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El bravo ganadero mendolotudo

Ya que estamos en agosto y prestos a celebrar un aniversario del encuentro con la gloria de nuestro padre de la patria, voy a contarles una historia ocurrida con motivo de dicha efeméride.

Fue por allá por el año 1983, en la polvorosa las Heras, en la frontera entre los barrios San Martín y Aeroparque donde vivía este servidor junto a sus padres, quienes ya entrados en años (contaba más de 50 mi viejo y mi vieja no lo hacía mal tampoco) se esforzaban por dar a su último retoño una educación digna y valores útiles para la vida posterior.

Don Manuel laburaba de albañil con todo el esfuerzo que ello implica, lo veía rumbear en su bicicleta con frenos de varilla, con un pesado tablón al hombro para armar su andamio y poder llevar el pan y el resero a su mesa, no era raro verlo con la pesada madera haciendo equilibrio en la bici ladeando el zanjón de los ciruelos para llegar al Barrio Cementista en donde se focalizaban la mayoría de sus changuitas…

Doña Raquel era un poco de todo, costurera, lavandera, empleada y sobre todo madre…me sacaba cagando de la cama a eso de las 8 y rumbeábamos pateando para la sexta sección en donde en una casa lavaba ropa, en la otra limpiaba y en la otra planchaba lo que la otra empleada solo lavaba, al regreso me daba el almuerzo y después de un beso me mandaba a la escuela bien limpito y peinado a aprender las palabras y los números que según ella me iban a servir pa´ más adelante.

Mi escuela la Basilia Velasco de Roberts emplazada en el barrio San Martín fue el escenario de lo que viene a ser el caracú de este relato.

Se acercaba pues, la celebración de la muerte de Don José, y las maestras de la escuela decidieron montar una obra que mostrará paso por paso la gesta heroica de los Andes, la bendición de la bandera, el paso de los Andes y la batalla de Chacabuco.

Nos eligieron a los más actores de cada grado y encargaron a nuestras madres la confección de los uniformes y la indumentaria de Granadero, mientras que ellas se encargaban de la escenografía y los guiones de la obra.

Fuimos una tarde con mi vieja a la casa Tia y encontramos un traje de granadero de cartón forrado con papel crepé que era una monada, lo pidió, lo pagó y nos fuimos.

Ya en casa se acordó que no me había comprado la espada con la que se completaba el uniforme y que por esos días era profusamente vendida dado que al parecer todas las escuelas estaban planeando representar el paso de los Andes…allí empezó la odisea.

Mi viejo se negó en redondo a ir al centro, porque le desagradaba y pensaba que se iba a ver bien choto con una espadita plástica al cinto y en bicicleta, el caso es que se deshizo en disculpas y bravatas y mi vieja lo dejó todo para mañana…(“no te preocupes, vamos mañana después del trabajo y la compramos”).

Al otro día y ya cerca de la fecha de la obra, fuimos al centro con mi vieja, solo para encontrarnos con la triste y demoledora realidad: las porongas plásticas estaban agotadas…en todos lados (que en esos años no eran muchos) y ahí a mi vieja se le vino el mundo abajo y a mi viejo se le vinieron las puteadas por no ir a comprar la cagada cuando se lo piden y esto y aquello.

Enojado cual tano Pasman se fue pal patio puteando y renegando de las maestras de mierda y San Martin del orto que se le había ocurrido morirse cuando él no tenía ganas de ir al centro y de que porque carajo mandaba el hijo a la escuela y porque carajo no se moría mejor (eso pasó años después y creo que no tuvo nada que ver con el asunto).

Estuvo toda la tarde en el patio y solo entró para ir al baño y volver a salir.

Al volver a entrar era un hombre renovado, venia feliz con las manos en la espalda (mi vieja pensó que traía un hacha o un palo para achurarnos a los dos) y se plantó en el comedor ante nosotros que estábamos tomando la merienda, diciendo: “mirá hijo, está arreglado lo de la espada, mirá” y mientras hablaba extendía ante mis ojos una espada hecha de madera, pintada con pintura metálica, envainada en un cuero de asiento de auto (no se de donde mierda lo sacó) y con un detalle en la empuñadura: ¡¡la cadena del tapón del lavamanos!!.

Lo que sobrevino a continuación se vuelve difuso con los años, mi madre de nuevo puteandolo, yo alucinado contemplando aquella glamdring-excalibur-sabledeluz-espadadelaugurio y mi viejo explicándole a mi vieja que esa era una espada no las otras porongas venidas de Taiwan.

Llegado el día de la obra y ya cantado el himno y las palabras de la directora y los malambos, gatos y pericones bailados en honor al Santo de la Espada nos tocó a nosotros salir a escena, en el patio del colegio se puso a un costado de la bandera un par de mesas y sillas cubiertas con una lona marrón y pintada la nieve con tiza molida, eran pues las altas cumbres de la cordillera de los Andes, del otro lado esperaba un contingente de pendejos igual a nosotros vestidos de rojo como soldados realistas.

Empezamos a marchar con San Martín a la cabeza (un pibe de 6º grado) y paramos ante un bello altar creado por las maestras y las madres con la imagen de la virgen de Luján, allí nuestro líder se arrodillo y luego de musitar una plegaria, se incorporó y mirándonos nos dijo “Avancen…” 

Cruzamos los imaginarios Andes saltando sobre las mesas y ya sentía yo el peso de la espadita y las risitas de mis amigos al ver tan manufacturado armatoste versus los sables amarillos fosforescentes  que ellos portaban…ya se les trocaría la risa en admiración y a los realistas en pánico. 

Llegado al imaginario campo de batalla nuestros enemigos, que no eran otros que los mismos mocosos que venían al cole junto con nosotros nos miraban con fiereza y arengados por su líder (otro bepi de 6º grado) corrieron hacia nosotros desenvainando los colorinches sables de la casa Tia mientras los patriotas desenvainábamos (yo con un poco más de esfuerzo) y les salíamos al encuentro al grito de “viva la patria y San Martin, al degüello canejo”.

Aquí la historia varió su rumbo dado que la batalla debía ser, según lo pactado, sin heridos y solo representaríamos un conato de escaramuza, dejándose caer los realistas a medida que eran tocados por nuestras espadas.

La espadita de mi viejo, empuñada bravamente por su retoño se abría paso entre las filas enemigas haciéndoles saltar ,los mocos a los españoles del barrio San Martín, preso su dueño de un repentino berserk , echaba espuma por la boca y con los ojos inyectados en sangre, había jurado defender su bandera y con la espada estaba haciendo un gran trabajo. 

“Tomá guacho…”-“Ayayay la puta que te parió” fue lo último que escuché antes de que un estruendoso aplauso coronara nuestra obra, San Martin con su sable en alto y yo con el mío aporreando todavía un paisano dimos por terminada la batalla con claro triunfo de los mendolotudos libertadores. 

La maestra llamaría después a mi viejo para agradecerle por mi participación y por mi gloriosa espada, además de comentarle que desde ese momento pasaba yo a ser parte del grupo de baile folklorico, dejando de la lado mi carrera militar. 

Escrito por Darkkatt para Mendoza Escribe


Fuente imangen: http://www.eltribuno.info/jujuy/Multimedios/imgs/298835_620.jpg?v=3

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