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El último viaje

-No, no puedo

Se dijo eso a si mismo, en la penumbra de la habitación que usaba para escribir. Tenia que terminar su libro, no había otra opción. El editor había estado llamándolo todo el día y no podía demorar más. Le dolía la cabeza, pero arrojó unos cubos de hielo a su vaso de whisky, y bebió con prisa todo el contenido. Se puso de pie y se acerco al tocadiscos, y quito el disco de Bill Evans que sonaba ajeno a su mente. No podía avanzar, sentía que desde que Clara se había ido todo había perdido sentido. Había vuelto a tomar mucho  alcohol y la pila de colillas de cigarrillo se amontonaban en un cenicero. No podía seguir así, pensó para sus adentros, y aunque afuera diluviaba como nunca, tomo su sobretodo y su sombrero y salio presuroso sin cerrar con llave. Ya nada importaba.

La calle oscura y solitaria le pertenecía. Caminaba sin prisa, con la lluvia empapando su ropa. El aullido lejano de un perro hacía aun mas fantasmagórica la escena, cuyo protagonista era ese hombre de aspecto sombrío.

Sin saber donde iba, entró a un club de jazz y eligió un mesa alejada, donde la luz era escasa y se sentó con pesar sobre una silla desvencijada. El humo del tabaco y el alcohol eran los reyes del lugar: casi no distinguía los músicos en la lejanía, que tocaban algunos standars de Miles Davis. Encendió un cigarro y la mesera le trajo un vaso de whiskey, como si supiera cual era su deseo, el cual aceptó sin decir nada.

La noche transcurrió lentamente, y la bebida que había en su vaso fue el ansiolítico para anestesiar un poco el tiempo. Sentado en su mesa, parecía estar ajeno a todo lo que ocurría alrededor.

Ya había tomado la decisión, no había vuelta atrás. Sintió un poco de miedo, su sola presencia lo asustaba. Comenzó a golpear el pie contra el suelo y encendió otro cigarro. Esperaba con impaciencia que se acercara la hora, y cuando el reloj llego a la hora señalada, miro fijamente la puerta, que se abrió lentamente. Un hombre entró y camino directamente hacia la mesa y se sentó en ella. Ninguno de los dos hablo, como si ambos supieran lo que estaba pasando, como cómplices de lo que iba a suceder. Apuró el ultimo trago y ambos se pusieron de pie. Salieron del bar y comenzaron a caminar calle abajo. La lluvia había cesado. La marcha era lenta y silenciosa; iban perdidos entre la bruma y escondidos en sus abrigos.Finalmente llegaron al puente que permitía cruzar un río. Bajaron una escalera y llegaron hasta la orilla. Allí los esperaba una pequeña embarcación. Tragó saliva y bajo la cabeza.No tuvo miedo y subió; también lo hizo el otro hombre. La barca comenzó a moverse, ya no había tiempo de arrepentimientos. Surcaba las aguas y se dirigía hacia la oscuridad. Levantó la vista, y por primera vez en la noche miro al extraño a los ojos, algo que solo se podía hacer una vez. Había mirado a los ojos a la muerte.

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