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El colibrí

Si no saben volar pierden el tiempo las que pretenden seducirme.
Oliverio Girondo

No tiene remordimientos, ninguna culpa por alguna tropelía que haya cometido; carece de corazón, de esa ternura palpable, empalagosa que tienen los picaflores.

Tiene ojeras y las uñas largas y sucias, con manchas de nicotina.

Colibrí loco, mal gestado y sicofante, elogia permanentemente a lo inútil.

Le tira piedras a las estrellas. Tiene buena puntería, siempre le atina a alguna y la hace caer en picado en un mar al lado del cordón de la calle.

El colibrí maneja frecuencias de radio en su mente y se puede comunicar con otros colibríes en diferentes lugares del cosmos, no hay que confundir con que es telépata.

Tan bello, tan hermoso, tan carnicero, tan sangriento.

Es su propio esbirro.

Despierta a los gatos dormidos por pura maldad.

Tiene voz de barítono, endulza los oídos cantando siempre

Es un cazador de la noche, tiene su morral atiborrado de oscuridades y lunas acongojadas.

Es un narrador nato. Cuenta historias plagadas de groserías y situaciones soeces, con porno bondage (meta cuero y chirlo) y un claro y evidente plagio a los cuentos de los hermanos Grimm. Son narraciones atrapantes, asquerosas y bonitas.

Está cautivo en un fotograma de la realidad, que se repite una y otra vez en un loop eléctrico y electrizante; se multiplica exponecialmente al infinito, para satisfacción del ave narcisista.

Colibrí asesino serial de otros colibríes, planetas, madreselvas y malvones en latas.

Tiene dientes que tienen más dientes muerde a las nubes y causa tormentas.

Se puede ver como se le cae la cara de mitómano, de caradura sin tapujos y sin límites. No tiene escrúpulos. Desvengorzado.

Colibrí se acerca a la ventana, me ve a través de ella, me acecha. Sabe que yo sé que no es un ave hermosa… No quiere dejar cabos sueltos, no quiere testigos.

Soy una amenaza y urde, en un siniestro silencio, mi muerte.

Seguramente parecerá un accidente, uno sonso pero letal: aflojar el ventilador de techo para que me decapite, extinguir el piloto del termotanque y que todo explote en una supernova atroz, apagar mi corazón desde el interruptor que tengo en mi espalda y argumentar falta de baterías.

Estoy atento, no quiero morir, no quiero cerrar los ojos y abrirlos en otro lado.

He intentado buscar ayuda, pero nadie me cree…¿cómo un picaflor, un ser tan mágico, puede ser un psicópata?… me preguntan invariablemente.

Mi enemigo usa un excelente disfraz.

Creo que no tengo escapatoria.

Colibrí incompasivo.

Ahora -en este preciso instante que perdura en el tiempo- me mira con sus pupilas revueltas y volcánicas, carnívoras y sedosas.

Me voy a defender, no va a tomar por sorpresa; no va a poder usar el engaño para ganar la guerra.

No le tengo miedo, aunque no puedo mantener juntos el cuerpo y el alma.

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