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Cuento de Diem: Despierta, Crónica de un Alejamiento

“Así que quédate intacta, porque voy a volver con una frase para cortar estos labios…”

Alguna vez escuché en la calle, que las cosas más intensas pasan de noche y bajo la lluvia. Entonces, esta historia debería ser una de esas fábulas que quedan grabadas para siempre en la mente del soñador.

Son las tres de la madrugada y una lluvia torrencial le pone los puntos en claro al cálido verano. En lo lejos, en alguna calle de alguna ciudad, un auto se siente con el motor encendido. No avanza, sólo permanece estático bajo el torrencial diluvio que pareciese no querer dar tregua. La luz se ha ido hace unas horas del vecindario, y en algunas ventanas asoma el albor de las velas de aquellos que no se atreven a dormir, dándole a la escena un matiz de belle époque incomparable.

Pocos metros al sur, dentro de aquella casita blanca, aquella que tiene las tejas desfachatadas, se encuentran ellos. Ella tiene la nariz frente a la ventana transpirada por la humedad. Media desnuda de ropas y alma, se permite sollozar en silencio. La garganta le arde de tanto gritar argumentos contra las paredes, pero todavía tiene un poco de fuerzas como para tragarse las angustias de seguir una discusión. Él permanece estático frente al pórtico de salida, le duelen los ojos de tanto llorar y de escuchar insultos que jamás pensó que escucharía, al menos no por parte de Ella. Él se encuentra despojado de argumentos, pero contrariamente abrigado como para marcharse.

En el suelo y en medio de ellos, unas pesadas valijas se disfrazan entre las sombras de las velas que poco a poco titilan por consumirse. Están parados mostrándose las espaldas, como si algún duelo se estaría por jugar. Pero ellos ya no quieren jugar a nada. Ellos que ya no tienen más por decirse.

Él gira lentamente, y con pasos de algodón se acerca hasta las valijas. La mirada siempre en el suelo, como si la oscuridad pudiese devorarse el todo. Con las últimas fuerzas, levanta las maletas hasta sus rodillas y vuelve a girar con dirección a la salida. Ella no puede sostener la angustia y su garganta rompe en un llanto casi gutural, dejando que las lagrimas corrompan la humedad de la ventana que le sirve de escape a sus miradas.

Él corrompe la salida. Ella llora, quiere decirle todo, pero no le dice nada.

Las velas chispean entre la cera muerta, y sin más trabajo que hacer, se apagan…

La lluvia es igual para todos, y sin discriminarlo a Él, el diluvio se hace parte de su noche. Ahora esta empapado mientras carga las maletas al auto, que permanecía hacia un tiempo con el motor encendido. Se sube así, todo mojado y destruido como esta. Se acomoda en el asiento, pone primera y se marcha.

El adiós esta vez, estuvo ligado al gusto a nada. Las cosas que quedaron por decir y por hacer son ahora, recuerdos húmedos que se difuminan en el espejo retrovisor de un auto que avanza por las desoladas calles de la ciudad.

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