/De Cuello Roto

De Cuello Roto

– ¿Cómo conociste a la abuela?

– Cuando dos planetas están en rumbo de colisión nada puede detener el impacto -respondí recordando aquel instante –

Ese sería un final feliz alternativo de la historia que les voy a contar, la que lamentablemente no es feliz y la que afortunadamente todavía no tiene final, porque para quien ama de verdad no cabe la posibilidad de darse por vencido y porque al llegar a cierto punto, da lo mismo un corazón herido que uno roto.

Él, amante de las cosas simples, melómano, romántico empedernido, emocional, un barril de pólvora, con demonios que no podía contener y que ella sabía calmar.

Ella, compleja, melómana, enigmática, una loca linda, era “un rompecabezas disfrazado de princesa” con demonios que él sabía entender, era la llama con la que él no debía jugar.

Siempre lo supo, desde el primer momento que vio esa nariz de payaso con la que se mostraba al mundo, en realidad, hoy desde lejos puedo contarles que siempre lo sospechó.

Presentía que la había encontrado cuando empezaron las confesiones, cuando empezaron a desnudarse en letras, en palabras, no pudo evitar sentirse más atraído cuando le confió sus miedos y supo que él podría calmar esa tormenta o cuando él le contó sus pesadillas y ella lo acurrucaba a la distancia.

Los sentimientos empezaron a aflorar, era inevitable que eso pasara después de conocerse tal cual eran, sin necesidad de dibujar lo que no eran. Entendieron desde un principio, como un requisito tácito que esta vez debía ser de esa manera. Se desnudaron el alma, mostraron sus más ocultos recovecos y se aceptaron así, con sus cicatrices de otra vida, con el corazón emparchado y cagado de miedo.

Mucha música, poesía, deseos e incertidumbres pasaron antes de que tuvieran la posibilidad de verse, de tocarse, de llegar hasta ese tan anhelado abrazo que los separó del mundo, ese instante infinito, el nirvana. Él pudo sentir como sus latidos se sincronizaban, su piel… era ella. En ese momento interminable por fin las sospechas se desvanecieron y llegaron las certezas, era ella a quien siempre había buscado, entendió que la química no era solo una materia obsoleta de la secundaria, la química existía y estaba fusionándolos a los dos.

Él era osado, no le avergonzaba ni se guardaba ningún “te amo” ella era más precavida, aunque se lo hacía ver, tenía miedo de volver a salir lastimada, detalles que a él le causaban mucha ternura… Otra vez los demonios…

Pero en la ruleta rusa emocional alguien siempre está destinado a salir fusilado. Ella no quiso soportar más tantas culpas y prefirió quedarse con lo que pudo ser y no arriesgarse a vivir el cielo que él le dibujaba todos los días. “No tuvieron los huevos para quererse como se quiere,
cuando se quiere tanto que te hace doler…” Decidió volver a la realidad y devolverlo a la vida que pensó le pertenecía, la vida que él había elegido casi sin querer, pero la que había elegido definitivamente antes de saber que ella existía.

“No importa cuánto tarde, no voy a ir a ningún lado, no tengo donde ir, sos el lugar donde quiero estar” fue lo último que recibió de él.

“Se hacen lungas las tardes sin tu voz” y encontrarla en cada verso un calvario.

No esperen un final. ¡Se los adelanté! No hay final para quien ama de verdad y no hay valientes con el corazón intacto.

Escrito por Pepe Lui para la sección:

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