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El boliche de moda, mi nuevo enemigo

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Ustedes notarán que ya no escribo como antes, el porqué es, que ya no soy como antes. He mutado a vieja chota y hasta me hice el corte de Virginia Lago, maravilloso.

Pero para salir un poco de mi rutina de octogenaria, decidí salir a bailar (creo que no salía desde la caída del imperio romano, me había olvidado lo feo que era). Esa noche se iba a convertir en la noche más desafortunada de mi vida, pero yo todavía no lo sabía, así que remontémonos al principio: La previa, donde se decide a donde vamos a ir, como si hubiese muchas opciones, porque Mendoza es así, una masa donde siempre el mismo tipo de gente sale a las mismas casas prefabricadas con luces y un DJ que cada dos meses cambian de nombre, de dueño y ya se pone de moda otro lugar, como consecuencia la mitad de los mendocinos concurren al mismo lugar y por ende, por más de que Dios me dio una concha para que entre gratis al boliche, tengo que llegar temprano porque sino no entro. Pelotudos.

A la hora de encaminarse al boliche siempre es el mismo dilema, ¿taxi o auto? Los taxis nos engañan, nos mienten diciendo que van a venir en diez minutos y nunca llegan. Si vas en auto probablemente tengas que pagar 80 pesos, un bebe, una esfera de dragón, tres celulares y una moto pagar el estacionamiento. Sí, eso nos salió anoche.

Llego al boliche y me encuentro con una fila interminable de mujeres gritando con vos de guerrilleras “eeeeeeeee no empujen” mientras ellas mismas te clavan codos, conchas, culos, se trepan arriba tuyo para poder entrar mientras el patovica no deja pasar a nadie y se caga de risa del sufrimiento de mil cuerpos femeninos agrupados como vacas extasiadas en un recital de AC/DC, pero en un espacio de dos por dos, mientras una barrera te hace un hijo. En serio hombres, no hay nada más violento que una fila de mujeres antes de entrar al boliche. Y bueno, mientras una está ahí acorralada, intentando respirar, aaaaaaalgo tiene que hacer, entonces se pone a observar. Me percaté que siempre está la misma gente, siempre en algún momento se canta el feliz cumpleaños, siempre está la chota que se hace la amiga de algún patovica o algún RRPP, habla por teléfono hace llamadas para que la hagan pasar y señas con las manitos. Nunca falta el gordo rugbier cagándose a trompadas, es la profesión del gordo rugbier, ser un mono que se enoja con gente. Los pelotudos que se asoman desde la puerta del boliche a mirar vaya a saber qué cosa, los mismos relaciones públicas quienes se creerán los capos de esa mierda cuando en realidad no son más que simples mucamos que se conforman con cien mangos por mes y un par de tragos a cambio de chuparle el culo a la gente para que vaya a cierto local bailable y “:::::ESCRIBIR ASI:::.”

Posteriormente, si tuviste la suerte de poder ingresar a la canoa de mierda remada por pelotudos llamada boliche, ya sobrio, porque la odisea que hiciste para entrar te terminó de “ensobriar” y ni hablar de comprarte un trago en el boliche, otra guerra para poder sacar el trago y que se te vuelque la mitad. ¿Mejor bailar no? ¡Pero no! La gente que está adentro no le gusta bailar, le gusta encontrarse a gente y quedarse hablando, empujarte, quemarte con cigarrillos, tirarte tragos encima e intentar pasar a la VIP. Hay gente que se pasa toda la noche tratando de entrar a la VIP. Mendoza es careta definitivamente.

¿Lo peor? LLegás a tu casa y tenés mocos, mocos que no valen la pena. Te metés a una red social y lees “EXPLOTO ANOCHE EL BOLO!!!!!” y vos pensás, ¿En serio? Fuimos al mismo lugar, no puede ser.

 Yo todavía no entiendo porque seguimos siendo un rebaño que sale a bailar siempre a donde salen los demás. Pero bueno, será que me convertí en una vieja chota.

Saludos mijitos, pónganse un saquito para salir.

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