Nahuel miró a Juan y se arrepintió de querer contarle lo que pasó, cambió su vista hacia adelante, ya era muy tarde, tenia que contárselo, confesarlo, el secreto era algo que le carcomía el alma, era como un hierro caliente recién salido de una forja que le quemaba el pecho. No podía seguir guardando el secreto. No, ya no podía. Sin darse comenzó a contarle a Juan lo que le sucedió en esa misma ruta oscura muchos años atrás.
– Hace ya 9 años, yo me encontraba viajando todos los días, no creo que lo recuerdes, pero cuando mi hija Emma nació estaba muy enferma.
– Si algo me comentaste hace mucho, que casi murió.
– Gracias a Dios no le pasó nada – Nahuel hizo un gesto con su cabeza, como borrando un mal recuerdo -, y hoy es una niña sana. Un día cuando faltaba poco para que le dieran el alta, yo volvía del hospital central para mi casa, me bañaba, tomaba algo y salía a la fábrica. Mi señora estaba con ella en el hospital y yo no quería dejarlas solas, pero no podía descuidar el trabajo.
– Si recuerdo que en esa época estabas hecho un zombi – asintió Juan.
– Bueno, esa noche venía conduciendo por la entrada del bosque Duperial, cuando faltaba un retorno para llegar a mi entrada, un hombre borracho salió al medio de la autopista y no tuve tiempo a nada – Juan lo miro fijamente – Lo agarré de lleno con la trompa del auto, el hombre salió volando por arriba de techo, creo que si en esa época no hubiese tenido el Falcón yo también hubiera salido herido de aquel accidente. Pero como el auto era muy duro, no me paso nada. Salvo un abollón en el capó y sangre en el paragolpes.
La cuestión es que yo venía conduciendo a 100 o 110 km/h. Sin querer lo maté – Juan lo miró sin mostrar ningún tipo de sentimiento, no podía creer lo que le estaban contando, Nahuel se desesperó y gritó enojado – ¡No se que mierda hacía un borracho en el medio de la ruta!
– No te estoy juzgando, solo te estoy escuchando, calmate. ¿Que pasó después?
Nahuel se tranquilizó y prosiguió – Me detuve, por suerte no había nadie en la autopista. Caminé como 50 metros dónde estaba el cuerpo. Lo reventé, prácticamente estaba molido. La caída hizo que su cabeza hiciera una vuelta de 180 grados, estaba completamente lleno de sangre. Eso me impresionó más, su cara retorcida y sus ojos abiertos acusándome. No lo conocía, quizás tenía hijos, quizás no. Quizás era solo un borrachín de pueblo. Pero borrachín de pueblo o no, yo iría preso si alguien se enteraba.
Corrí hasta el Falcón, volví en reversa, lo cargue en el baúl y me fui a mi casa. Saque una pala y me fui hasta el bajo del río, en Palmira. Estaba más o menos a 5 km de donde fue el accidente, y pensé que al tratarse de otro pueblo quizás no lo buscarían por ahí.
Cavé tan hondo como pude y deposité el cuerpo allí. Sin identificación, sin nada que revelará que eso era una tumba. Me subí de nuevo a mi vehículo y fui a trabajar. Después ese mismo día mi esposa me llamó para decirme que Emma ya estaba bien, que la fuera a buscar para ir casa.
Desde ese día, he vivido castigándome por lo que hice, pero mi esposa y mi hija me necesitaban y lo volvería a hacer. Me arrepiento de lo que pasó y he llorado mucho a ese hombre.
– ¿Nunca encontraron el cadáver?
– No, años después me enteré de que era como yo pensaba. Un borracho de pueblo, tenía hijos pero nadie lo quería, todos pensaban que se fue de joda a otro lugar y nunca volvió. Solo yo se donde esta, fui un par de veces a llevarle flores, no lo sé. Siento que se lo debía.
Juan no faltó a su promesa, no lo cuestionó y pensó que en esa situación probablemente habría hecho lo mismo. Se quedó callado, conduciendo por dos minutos. El silencio pasó a ser muy incómodo.
