/El caminante

El caminante

Vengo caminando desgastado, solo, cansado. Quizás de una batalla, harapiento… mi ropa está hecha jirones, ropa sucia. Tengo las manos laceradas, sangre seca patina mis dedos. Tengo hambre y sed, la boca seca, los ojos me pesan. No se dónde voy, tampoco se de dónde vengo… simplemente entiendo que tengo que caminar, tengo que seguir. Tengo que llegar a algún lugar, por algún motivo, algo me dice que tengo que seguir. Me arden los pies, tengo los zapatos rotos, las piedras penetran la zuela y bailan en mis talones… casi ni siento el dolor. Estoy aletargado, siento un peso enorme sobre mí, aunque no llevo más que lo puesto. Siento vacío, profundidad, oscuridad… aunque el sol destella luces entre las nubes cargadas. De fondo se avecina una tormenta. Pienso en el agua dulce corriendo por mi rostro. Percibo rastros de felicidad… solo rastros.

El camino desolado tiene el pavimento carcomido en los bordes, no está señalizado y transitan pocos vehículos. Ya ni espero auxilio, simplemente voy hacia adelante, de frente, sin prisa, pero sin pausa. Voy hacia allá, hacia quién sabe dónde. No hay nadie al rededor.

De pronto aparece un paisaje inusitado… extraño, distinto. Es un campo infinito, no alcanzo a ver el final. No es diferente a otros campos del paisaje, simplemente que hay algo familiar en él… tal vez sus colores tornasolados, los contrastes que produce las sombras oscuras de sus árboles con los colores vivos del follaje. Tiene tres colores definidos… Me detengo a observar. Siento que el campo respira, que me mira… ¿porqué está en mi camino? Quiero postergar mi viaje. Entonces cruzo el cerco que lo limita… y algo pasa. Los colores vivos explotan, se intensifican y comienzan a vibrar. Las sombras se vuelven más oscuras cuando estoy dentro, dándole mas vigor a los fucsias y los amarillos del suelo. La disparidad es sublime, encandila la mirada. Horizonte infinito, rebelde, salvaje… alegría.

Respiro hondo… un aroma dulce perfuma mis sentidos, ya he experimentado esto antes… aunque no recuerdo cuándo. Siento cómo el olor del campo se vuelve sabor en mi boca, se va metiendo dentro mío, me va oxigenando la sangre y revitalizando mi cuerpo cansado. El suelo despide una especie de electricidad y me invita a caminar. Me quito los zapatos, mis pies hinchados hacen contacto con el pasto. Siento suavidad… comodidad, recuerdo mi niñez, la calidez de la alfombra de mi casa… me siento en casa. Muevo mis dedos, como para que no quede centímetro de mi piel sin rozar el piso. Comienzo a caminar… de fondo se escucha un trueno, como prólogo de una lluvia inevitable. Una brisa me envuelve, tibia. Entra por los agujeros de mi ropa, me seca el sudor de la piel, me aliviana, me separa de mi camisa manchada, de mis pantalones percudidos. Quiero descansar, quiero bajarme del mundo. Levito unos centímetros… o quizás estoy más liviano, no lo sé, ni me interesa. Esto mareado, anarcotizado.

Piso las sombras oscuras… siento miedo, pero quiero estar también ahí, es parte de este campo, es parte de esta sensación. Tengo ganas de revolcarme… quiero llenarme de pasto, de hojas, de tierra. Muerdo un yuyo… tiene un sabor intenso, primero amargo, hasta que empiezo a masticarlo y se vuelve dulce, me anestesia la garganta… ya no hay dolor. Trago saliva… tengo miedo. Vuelven las memorias de felicidad… ¿o estoy feliz? Tiritan mis manos. Me enrollo en el pasto, voy girando entre risas, dando tumbos con mis brazos y mis piernas estiradas por completo, caigo por un montecito que acelera mi velocidad, siento vértigo, sigo riendo, se detiene mi caída… estoy agitado, quedo boca arriba mirando el cielo entrenublado. Fuerzo mis extremidades para abarcar la mayor cantidad de espacio, me siento una estrella, el hombre de vitrubio. De cara al sol, expuesto… por primera vez en mucho tiempo siento que me conecto nuevamente con algo, con el mundo, con la vida, no se con qué… pero siento unión, como de siglos… de cinco, de mil.

Entonces algo me roza el pié, observo asustado… es una rama pequeña que se anuda en uno de mis dedos. Me río y vuelvo a mirar el cielo anaranjado. Caen algunas gotas de lluvia. De pronto otra plantita aparece en mi mano, va creciendo sobre mis nudillos, se mete por mis muñecas y me recorre el brazo. Entra otra por la espalda, me hace cosquillas, me recorre la cintura. Es una sensación placentera… aparece otra, y otra… y otra más. Una juega en mi cuello, al tiempo que otra hace crecer hojas en mi frente. Un trueno retumba cercano. Vibra el suelo. Siento un poco de temor… las ramas me empiezan a enredar. Me da miedo… pero no quiero moverme, temo que si me intento sentar esta sensación va a desaparecer. Mi corazón late indómito… me agito, siento que me ahogo, las ramas crecen y apuran su cometido. Me muevo un poco… siento que aún puedo pararme y volver… pero no quiero. No quiero volver, no quiero caminar más, no quiero…

La lluvia se desata, dulce. Las ramas siguen fluyendo por mi cuerpo, me van enlazando al suelo, me van cubriendo, respiro hondo… ya no hay más miedo, me dejo llevar, me dejo estar. Comienzo a sentir el perfume de la naturaleza, una rama entra por mi nariz, abro la boca para sorber gotitas… y otra rama entra por mis dientes. Sabe dulce… muy dulce. Me tranquiliza más aún. Mi ropa sucia comienza a rajarse, siento cómo se va desprendiendo de mi cuerpo, voy quedando desnudo en el suelo, rendido. El agua me va limpiando la piel. La savia de las ramas escuece mis heridas, pero luego no siento más ardor… me sanan. Están dentro mío… siento cómo me recorren la panza, cómo me hacen cosquillas desde adentro, algo me hace presumir que me están envolviendo el corazón, porque de pronto todo es distinto, el mundo duele menos, todo duele menos. Alegría rebelde… intensidad salvaje.

Poco a poco mi respiración se va disipando, siento que cada vez necesito menos aire, las ramas me van haciendo parte del campo, parte del suelo, me están consumiendo lentamente… comen de mi, me hacen suyo. Vuelvo a sentirme en casa… no quiero más. Quiero que todo termine acá… ¿caminaba hacia éste lugar?… ¿éste era mi destino? No lo sé… ni me interesa saberlo. Ya está, me voy convirtiendo en campo, en fucsia, en sombras, mi cuerpo se va desinflando y me voy haciendo parte del aire, parte de la brisa, del perfume. Cierro los ojos… una suave oscuridad me envuelve, siento plenitud, me siento en paz… mi corazón deja de latir, el campo está en mi, soy parte de su paisaje… para siempre. Me esfumo… me transformo. Para siempre.