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El rey del mundo

 

La primera parte de una historia sobre mutaciones, héroes y antihéroes. Un pequeño homenaje al género Pulp

 

Todo cambia nada es.

Heráclito de Efeso 

Capítulo 1

La Luna llena se reflejaba en un charco de agua podrida.

En una calle oscura las luces de mercurio no alcanzaban a llenar las penumbra.

Un camión tanque dobló por la esquina que daba a los cañaverales, de frente al pedemonte.

Elías Gamboa, el chofer, fumaba tranquilo mientras manejaba esquivando los gigantescos baches. El viejo rodado parecía a punto de desarmarse a cada instante, pero resucitaba en el segundo posterior y sus chapas se mantenían unidas por puro milagro.

Venía desde la fábrica de químicos más grande de la ciudad con una carga de residuos tóxicos para descargarlo en un vertedero ubicado entre los cerros.

A Gamboa le pareció extraño que lo mandaran a esa hora de la madrugada, encima a un lugar tan lejano. Sus sospechas aumentaron al ver que lo operarios que llenaban el tanque estaban vestidos con trajes especiales. Se calmó un poco cuando le dijeron que recibiría paga doble por el trabajo, entonces no se cuestionó más nada.

El cigarrillo estaba casi consumido, Gamboa arrojó la colilla por la ventanilla, ésta explotó en millones de chispas al reventar sobre la tierra de la calle. Una de ellas cayó sobre el pelaje de un pericote que estaba a la vera del camino, comiendo restos del interior de una bolsa de basura.

Era un roedor grande, con un mechón blanco en su lomo, que contrastaba con su pelambrera negra. Al sentir el contacto con la pequeña flama dio un respingo y salió corriendo a esconderse en un montón de escombros.

II

Enrique Beltrán estaba cansado, había sido una jornada larga en el frigorífico. Estaba hastiado de tanto cortar carne vacuna, casi doce horas seguidas; le dolía el cuerpo y el alma. Caminaba por la calle de los cañaverales, con el pedemonte de fondo. Iba a tomarse un colectivo para llegar de una vez por todas a su casa.

Hacía un poco de frío, subió el cuello de su campera y apuró el paso. No le gustaba esa calle, menos aún por la madrugada.

Enrique tenía la sensación de que desperdiciaba su vida. Cuando era chico se metía en la habitación de su abuela, se tapaba la cara con el pañuelo de seda preferido de ella y se colocaba un toallón como una capa.

Entonces, mágicamente, se convertía en La Cosa Misteriosa, un superhéroe más poderoso que Supermán; más ágil que El Hombre Araña y con un manejo de la tecnología superior a la de Ironman y Batman juntos.

Enrique Beltrán deseaba con toda su alma ser un superhéroe. Era una necesidad imperiosa, casi tanto como respirar. Durante noches enteras le había dado vueltas al asunto… ¿cómo poder serlo? ¿cómo poder volar, ser más rápido que la luz? …

Muchos amaneceres lo encontraron sin tener una respuesta, sumiéndolo en una frustración existencial, de la cual no se podía recuperar.

Caminaba entre la oscuridad hasta la parada de ómnibus sumido en sus pensamientos, soñando que salvaba al mundo.

Sintió como se acercaba un camión, le pareció raro que estuviese por ahí a esa hora; generalmente los veía en otros horarios, no tan tarde.

III

Elías Gamboa no había dormido y tenía resaca. Estuvo toda la noche anterior bebiendo vino y cerveza a mares. Se le cerraban los ojos por el sueño. Quería hacer el viaje rápido para poder ir a su casa a dormir un poco, aunque sea unas horas.

No pudo evitar quedarse dormido por un instante, cerró los ojos y soltó el volante.

El camión comenzó a dirigirse sin control hacia la banquina. Golpeó el cordón de la calle con sus ruedas y volcó haciendo un gran estrépito.

El contenido del tanque se desparramó como un tsunami urbano y se esparció por todos lados.

El pericote del mechón blanco se olía la quemadura de su lomo y no vio venir la ola que  lo sumergió por completo. Luchó por mantenerse a flote, pero no pudo evitar tragar algo de lo derramado. Sintió como su estómago se retorcía, como sus pulmones se expandían. De golpe todo su ADN  comenzó a cambiar. El pericote con el mechón blanco en su lomo colapsó y quedó flotando en el líquido.

IV

Enrique Beltrán corrió hacía el camión accidentado, era su oportunidad de ser un héroe.

Antes de llegar a él se detuvo en seco, no pudo soportar el hedor que emanaba el material derramado. Intentó acercarse a la cabina del vehículo para socorrer al conductor, pero no pudo. Los ojos le lloraban y sentía náuseas por los vapores formados.

En el tanque se veía una grieta por la cual emanaba un líquido, de un tinte verdoso, que se acercaba a sus pies.

No soportó más y cayó desmayado en el charco. No pudo evitar absorber el material tóxico.

 

V

El pericote abrió sus ojos luego de unas horas de estar inconciente.

Miró a su alrededor. El sol estaba alto, en la calle estaba el camión volcado rodeado por autobombas, ambulancias y autos de policía. El lugar bullía de actividad, los bomberos vestidos con trajes especiales echaban una especie de espuma en el lugar del accidente.

Se sentía extraño.

En su mente se formaban cosas que para él eran desconocidas. Lo que antes era instinto, conductas aprendidas en la manada se transformaban en pensamientos. Las cosas tomaban otro sentido. La conciencia de una mente activa se estaba generando en él.

Todo tenía un significado que él quería descubrir.

En un instante azul, fulgurante y eléctrico una idea vino a su mente, una pregunta que lo llenó de temblores: ¿Cómo me llamo? se dijo.

Se miró en el reflejo de un charco de agua nauseabunda y se contestó: Yo soy, soy yo… entonces me llamo me llamo Soyo.

VI

Enrique Beltrán despertó dos días más tarde en una habitación inmaculadamente aséptica, sin ventanas. Estaba lleno de sondas conectadas a diferentes máquinas. No recordaba mucho de lo ocurrido. Intentó reincorporarse pero no pudo. Estaba atado a la cama.

Se preguntó en dónde estaba.

De a poco le volvieron los recuerdos.

No se sentía mal, todo lo contrario, en su cuerpo circulaba una vitalidad que nunca había sentido. Hizo un poco de fuerza ascendente con los brazos y las ligaduras que lo maniataban se cortaron como si nada. Se sacó las sondas y se levantó de la cama sin ninguna dificultad.

La puerta estaba cerrada, entonces se percató de un espejo en la pared.

El corazón se le detuvo al verse en el reflejo. Su cuerpo estaba todo marcado por músculos que antes no tenía. Se palpó admirando la dureza de su musculatura.

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

Tenía la apariencia de un superhéroe.