desde las ventanillas del auto, vio como las puertas del establecimiento se alejaban. Aquel lunes de febrero corría por la hora 14, pero su corazón se había detenido hacia varias horas atrás. Había experimentado cosas que nunca antes había experimentado. Estaba exaltado como nunca antes, se sentía volar de forma dócil y permanente. Era él, pero no era el mismo. Mientras el auto que lo llevaba se alejaba cada vez más, su seguridad crecía. Definitivamente era algo nuevo, pero algo hermoso al fin. Hizo una catarsis rápida de sus días pasados; atrás quedaban las tardes de ocio y las noches en vilo. Este lunes de febrero era la alarma que le anunciaba el comenzar de una nueva etapa, y vaya que la etapa había empezado totalmente sorpresiva.

Llegó a sus aposentos y se bajó del auto con rapidez. Corrió por los pasillos de su hogar y sin dudarlo muchas veces, guió su rumbo a la biblioteca de la casa. Hurgó entre libros que pensó que jamás iba a leer, libros que alguna vez fueron de su madre, de su padre e incluso de su abuelo. Meticuloso como un ladrón de arte, se fijó que nadie lo viera sacar aquellos escritos. Esperó que todos estuviesen distraídos, y con mucho esfuerzo, descolgó dos pesadas obras. Las caratulas de ambas rezaban lo mismo: “Poesías”.

Con mucha cautela, se escondió en su habitación. La decisión estaba tomada: Escribir una carta donde  las palabras del corazón, se entrelacen con las letras de aquellas almas que supieron garabatear sentimientos. La misión era sencilla: crear la mejor carta de amor jamás escrita. Primero trazó, con mucha esperanza y poca destreza, las palabras que su corazón le dictaban. Se cansó de llenar borradores, pero nada le agradaba. Entonces tuvo una gran idea: recordar la mañana de esa tarde, volver el reloj al principio del lunes aquel e inspirarse con delicadeza.

La mañana del lunes lo encontró a medio dormir, pues era el comienzo de actividades en la institución, y él no estaba preparado del todo para afrontar una nueva etapa. Se sentó en su escritorio, como tantos años, esperando absolutamente nada nuevo. Pero lo nuevo aparece cuando menos lo esperamos. Detrás de las mismas caras de siempre, entró Florencia.

Florencia era nueva en la institución. Pero eso es lo que menos importaba de sus características. Florencia irradiaba esa luz que sólo los ángeles deben emanar. Él quedo impactado por tal angelical figura. Tal vez Florencia solamente era una chica normal, pero para él, ella era la respuesta a todas sus preguntas.

Las horas pasaban para todos, menos para él. Se estaba enamorando, lo sabía y le encantaba. No le importaba que sus compañeros lo miraran raro. Cuando tenía cerca a Florencia, él flotaba y todo lo demás, se desvanecía.

La mañana de ese lunes llegaba a su fin, y la institución despedía hasta mañana a todos sus concurrentes. Él se sentía morir, no quería desprenderse ni un momento de ella. Entones cuando se subió al auto que lo llevaba a su casa, se rindió y decidió declararse incondicionalmente en la mañana del martes. Florencia sería sólo para él, y haría todo lo necesario para lograr que así fuese. Todo. Empezando por crear la mejor carta de amor jamás escrita.

Sin darse cuenta, mientras recordaba la mañana, ya había escrito dos hojas a corazón abierto. Se sintió satisfecho con la primera parte. Ahora debería encontrar algún poema que complementara aquella perfecta epístola. Tardó horas, más de las que imaginaba. Pero finalmente dio con lo que buscaba. Lo copió en puño y letra. Firmó la carta, la guardó en un sobre y se fue a dormir. Esa noche soñó con despertar en la utopía de un martes rebalsado de amor.

El despertador marcó las siete de la mañana. Se levanto rápido. Se puso el guardapolvo y bajó a desayunar con sus padres. Su madre le preguntó si se sentía bien, pues su cara mostraba algo de pánico.

-Si mamá, estoy bien. ¿Podemos ir ya a la escuela?- respondió.

El auto de sus padres lo dejó en el establecimiento: la escuela primaria de su barrio. Se bajó presuroso; saludo a sus compañeros, quienes todavía mostraban caras largas por ser el segundo día de clase; y se aventuró a su escritorio, más bien, su pupitre. El reloj casi marcaba las ocho y media, la campana debería ordenar pronto que todos entrasen a sus clases. Esperaba con ansias la entrada de Florencia al grado; el 4º B del turno mañana.

La campana sonó. Entraron todos los niños entre risas y correteadas; entraron los rezagados; entró la maestra. Pero Florencia no entró.

Se sintió morir.

La esperó con excusas que su mente inventaba todo el tiempo: “estará enferma” “llegará más tarde” “se habrá quedado dormida”. Pero el reloj marcó las 14 horas del día martes, y Florencia no llegó…

Salió del establecimiento cabizbajo, con el corazón sangrando penas en una mano, y con una carta destilando amores en la otra. Llegó hasta el auto de sus padres, el auto que lo llevaría a casa. Y cuando estaba por subirse, no pudo evitar escuchar una conversación que su madre tenía con su maestra:

-Así que, señorita, ¿Este año son más chicos que el año pasado?-

-Si tengo treinta y tres chicos…no perdón, treinta y dos. Una chica nueva…Florencia, no va a venir más al establecimiento. Sus padres se mudaron justo ayer y llamaron para avisar que la cambiaban de escuela-

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