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El Rocky

            “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Julio Cortázar

            El Amadeo y el Nahuel son compadres.

Atorrantes incansables, de rodillas sucias y mocos haciendo globitos. Tienen diez y once años respectivamente y el universo es su límite. Hasta el infinito y más allá. Autores de fechorías menores que prescriben en el mismo día. Algún vidrio roto de un pelotazo, un ring-raje descubierto con las manos en la masa, otro vidrio roto por un pelotazo y así…

Culpables de pequeños desmanes por los que pasan a la clandestinidad por un rato hasta que son indultados. Sabandijas.

Los escuchaba jugar en la vereda mientras me preparaba el mate. Abrí el Chrome y me puse a leer el MDZ, el Clarín, Los Andes, el UNO, el Página, el Crónica. El cursor pasaba por las letras Time New Roman que abrían los link mostrando a Aylan y a una osa polar desnutrida a punto de morir y a el Papa que pide paz, igualdad, dignidad y todo el mundo dice sí pero se lo pasa por el forro de las pelotas y a Macri sonriendo como lo hace el mismo Lucifer y a una chica palestina que se niega a sacarse el velo y es acribillada por valientes soldados israelíes y la cadena nacional clonazepaneada y a Oscar Sanchez flaquito flaquito y a todos los qom muriendo un poquito con él…

Era uno de esos momentos recurrentes en los cuales pierdo la fé en la humanidad, en nosotros como entes inteligentes y racionales. La realidad me daba argumentos para justificar la desaparición del ser humano. El tópico de que el hombre es un lobo con el hombre me abrumaba, me gritaba a los oídos que éramos unas mierdas desconsideradas y una horda de virus que se propagan a través de la Tierra asolando y saqueando. Rogué por una carambola de meteoritos y que uno grande de rebote nos diese justo en el centro de la civilización. En eso, entró corriendo el Amadeo, que es mi sobrino y en esa siesta lo estaba cuidando. Se puede decir que fue un prejuicio o una costumbre pero pensé y ahora cuál se mandó. Me hizo seguirlo hasta la calle mientras me explicaba que habían encontrado un gatito lastimado.

En la puerta de casa estaba el Nahuel confortando al gatito que en realidad no era tal… Bah sí… Era un gato blanco y negro, pero era uno enorme, callejero, de mil batallas. Un guerrero de medianeras. Se veían en él trazas de una vida dura. Le faltaba la mitad de una oreja y tenía una profunda cicatriz en la nariz. De su boca salía un hilito de sangre. Cuando me vio retrocedió y me mostró los dientes amenazantes; pude ver que le faltaban un par seguro por alguna pelea reciente. Tenía la boca hinchada con sangre seca, coagulada y goteando en la vereda, el pelaje grasiento y unas garras que daban miedo. Me miraba receloso, con ganas de iniciar una pelea conmigo. En cambio, al Nahuel y al Amadeo los dejaba que lo tocasen y les ronroneaba plácidamente.

Se llama Rocky – dijo el Amadeo, presentándonos – Por el boxeador de la peli – agregó. Lo acabamos de conocer – me informó el Nahuel. En realidad me llamaron a mí como una formalidad porque ellos tenían todo resuelto. El Nahuel fue a su casa y trajo un cuenco con leche, mientras el Amadeo hurgó en la heladera y sacó dos huevos y un paracetamol que batieron junto con la leche y se lo dieron al animal. Entre tanto lo acariciaban y le hablaban diciéndole que todo iba a estar bien. El Rocky los miraba embelesado, con devoción. Se tomó ávidamente el menjunje. A mí me mandaron a buscar un veterinario. Obediente, fui hasta el carril Urquiza sabiendo que ahí había uno, pero estaba cerrado. Pura siesta. Pensé en regresar en un rato.

Cuando volví los chicos me dijeron que el Rocky se había ido, conjeturo que satisfecho, más calmado y muy agradecido con el Amadeo y el Nahuel, quienes entendieron a regañadientes cuando les expliqué la condición de errante empedernido del Rocky. Los dos brillaban en un Nirvana de inocencia y solidaridad y me contagiaron con un poquito de su luz. Me hicieron sonreír y me enseñaron que no todo está perdido.

El Rocky seguro que anda por los techos, cuidando sus dominios y batallando como buen gato callejero. El Amadeo y el Nahuel están jugando a la pelota, ya se está por escuchar cómo se rompe un vidrio.

El Rocky, el Amadeo y el Nahuel son compadres y eso me dice que aún hay esperanza.

 

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