/Del otro lado del umbral

Del otro lado del umbral

Umbral 2Noelia corrió un poco la cortina y lo vio bajar de un auto. Cerró la cortina y se quedó pensando. Al ratito sonó el timbre. ¿Qué querría? Esperó. ¿Y ese auto…? Se acercó a la puerta y la abrió.
—Hola, Noe.
—Hola, Martín.

Se hizo un silencio que, aunque fue muy breve, en la relación que tenían más lo ríspido de la relación de los últimos días, fue insoportable.
—¿Querés pasar? —dijo Noelia sin ganas para terminar con los gritos de ese silencio.
—No, no… Gracias.

Otra vez el silencio, pero Noelia sabía que esa visita era algo diferente, algo muy diferente a todo en la vida de Martín.
—¿Y ese auto?
—Me lo compré, Noe.
—¿Vos? ¡Bien! Veo que decidiste empezar a hacer algo por vos mismo.
—Sí, decidí empezar a construirme una vida.
—Qué lindo escucharte hablar así, Martín.

Martín la miró a los ojos mientras ella decía eso, y Noelia pudo ver como absorbía cada palabra, cada gesto de su cara, y cómo se nutrían sus células de una imparable y casi imperceptible sonrisa.
—Gracias, Noe.

Otra vez ese silencio que les recordaba a los dos que su relación no tenía más opciones. Noelia sintió que lo quería tanto… mucho, mucho, casi tanto como él a ella. Pero no hizo nada por sembrar de palabras el desierto de sonidos que transformaba en un canal correntoso y ancho al oxidado umbral de la puerta.
—Venía a contarte que me voy, Noe.
—¿Qué te vas a dónde?
—Me voy de Mendoza.
—¿Te vas de…? ¿A dónde?
—A San Luis.
—¿Te cambiaste de trabajo?
—Sí. Bah, no. Dejé el trabajo y armé un circuito de venta de insumos para ferreterías. Es un comienzo, después pienso ampliarme con…

Martín bajó la mirada, la boca había quedado entreabierta, se le había secado la voz para aquella conversación tan estéril. Volvió a levantar la mirada.
—¿Querés venir, Noe?
—¿A dónde?
—¿Querés venir conmigo?

Estuvo por hablar, por decir cosas, por hacer preguntas estúpidas para ganar tiempo, para tener razón, pero Martín ya no estaba con ella, estaba del otro lado del umbral, y del otro lado del umbral no se tienen razones. Hay o no hay, y punto. Y viéndolo a Martín tan lejos, ventilada su piel por las brisas de las rutas, con su pelo lleno del polen de nuevos árboles, de nuevos senderos, con nuevas camisas ahora para ella desconocidas, con nuevos chistes buenos y malos, conversaciones distintas, nuevas aventuras, nuevos desafíos… Supo que aunque aún estaba frente a su puerta, ya se había ido hacía años. El tiempo transcurrido se comprimía en ese silencio tan denso entre ellos que fueron tan juntos, tan ardientes, que se exploraron tanto, que se desearon de un modo tan intenso, tan libre, que se perdieron en caminos de tierra hablando de sus sueños, del futuro, de ese futuro que ahora un nuevo Martín le proponía detrás del umbral de su puerta.

Sin embargo esos años que los separaban eran, en realidad tres semanas. Veintitrés días para ser más precisos, y entre ellos había mil kilómetros de distancia. Ella tendría que explicarle que en esas tres semanas ya había salido dos veces, que había alguien, sin importancia, pero había uno con el que chateaba… Pero se imaginaba su nuevo mundo y no era ni siquiera habitable comparado con el que Martín había desarrollado en tres semanas. Martín en ese tiempo había conquistado todos sus sueños, todas las estrellas a las que bautizaron desnudos en el pasto aquel verano que acamparon camino a Villavicencio. Martín, el quedado, el que nunca dejaría el trabajo en el restaurante del padre… ¡Sintió tanta vergüenza! Sentía vergüenza porque ella que lo había instigado a liberarse, a vivir la vida, estaba más encadenada de lo que toleraba en otros. Y sabía que a Martín eso no le importaba, que se la llevaría igual, aunque ella no lo mereciese, aunque ella viviese muerta de miedo fingiendo ser la valiente, aunque ella se agarrase de un mundo chiquitito de chateos y charlas de teléfono atorada en la silla de la computadora de su casa… Martín le pedía de irse con él a vivir una vida de verdad.

