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El monstruo

Limpié la sangre del cuchillo mientras veía el charco que, detrás de mí iba dejando.

Siempre dicen que las mujeres no son de matar a sangre fría, con tanta saña, pero esa noche no pensé más nada y actué, vaya que sí actué.

Recuerdo que desde pequeña lo admiraba. Me decía que me amaba, que en la vida había que ser buena persona. Pero recuerdo algunas noches en las que lo veía pasar caminando por el pasillo, y entrando a la pieza de mi hermano. Nunca les escuché decir nada. Nunca me imaginé nada.

Mi hermano Damián era mi vida. Dos años más grande que yo, debí creerle cuando me decía que de noche el mal se hace presente. Éramos niños. El nos destruyó a ambos.

Mi madre, que había muerto cuando yo era joven, era una persona buena. Tenía algunas fotos suya en la mesa de luz, junto con una foto de Jesús al que le pedía todas las noches que mi padre no caminase más hacia la puerta de mi hermano. Pero eso no pasaba, y dejé de creer.

Cuando tenía 13 años Damián se suicidó y con él se fue una gran parte de mi alma. Ya no veía a mi padre caminar en la noche, pero sospechando que algo pasaba. A los 15 me fui de mi casa y me fui a vivir con una tía. Mi tía era hermana de mi madre y ella calló durante mucho tiempo. Hasta que un día no pudo más.

“Tu papá no es una buena persona” Me dijo ella en muchas ocasiones, y yo pensaba que tenía algo que ver con aquellas noches de mi infancia. Hasta que, después de algunos años de silencio no pudo más y me contó la verdad. Mi padre abusaba de mi hermano. Así de simple. Y por su culpa es que mi hermano, mi frágil y bello hermano, se había muerto.

No aguanté aquella verdad injusta, y me fui a la casa de ese hombre, a quien yo ya no quería. Llevé el cuchillo escondido en la espalda y toqué el timbre. Me abrió, entré a la casa y le dije “sé la verdad”.

La mirada que me dio se quedará en mi mente por siempre, una mirada de miedo.

“¡Nos cagaste la vida, abusador!” Fue todo lo que atiné a decirle, y le asesté la primera puñalada. Una y otra vez. Le clavé el cuchillo una y otra vez hasta que mi mano se quedó sin fuerzas y su cuerpo inmóvil. Cuando abrí los ojos la escena era espantosa, salida de una película de terror, el piso teñido rojo sangre, y el cuerpo del monstruo yacía sin vida en el costado de la habitación.

Salí de ahí y me dirigí a verlo. Fui al cementerio y dejé el cuchillo sobre la tumba de Damián y lloré, lloré amargamente.

“El mundo era un lugar muy hostil para vos hermano. Ahora ese hombre ya no le causará más sufrimiento a nadie”

Las noticias dijeron que era un buen vecino. Salía todas las mañanas a comprar el diario a la esquina. Nadie sabe cómo o porqué lo mataron. Nadie sabe que él nos mató en vida mucho antes, cuando empezó a caminar de noche, hacia la habitación de Damián.

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