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El culpable de mi lado más caliente

Había quedado muy caliente toda la semana. Quería verlo. Necesitaba verlo.

Llegó el día sábado y decidí invitarlo a casa. No podía seguir así, reprochándome el decirle ¨no¨ aquel día. Le mandé un mensaje:

– ¿Qué haces esta noche? Quiero verte

– Nada, la verdad es que estoy muy cansado, sólo quiero darme una ducha y acostarme, fue una semana cargadísima de laburo.

– Dale… un rato aunque sea.

– No sé, en serio fue una semana complicada. De hecho tengo más ganas de estar en un jacuzzi y que me hagan masajes, antes que una ducha.

– Bueno, tengo la solución…

– Ja, ¿tenés jacuzzi?

– No, pero tengo los masajes. Además, tengo unos regalitos para darte.

– Jaja, bueno dale, en un rato estoy por allá

¡Qué nervios que tenía! No sabía si estaba bien o mal, solo sabía que quería verlo y que sea lo que tenga que ser.

Llegó a los 20 minutos, más o menos. Yo tenía un fernet, así que nos servimos y nos sentamos a charlar. A pesar de que la charla era sumamente interesante, debo admitir que mi cabeza estaba en ciertos aspectos perdida. Mientras lo escuchaba hablar no podía evitar mirarle el bulto, que se remarcaba con el jean que traía, e imaginar qué habría debajo de ese pantalón.

Estuvimos horas charlando, parecía que todas sus palabras y expresiones corporales de la semana anterior habían quedado sólo en ese auto. No reaccionaba, no me proponía nada, no insinuaba nada. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en eso.

– Tengo algo para mostrarte en la compu – le dije interrumpiéndolo.

– Bueno, dale – dijo parándose del sillón.

Preparó unos vasos y fuimos hasta mi habitación.

– Estos son algunos de los diseños que te comentaba el otro día que estaba armando.

Se acomodó en la silla para mirar con atención.

– Están bastante buenos…

Yo me sentía una estúpida. Lo había llevado engañado hasta mi cuarto para poder darle pistas, pero estaba dura como una estatua. Llevaba una remera bastante escotada, y mis pechos son grandes, por lo que los use para empezar el juego de seducción. Me incliné hacia la computadora, al lado de él, dejándolos verse un poco más de lo expuestos que ya estaban. Note que los miró, pero ni dijo, ni hizo nada. Apoyé mi mano sobre su hombro mientras él seguía mirando mis trabajos, subí una pierna para apoyarla sobre uno de los barrotes que tenía la silla en un costado, rozándolo. Miró mi pierna y después me miró a mí.

– La verdad que están buenos, eh –dijo mientras se paraba y se ponía cerca de mí–. Como esas tetas divinas que tenés.

Me agarró por el costado del cuello, acercándose más a mí, guiándome de espaldas hacia la cama. Metió su lengua en mi boca, y una explosión increíble comenzó en mi entrepierna. Acarició mis brazos, mis manos, mi cuello, mientras seguía en acople con mi lengua ahora.

Me giró sobre el lugar, se puso detrás de mí y, mientras mordisqueaba despacio mi cuello, metió su mano por dentro de mi remera y subió hasta desprenderme el corpiño, mientras me apoyaba su enorme bulto en el culo. Subió mi remera hasta sacarla, deslizó el corpiño por mis brazos y lo dejó caer a un costado. Tomó mis dos pechos con sus dos manos y comenzó a masajearlos, al tiempo que apretaba mis pezones, mientras me susurra al oído…

– Quiero cogerte, pendeja.

Palabras más justas y exactas no podía elegir. ¨Pendeja¨… no perdía ese toque especial que tenía, y sólo lograba calentarme más.

Agarró mi short por el borde y, junto con mi bombacha, los dejó caer al piso. Me reclinó hacia delante, dejándome de espaldas, arrodillada, sobre la cama. Se sacó su pantalón, su bóxer azul rayado, y se acercó, humedeciendo su miembro en el río que vertía de mis piernas, apoyándolo, sin meterlo, y recostándose sobre mí.

– Me quedé muy caliente el otro día, tengo muchas ganas de cogerte, morocha – y diciendo esto, metió la punta de su miembro por delante, bombeando despacio, haciéndome desearla con locura, logrando lubricarme por demás.

– Metemela, dale… quiero que me cojas – le dije entre gemidos, dando un envión hacia atrás, quedando totalmente penetrada.

Agarró con sus dos manos ambos cachetes, y lo movió sin tanta dulzura, lo justo para desear la cachetada que no tardo en llegar, abriéndolos y cerrándolos, como masajes rudos. Luego se salió y me quedé helada…

Robando un poco de la humedad que ya tenía, la esparció de abajo hacia arriba, por detrás para lubricar lo único que necesitaba…

–¡Ahhh, ahh…! –Grité, hijo de put…

–Shh… –contestó–, sentí el dolor que es vida.

Uno de sus dedos preparaba el terreno sobre mi cola. Acompañándolo con mis manos, tocándome por delante para estar totalmente relajada, mientras lograba dilatarme lo suficiente como para cambiar de lugar, llevando su miembro hasta la entrada, y recostándose sobre mi espalda, me dijo:

– ¡Cómo me calienta escucharte gemir! Ahora quiero que grites –y se metió completamente en mí, dejándome soltar ¨ese¨ grito de dolor que fue único; pero a la vez totalmente placentero.

Se quedó unos segundos así, quieto, mientras me acariciaba la espalda, tocaba mi pelo, tratando de relajarme para poder seguir.

Cuando mi cuerpo estaba totalmente en clímax, al punto de pedirle que cambie los tiempos y movimientos, que sea más fuerte y más despacio, empezó a golpearlas contra mi clítoris a ellas, de un galope que ya era una carrera. Yo bramaba…

Eso me estaba llevando a un punto culmine, sumado a sus palabras y mi mano tocándome, con mis gemidos y sus jadeos, con sus manos, ¡terminamos ambos estallando en placer!

Me recosté sobre la cama, totalmente sin energías, y él se me acostó al lado.

–Nunca vuelvas a dejarme con ganas… te puede ir peor– dijo entre risas.

Nos quedamos tirados, fumando lo que quedó de la previa, cruzando algunas palabras, bebiendo un poco del fernet, lo poco que quedaba. Así media hora, más o menos.

En un momento lo miro, me alejo un poco, poniéndome por delante de él, que permanecía desnudo, y acerqué mi cara para reconocer su vientre.

–No pienso esperar hasta otro encuentro para probarte yo – le dije mientras hundía mis labios en lo que ya esta repuesto, listo para un segundo round. 

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