Puso su cara más sensata, su mejor cara de saberlo todo, la más linda…
—No, Martín. Nosotros ya somos dos personas diferentes…
Y su corazón empezó a latir con fuerza. Y rogó, rogó con desesperación que Martín le insista para decirle que sí, para irse con él sin tener que justificar toda su tibieza, toda su cobardía, toda la mierda que era. Y vio la tristeza en la cara de Martín, vio toda esa tristeza y supo que le insistiría. Y se relajó, y su corazón ya no latió con tanta fuerza. Y se sintió la dueña de esas nuevas rutas, de ese nuevo auto, de aquellos nuevos caminos… Y sintió que el umbral entre los dos desapareció.
—Noe, por favor, vení conmigo.
Noelia se dio cuenta de que nada había cambiado salvo que Martín se había animado a dar el paso de hacer algo por él. Ese amor enorme que sintió cuando lo vio llegar se volvió a transformar en la misma ternura de antes, de cuando estaban juntos. Y pensó que era mejor así, que era mejor que ella siga siendo la mujer segura en la pareja. De hecho, en San Luis debía tomar muchas decisiones. Por lo pronto esa misma noche iba a terminar la relación con el chico que guardaba en el chat.
—No sé, Martín. Aparecés un día, así, de repente con que cambiaste tu vida, con que decidiste dar el paso… ¿Cómo sé que cambiaste? ¿Cómo sé que no vamos a San Luis y no vas a ser el mismo de antes…? Dejame pensarlo, necesito pensarlo.

Fue inmediato. Apenas dijo la última palabra vio su cara y no lo reconoció. Martín ya no dudaba. Ya no se enredaba en las discusiones, ya no intentaba demostrar quién quería ser discutiendo sobre él y sobre las acusaciones de ella. Apenas terminó de hablar Martín ya no estaba, ya se había ido. Sus ojos se habían vaciado, incluso parecía amar a otra mujer, había una pasión sólida en ese hombre. Y sintió una angustia tan grande que sus ojos se empañaron. Martín no cambió en ningún momento su expresión.
—No llores, perdóname. No te molesto más.
—¡Pará! ¡Esperá, Martín…!
—¿Qué?
Pero si le decía que se arrepentía, que sí quería irse con él, ¡que lo admiraba tanto! que sentía vergüenza de ella misma, que estaba confundida, que tenía miedo de que… no. No se atrevía a mostrarse tanto. ¿Y si no había cambiado…? Y entonces recordó todas aquellas frases que había leído en la computadora. Y se consoló con que si era su amor, volvería. Que el amor es inevitable. Se envalentonó con que si lo amaba debía dejarlo ir, que él se llevaría la semilla de su amor y volvería más adelante con los frutos, que ella era una princesa, que las mujeres son princesas y que lo merecen todo…
—Nada…
…que todos tenemos reservado algo lindo en la vida, y que hay que esperarlo. Que vivamos el presente, que el mañana no existe y el pasado ya pasó, y que…
—Gracias por haberme dado el tiempo que estuvimos juntos, Noelia…
…todo pasa por algo, y que el universo conspira para ello…
—…adiós.
…y que las energías positivas se atraen, que hay almas gemelas que aunque se separen están condenadas a volver siempre… Y después de ver el auto de Martín alejarse por la calle cerró la puerta, corrió rápido la cortina, se hizo un café y volvió a la computadora. El chico del chat había escrito algo. Abrió el cuadro de texto y tomando su café, contestó. Afuera la noche negra de Mendoza se tajeaba de amarillo con las luces de los autos y las farolas de las calles. Y por encima de la noche, más arriba, el universo comenzó una lenta y compleja conspiración…

…pensó Noelia.

 

 Umbral 7

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