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De libélulas y veranos pasados

Sentado en el suelo de una habitación, esperando algo  que te lleve a ningún lado y a todas partes. Estas con el corazón en la mano y el fulgor a flor de piel. Lo ocultas, pero estas tratando de sentir lo que sentiste alguna vez. Antes sentías tanto.

Supiste atrapar las más hermosas hadas en burbujas de cristal, pero hoy por hoy te cuestionas que esa prisión, quizá no era del todo fuerte y que esas hadas escaparon y están haciendo de las suyas por esas lejanas tierras. Esas tierras que alguna vez fueron tan cercanas.

Apareciste de la nada y de repente, con una ideología fuerte y cargada de argumentos, te devoraste al mundo en un segundo. Mi mundo.

Corriste rápido y destruiste el vidrio de las incredulidades. Hiciste posible un sueño.

Eso eras vos, el que está ahí; esperando escapar hacia ningún lugar. “Es demasiado” decís con una dejo en la voz, el ambiente denota tu malestar y la hipocresía que tus ojos expide es suficiente hasta como para seguir con tu mentira.

Mentirse a uno mismo: el último recurso del perdedor y el plan de escape de los triunfadores.

Te levantas y te marchas hasta la puerta, y en un instante recordás que solo sos el reflejo en una pupila, sos una fotografía amarilla en el fondo de un baúl.

Pero…

Cuantas veces fuiste vos quien puso el dedo en el bajo de sus ojos y detuvo una de sus lágrimas. Como así también muchas veces fuiste vos, que con colores de ocurrencias, pintaste una sonrisa fulgurosa en sus labios. Solo porque si, solo por ver sonreír.

Cerras la puerta y te marchas pensando que es todo. Pero nunca es así. Durante toda tu vida vas a recordar esos fragmentos que marcaron un detalle en el fondo de tu alma.

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