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El cielo está roto

¿Han visto alguna vez una grieta en el cielo? Bueno, es una pequeña línea. Al menos así empieza…

Hace dos semanas que los noticieros no paran de hablar de ella, hay informes de su color, su textura, largo, dimensiones, causas, consecuencias, quién la vio primero, que gobierno sabe más…

Podría decirse que es como una estría, esas que se les hacen a las mujeres en los muslos o en el vientre después de parir. Es como si se estirara, algo traslúcida, pero no cambia nada, al menos eso parece.

Diez días han pasado desde que comenzó como un pequeño punto en el firmamento y nadie ha podido parar de hablar del tema. Todos los días se extiende unos cuantos kilómetros más, como si cortara el atmósfera, imposible no mirarla de día, invisible de noche.

Santiago se levantó descompuesto, sentía el estómago revuelto y algo de presión en el abdomen, supuso que era algo que comió. Se dirigió al trabajo, tratando de ignorar el dolor. Para el mediodía no podía casi ponerse de pie, se dirigió a su jefe, estaba atónito mirando las noticias por teléfono… la grieta.

Pidió permiso, casi en vano porque prácticamente no recibió atención, nadie podía parar de ver sus aparatos móviles. Volvió a casa, se recostó esperando sentirse mejor, llamó a un amigo en la tarde pero no contestó.

Su condición empeoraba, decidió llamar a sus padres por la mañana pero tampoco obtuvo respuesta, pensó que tal vez era su celular el que andaba mal. Aunque se conectaba a todas las redes inundadas de información y transmisiones en vivo de la línea que surcaba cielo, lo estaba rodeando y faltaban sólo horas para que llegara de un extremo a otro.

Se arrastró de la cama, luego por el piso, escalón por escalón para bajar de su primer piso a la calle para poder pedir ayuda…estaba vacía.

Lo inundó un mar de desconcierto que solo era frenado por los espasmos de dolor. Subió a un auto mal estacionado, la radio encendida no paraba de hablar de lo mismo, arrancó como pudo y se dirigió al hospital.

Encontró grupos de personas agolpadas, mirando televisores, tablets, celulares, computadoras y miró al cielo, a la distancia parecían milímetros lo que separaban las dos puntas por tocarse. Una punzada seca lo atravesó y volvió en sí, pensó que tal vez era apendicitis lo que tenía, debía acelerar, cada minuto era crucial.

Entró a la sección de urgencias del Hospital, tocando bocina pero nadie salió. Se arrastró del auto, hasta la sala de espera, la escena era desconcertante. Mientras los pacientes en espera miraban absortos las pantallas de sus celulares, los médicos y  enfermeros se concentraban en la gran pantalla de la sala de espera, en el medio un paciente muerto y a nadie parecía importarle.

Santiago preso del dolor gritó desesperado por ayuda, pero nadie se dió vuelta a ayudarlo. Uno de los enfermos que miraba el televisor colapsó por falta de atención, dejando justo un ápice de luz de la proyección visible. Desde el piso, Santiago vió como a medida de que los dos extremos se acercaban el dolor menguaba, lento, imperceptible, sólo las dos líneas existían para él, se tocó un punto, dos, tres…el círculo se había cerrado.