– Nunca me lo hubiera imaginado, te comprendo. Creo que yo hubiera hecho lo mismo.
– Así, bueno de alguna forma esto me ayudó, me siento más tranquilo.
– Yo también, me hizo bien desahogarme.
Fue entonces cuando las luces intermitentes volvieron, solo que esta vez fueron solo dos o tres. Juan aceleró el Palio lo más que pudo, casi a 160km/h. El auto vibraba, parecía que estaba a punto de desarmarse. Condujo en línea recta a toda velocidad desesperándose cada vez más, Nahuel se encontraba en el mismo estado. Ya estaba harto de estar en el auto.
– ¡Acelera mas, no te detengas! – gritó Nahuel, muy a lo lejos se divisaba una tenue luz blanca, la cual parecía ser la fuente de la luces intermitentes.
– ¡Quiero que esto se termine!
– Yo también, siento una extraña sensación de paz. Todo lo que dijimos queda entre nosotros
– Si.
En ese momento la luz que estaba a distancia comenzaba a debilitarse ante tanta oscuridad. Ambos perdían la esperanza, el único indicio de algo diferente, quizás de una posible salida, se estaba perdiendo.
– Tengo una idea, pero no te va gustar.
– ¿Qué? – preguntó Nahuel.
– Si choco contra la barrera de cemento y estamos en un bucle o lo que sea, quizás nos despertamos o algo. Está visto que por más que conduzcamos no va a pasar nada.
– ¿Estás seguro?
– Si, es mejor que nada.
– Esta bien, pero antes frená un poco – Juan bajo la velocidad a 80km/h. Ambos se colocaron los cinturones de seguridad.
– ¿Estás listo? – Nahuel asintió con la cabeza, entonces Juan metió un violento volantazo apuntando a la barrera de hormigón. Pero lo que pasó los dejo sin habla. La autopista se deformo, creando una curva que le impidió al Palio salirse de la ruta. Juan frenó de a poco hasta que el vehículo se detuvo – ¿Que mierda acaba de pasar?
– No lo sé – Nahuel sentía como los bellos de los brazos y nuca se le erizaban, mientras que la luz a luz lejos se seguía debilitando, casi como una vela a punto de perder la cuerda que la mantiene encendida..
Juan se puso frenético y aceleró, el auto salió escarbando. Llegó nuevamente a los 160km/h e intento embestir otra vez la barrera, pero el resultado fue el mismo. La ruta se adaptaba al las variaciones que hacía el auto.
No podían bajarse, no podían chocar, no podían hacer absolutamente nada. Ambos comenzaron a llorar, la situación era desesperante y la oscuridad de la ruta era cada vez más intensa, la luz alta del vehículo apenas alcanzaba iluminar el camino. Ya no sabían que hacer, hasta que en un momento la luz de la distancia los encandilo y varios flashes golpearon el parabrisas del Palio, trayendo con ellos imágenes proyectadas como en fotografías.
Ahí recordaron todo. La memoria volvió lentamente y la piel de los dos hombres se encrespó como nunca, tenían frío, estaban helados. Sus ojos se hundían, la piel se les ponía blanca y los labios azules. Cada haz de flash provenía de la luz a la distancia, le mostraba imágenes de una secuencia que transcurría en el parabrisas del auto, algo así como una película antigua, cuadro por cuadro.
Los hombres recordaron entonces.
– Salimos apurados – dijo Juan
– Si, y llegamos a la autopista.
– Pero algo nos pasó.
– La camioneta encerró al camión y yo choqué de lleno contra él.
– Y la policía sacaba fotos de nuestros… – Juan y Nahuel vieron entonces como sus cuerpos estaban destruidos en la ruta, completamente lacerados y mutilados. El Palio seguía su camino, como si tuviese mentalidad propia, mientras ellos admiraban el desolado desenlace de sus vidas. Y así siguió conduciendo el vehículo perdiéndose en la oscuridad eterna, intentando alcanzar la luz a la distancia.
FIN