/El último grito, un cuento de fulbo

El último grito, un cuento de fulbo

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La muerte es algo curioso, inexplicable. Algunos le temen, otros la enfrentan, pero todos sabemos que a nadie le es indiferente. Ésta es la historia de cómo Gonzalo Puertas la venció. Si, así como lo leen.

Un 28 de agosto de 2050, Gonzalo, que por entonces transitaba sus 65 experimentados años, estaba muy ansioso. Quizás demasiado para lo que su corazón un poco arrítmico podía soportar, pero eso no era problema para él. No era para menos tal agitación, su amado Sportivo Coronario jugaba la final de la Copa Libertadores, torneo que nunca en su futbolera vida de gambetas y cañitos había podido festejar. La cita era contra el temible Club Atlético Los Fiambres, que nadie sabía bien de que oscuro averno sudamericano habían salido, pero ahí estaban en fin. Y por si esto fuera poco, ese mismo día era el cumpleaños del viejo Gonzalo.

Entenderá entonces, mi estimado lector, que éstas eran razones suficientes para el pedido que nuestro personaje le hizo en ese día a su familia. Una vez comido el bife a caballo con papas fritas, y soplado las 65 velitas, debían dejarlo en absoluta soledad, confinado a su cuartito de cábala en el que no había más que un televisor oxidado e innumerables banderines, muñecos, gorros y banderas de su amado Sportivo. Lo que Gonzalo no advirtió, abrumado por el nerviosismo y la expectativa al entrar al dos por dos, era una silla que sobraba, ajena a todo lo demás y separada un metro de su intocable sillón.

Salen los jugadores a la cancha, la Copa exuberante esperando por ser conquistada. Gonzalo, acomodado ya en su mítico asiento, sintió varios escalofríos (por los nervios, o por algo más), y esa piel de gallina que solamente aparece en presencia de una fuerza abrumadora, la respiración entrecortada que genera ver a tu equipo salir a jugarse la vida. Pita el árbitro, dando comienzo al encuentro, y Gonza se agarra fuerte el pecho.

– Suerte Gonzalo, mi viejo amigo, aunque dudo que vos o tu equipo pasen de esta-. Mirando al costado, en la silla que no había visto, estaba la Muerte misma, con la casaca de Los Fiambres sobre la túnica negra, la Guadaña descansando sobre las rodillas. –¿Vos sabés que algo me decía que te iba a ver por acá?-dijo Gonzalo, que para nada se achicaba- Ya estamos en el baile, bailemos nomás. Y así él y la Muerte, muy segura de ver triunfar a su cuadro, vieron juntos la final de la Copa. Otro remate que da en el travesaño de Coronarios, y otra puntada en el corazón de Gonzalo. La Muerte reía tranquila, mientras comía el jamón crudo y bebía la cerveza que caía al piso por la boca calavérica. Más contragolpeaba el equipo de los Fiambres, más dolor había en el pecho de Gonzalo. Y más carcajadas y guadañazos de alegría al aire lanzaba la Muerte.

Pero resulta que a los 88’, cuando el partido seguía 0 a 0 y Coronarios estaba arrinconado en su área, una extraña luz pareció iluminar el campo de juego y también la pequeña habitación donde miraban el partido. Ataca Gatica, que no pierde el tiempo y con un centro de rabona encuentra la cabeza de De Monte, que pone el 1 a 0 milagroso. El corazón de Gonzalo, inexplicablemente, estaba maltrecho pero aún latiendo desenfrenado de locura por tal hazaña. La Muerte estaba desorientada, había perdonado muchas vidas para ver ese partido y mofarse de Gonzalo, pero ahora se daba vuelta la cosa, y la situación la ponía colérica. –Ya vas a ver Gonzalo, festejá ahora, pero al partido le falta y los Fiambres nunca me fallan.

Pero ese día le fallaron. Vencido, el equipo recibió otro ataque fatal de Coronarios, con una espectacular chilena de Gutiérrez desde la medialuna. Sin dudas, el mejor gol que vio Gonzalo en su vida. Y también el último. –¡YA BASTA, SE ACABÓ! Guadañazo al corazón, y así fue como Gonzalo Puertas, al grito de “GOOOOOOOOOOL’’ y con éxtasis en los ojos habiendo vencido al cuadro de La Muerte, dio su último suspiro en este mundo.

Nunca más se puso la Parca la camiseta de los Fiambres, pero curiosamente se supo luego que todo el plantel había caído inexplicablemente por un barranco en el micro de vuelta, no quedando ni uno sólo vivo, haciendo honor al nombre del funesto club.

Escrito por Fede para la sección:

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