/Desorden

Desorden

–Hemos quedado en reordenar tu habitación, te recuerdo.

–A disgusto.

–No sé, pero hicimos un trato.

–Sigo sin entender ese trato. Vamos a ordenar lo que va a desordenarse rápidamente. Qué obtendría yo…

–Muchas cosas, Tino. Por empezar te encontrarías con un montón de objetos que tenés olvidados por no verlos a diario.

–Cuando los quiero ver los busco.

–De eso estoy seguro, pero nunca se reencuentran. Cuando ordenás te sorprendés.

–El orden no siempre te hace ver lo que estás buscando. Con algunos, creo que empezaríamos a ignorarnos si nos viéramos a diario.

–O a entenderse mejor.

–Lo peor de ordenar es empezar. Es inevitable tener que aceptar que las cosas no están del todo bien así como están.

–¿Eso te disgusta, no?

–Claramente. Sobre todo porque están muy bien así.

–¿Y si pensaras que las cosas ordenadas podrían estar mejor? En vez de pensar que no están bien, digo.

–Los niños no podemos disfrazar las cosas, tan fácilmente, como hacen los adultos, Omar.

–En eso te doy la razón.

Con el talón de los zapatos, Tino golpeaba, sentado en la cama, una de las maderas laterales, sin quitar la vista del suelo.

–¿Por dónde empezamos, Omar?

–Yo empezaría por las cosas más grandes. Esa pelota, aquel oso gigante, el triciclo, la guitarra. Subamos eso a la cama.

–Las cosas grandes son más fáciles de encontrar, aunque a veces son las más difíciles de acomodar.

–Así es; algo similar sucede con los problemas.

–¿Y esa caja para qué es?

–Acá vamos a acomodar todas las pequeñas cositas. Una vez que hayamos ordenado lo grueso, vamos a irlas ubicando con cuidado. Son detalles: armas de algún muñeco, cartas, rompecabezas…

–¿Este autito?

–También. Todo aquello que necesita esperar a que se resuelvan otras cosas, para poder tener la atención principal, va a ir en esta cajita.

–Hay que tener demasiada paciencia para eso, Omar. No sé si pueda.

–Nadie sabe hasta que prueba.

–Tenemos un problema. La máquina de coser no entra en la cajita.

–¿Qué máqui…? ¿Cómo llegó esa máquina a tu habitación?

–No lo sé, un día apareció acá.

–Esa máquina no tiene nada que hacer acá.

–A mi no me molesta.

–Pero este no es su lugar. Cuando las cosas están donde no corresponde, tarde o temprano terminan quitándoles el lugar a otras que sí deberían estar ahí.

–¿Aunque nos quede espacio cuando terminemos?

–Si eso sucede, estará reservado para cosas que siempre nos están por llegar, Tino.

–Uno tienen que despedirse de demasiadas cosas cuando ordena, eso tampoco me gusta.

–Creo que no le gusta a nadie, Tino. Pero una máquina de coser, probablemente sea más útil en otro lado que en tu habitación.

–¿Por ejemplo?

–En la lavandería, quizás. Junto al planchador, el lavarropas, las herramientas…

–Habría que ver que piensa la máquina; dudo que quiera juntarse con aquellos a los que nadie quiere tener demasiado cerca. Por otra parte, en la lavandería va a ser siempre una máquina de coser; en cambio en mi habitación es una máquina de coser, un trineo, un auto de carreras, una chimenea, una máquina del tiempo, entre otras cosas más…

–Que no se enteren los de la lavandería, entonces.

–…Los adultos tienen que saber dónde va cada cosa y para qué sirve, aunque nunca la vayan a usar. Eso también me cuesta entender.

–Cuando seas adulto va a ser más sencillo, creeme.

–Probablemente. Siempre que no deje de ser un niño.

–Con este palo qué hacemos. ¿Se queda acá o vuelve a ser escoba?

–Es una espada.

–Decime que no la estoy agarrando del filo.

– No, así es como debe agarrarse. Omar. Te queda muy bien, por cierto.

–Gracias…

–Es más… Te la regalo, le hace falta un caballero.

–¿De verdad? ¡Muchas gracias! La voy a poner en mi habitación.

–Listo, terminamos, Omar –dije el pequeño mientras acomodaba su guitarra en el pie.

–Cada vez lo hacemos más rápido, ¿viste?

–No puedo esperar a que llegue mañana para ver todo este lugar desordenado, otra vez.

–Igual yo. Igual yo, Tino.

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