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El barrilete rojo

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano

Se llamaba Ricardo, un nombre certero, para nada casual, tenía otros pares similares diseminados por todo el Universo y sus alrededores, hay pruebas fehacientes de que en Ganímides hay varios habitantes también llamados con ese nombre.

A principio, el tal Ricardo, no lo notó cuando empezó. Su apelativo, muy a pesar suyo, comenzó a mutar de formas y de colores.

No fue más Ricardo, de ninguna manera, en un primer momento pasó a ser Ricardonsontrongo. Sólo ocurrió, sin ninguna señal que lo pusiera de sobreaviso.

No había explicación por esa variación sin sentido, que trajo aparejada pullas ajenas y propias. A pesar de la desgraciada situación, se tomó el asunto con templanza y aplomo.

Sus allegados, no sin cierto esfuerzo, se acostumbraron luego de un tiempo a llamarlo por su nuevo patronímico.

Entonces el hecho sucedió de nuevo. De Ricardonsontrongo pasó a ser un inefable y carismático Ricardelitentin.

Al propietario del nuevo onomástico le gustó mucho esta nueva variante, por su musicalidad y se sintió conforme, pero esto, para disgusto del antiguo Ricardo, no duró demasiado.

Apareció un desalmado Ricartenterententen, este último no decía mucho, pero pesaba tanto como un grillete de letras.

Nada dura, todo transcurre; entonces, bajo este tópico, uno nuevo llegó para enamorar a propios y extraños, era bello, sonoro, con una fuerte personalidad: Ricatalantantán. Éste duró lo que dura una gota de agua cayendo a la velocidad de la luz, en un cristal sucio.

Luego, sin dar un respiro, vinieron varios más: Ricarlontagón, Ricadiñitimo, Ricargarrafananda, Ricalalalalalalá.

El hombre se cansó de no tener personalidad, de no poseer una manera constante de que su identidad se mantuviera en el tiempo y el espacio. Entonces tuvo una epifanía y eso lo calmó para siempre; la solución era tan simple, tan sencilla, tan pragmática. Eso le traería, en cierta forma, paz y tranquilidad. Y una permanencia en su forma de llamarse y ser llamado.

Las consonantes y vocales serían inmutables, nada cambiaría; todo permanecería con esta nueva forma.

De ahora en más se llamaría sencillamente Ricky.

Y para estar más seguro de que nada sería distinto, escribió con tinta verde, el nuevo nombre en la superficie de un barrilete rojo y lo hizo volar eternamente.

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