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El bosque de araucarias

paisaje

He would eventually have to go pass

through the forest, but he felt no fear.

Of course – the forest was inside him,

he knew, and it made who he was”

Haruki Murakami

 

– Estoy seguro de que esto ya lo he vivido, o por lo menos lo he soñado.

Caminaba despacio, sin apoyar las suelas, desplazándome sobre los bordes de caucho de mis zapatos. No era necesario hacer silencio, sin embargo, el lugar me inspiraba cierto temor (debo admitirlo). Tratábase de un bosque de araucarias. Las mismas tenían una altura mayor a treinta metros, en realidad, me atrevería a decir que eran mayores a cincuenta metros. Estaban todas muy próximas las unas de las otras, y presentaban un follaje verdeoscuro mezclado con brillantes destellos amarillos que formaban el contorno de las hojas. Sus troncos presentaban una corteza estriada con algunas ramas secas sobresaliendo en puntas afiladas.

La luz se filtraba débilmente, lo cual nos presentaba un paisaje medio en penumbras medio iluminado, totalmente calmo. Percibía sobre mi cabeza un ecosistema completo, oía sonidos de aves y roedores que habitaban el sotobosque. Aves de diversos colores, con plumas verdeazuladas y cantos oníricos. También encontré comunidades enteras de insectos, organizados y conviviendo en armonía (sentí envidia por ellos). Imagine (o recordé) la vida en el bosque, el silencio de los atardeceres, ese olor húmedo que uno siente después del rocío.

En el bosque de araucarias continuaba mi camino, no sabía cómo había llegado, tampoco sabía cómo iba a salir de él, tampoco sabía porque me encontraba allí. Mientras revisaba mi brújula escuche un sonido, observe a mi alrededor y con la vista periférica capte un movimiento a mi izquierda, ahí fue cuando lo vi. Un venado de grandes dimensiones, con ojos amarillos, penetrantes, bien abiertos; con un pelaje aterciopelado, que, a trasluz reflejaba brillos tornasolados; con una cornamenta esplendida, ramificada miles de veces; su osamenta se dejaba ver, imponente, bajo su robusto pelaje. Detuvo sus movimientos. Era un gran animal, estábamos frente a frente y yo no sabía cómo reaccionar. Decidí agazaparme.

Se acercaba lentamente con pasos muy bien calculados. Solo el sonido de sus pezuñas quebrando la tierra seca, solo el destello de su piel, solo sus ojos amarillos… Llegamos a estar muy cerca, y, sin previo aviso el venado comenzó a articular palabras con su boca y me dijo que estábamos en un sueño, que no me asustara, que aprovechara mi nueva apariencia.

Entonces descubrí que no era el mismo, atrapado por los estímulos del bosque no había caído en la cuenta de que mi cuerpo había cambiado. Estaba alucinado, un venado me hablaba; estaba alucinado, mi cuerpo era diferente. Ahora un montón de diminutos pelos de color rojizo o marrón cubrían mi cuerpo, me desplazaba en cuatro patas, mi visión era distinta (por eso veía tantos colores). Me sentí presa de una libertad absoluta, y comencé a correr por el bosque, aprovechando mi nueva corporalidad, corría y me maravillaba por una comprensión diferente de la naturaleza, me sentía parte de ella, gozaba de todo cuanto había en el bosque. Pude respirar profundamente y sentir el fresco olor de esas brisas pasajeras.

Una vez comprendida mi situación fui tras el venado. Se había alejado unos tantos metros, sentía que debía hablar con él. Me percate de un sonido a lo lejos, y antes de poder siquiera darme vuelta sentí un estruendo. Sentí frio en mi vientre, seguido de un profundo dolor y una angustia muy grande. Al girar mi cabeza logre visualizar a lo lejos a un cazador agazapado entremedio de unos arbustos tupidos. No hizo falta más, me reconocí justo antes de apoyar mi cabeza sobre la hierba y ver por última vez las copas verdeoscuras del bosque de araucarias.

Ilustración por Emilio Sanchez

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