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Depredadora

Sin música la vida sería un error.
Friedrich Nietzsche

La música suena -“Helter Skelter” de The Beatles- y aplasta a un insecto, el caparazón de este cruje bajo el peso de negras, blancas, corcheas y demás.

El insecto es sordo, sin remedio y con énfasis. Su alma hipoacúsica aún se pregunta que pasó en ese segundo electrizante en dónde todo perdió la tangibilidad.

La música sigue sonando y se pega a las paredes como estrellas a la pared de la noche.

Termina de devorar el cadáver del insecto. Avanza mordiendo lo que se encuentra en su camino y se dirige hacia una maceta con un helecho. Éste la mira aterrorizado acercarse a él arrastrándose por el piso cómo una alimaña succionadora de sangre y líquidos vitales. Pronto el helecho queda exámine en el piso con las raíces fuera de la tierra.

Un ananá, imán de la heladera que sostiene el número de teléfono de un delivery, sabe que es la próxima víctima; intenta arrastrarse hacía la cúspide del electrodoméstico pero no llega. Queda despanzurrado tirando magnetismo por sus heridas.

Un sifón de soda, el reproductor de DVD, las flores verdes de las cortinas amarillas, el cargador del celular y un libro (Los ojos azules pelo negro de Marguerite Duras) corren la misma suerte. Fenecen quedando con los ojos abiertos y el pulso laxo.

La música se termina y el mundo respira aliviado. La depredadora cierra los párpados y se duerme plácidamente dentro de los parlantes.

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