«Si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada»
F. Nietzsche
Estaba sola en la estación Malabia, subte linea B de la Ciudad de Buenos Aires. Miraba los dibujos del andén que tenía enfrente. Un mural oscuro, de criaturas como serpientes, un valle de muerte y una montaña de calaveras y huesos. Siempre me gustó mirar con atención esos 15 metros de pintura subterránea. Al recorrer con la vista el mural, era imposible no terminar en la profundidad del túnel, jugando a mirar hasta dónde se ven las luces. Solo los primeros tramos están iluminados.
Observaba hasta que no había luz y volvía la mirada por las vías del subte, haciendo equilibrio con las pupilas que se ajustaban a la diferente iluminación.
Mientras mi mente jugaba en los fríos hierros de la construcción ferroviaria se me cruzaban ideas de esas que siempre me rondan… ¿A qué velocidad me mataría la unidad si pasara ahora mismo? ¿Sería una muerte instantánea, o sentiría mi piel rasgarse y los huesos astillarse entre los rieles y las ruedas?¿Sería más eficaz caminar por el túnel hasta perder la luz, quedarme bien pegada a la pared y cuando el subte venga, saltar?
La mayoría de los suicidios en la capital se dan en las vías subterráneas. De éstos, la mitad del total contado eligen las líneas E, D y A; el 50% restante suceden en la línea B. En el 80% de los casos, en la estación Malabia.
¿Por qué eligen el subte, a veces en hora pico, para morirse? ¿Por qué el subte y no el tren? ¿Por qué esa estación?
Las respuestas comenzaron a llegar solas, cuando la oscuridad del túnel me susurró frío desde la nuca y hasta la parte baja de la espalda. No debía viajar lejos, ni esconderme. El B es el que más frecuencias tiene y avanza en línea recta; sin curvas en las que frenar. Rápido, eficaz y sin posibilidades de fallar y lo que más me gusta es que es increíblemente simbólico. A fin de cuentas, ahí estábamos todos enterrados.
Me dieron ganas de investigar un poco más. ¿Qué tiene esta estación que se lleva mortales al campo de los olvidados? Antiguamente esta línea solo llegaba hasta la estación Federico Lacrozze. Fue luego de su extensión hasta Juan Manuel de Rosas, que los aspirantes a muertos se empezaron a postular, llamados tal vez por las almas a las que le interrumpieron su descanso.
Para empezar la construcción, tuvieron que sacar cuerpos del cementerio de Chacarita, para usar parte del terreno. Los pusieron en fosas comunes, y continuaron la ampliación.
En los talleres de la línea B, se cuenta la historia de la señora. Una mujer que deambulaba por los baños y otros sectores. Me dijeron los talleristas que, siempre que la ven, alguien aparece muerto, ya sea un suicidio, un compañero o algún indigente de los que duermen en las inmediaciones de la línea.
— Los compañeros que se mueren no los hacen noticia, y con los vagos pasa lo mismo. Nadie los reclama y hasta sienten que es mejor… uno menos. Y con los suicidios, hasta por ahí no más. Vemos muchos nosotros, más de los que se hacen noticia. ¿Sabes cuáles son noticia? Los que demoran el recorrido en hora pico, y ¿sabes qué dicen las noticias? “Muchas personas se vieron perjudicadas por la demora de la línea B, debido a un trágico hecho”. Les importa un carajo quién se tira y por qué. El otro día, no hace mucho mirá —continuaba hablando José, con un poco de tristeza y de indignación— se mató un pibe de unos 21 años. Allá en la estación Malabia, como a las diez de la noche, a esa hora ya no hay tanta gente en los subtes. Dejó su mochila en el andén, arriba de la mochila el documento, calculo que para que lo reconocieran y se tiró. Así sin más. La mochila tenía un sándwich a medio comer y una carpeta con currículums. Pero esa no es noticia, porque el pibe no jodió en hora pico.
— ¿Y esa historia de la señora qué es?
—Eso, historias. Que la gente se inventa para no ver la realidad.
—Pero de algún lado salió…
—Si. La novia, la viuda. No se sabe si es la misma, o son dos diferentes. Una joven que la obligaron a casarse, cumplió el mandato y después vino y se mató. Como por el año treinta o cuarenta se tiró un viejo de sesenta años, que dicen que tampoco encuentra descanso. El subte era algo muy nuevo en esa época. Yo paso muchas horas acá abajo. Cuando escucho algo, me hago el pelotudo y empiezo a putear.
—¿Rezar no?
—Tsss, me siento más seguro puteando.
—¿Y usted vio algo, José?
—A veces se ven sombras, pero quiero pensar que son ratas. Ratas grandes y gordas, tal vez dos o tres ratas grandes y gordas y nada más. Por las dudas no miro fijo a lo lejos, uno no quiere creer pero que las hay…
—… las hay. ¿Y él quién es? —pregunté señalando a un tipo que caminaba solo con una linterna hacia la profundidad del túnel.
—Es Alberto, hace treinta años que trabaja acá. Se encarga de recorrer desde las once hasta las cinco de la mañana, los túneles. Está loco el viejo… y le gusta. Él dice que, si lo hace solo, mejor. Nosotros lo gastamos con que va a ver a la novia.
—Gracias José, fue muy amable.
Si vamos a hablar de almas que se quedan penando en las vías del subte, podemos mencionar muchos casos más, que no fueron suicidios pero igual forman parte de estas historias. El año pasado se realizó un estudio en el que que encontraron unidades de la línea B y C, contaminadas con asbesto —mineral metamórfico fibroso con propiedades aislantes, resistente al calor que ante exposición prolongada provoca altas tasas de cáncer—. Vinieron de una compra “de segunda mano” que realizó nuestro gobierno a una empresa de Madrid que tiene una multa millonaria fruto de las demandas laborales de empleados y viudas.
También se menciona en los talleres, las malas condiciones con las que a veces tienen que trabajar. Uno de los casos del que más se habló fue el de Matías Kruger, un operario electromecánico que trabajaba en la línea H. Murió al ser alcanzado por una descarga de 1500 voltios. La partida de Kruger sucedió veinticuatro horas después de una audiencia en la Subsecretaría de Trabajo donde los metrodelegados exigían a la empresa que se sancione un protocolo para los trabajos con riesgo eléctrico. “Si los protocolos existieran, en la audiencia no tendrían que haberse negado a discutirlos. Tendrían que haber dicho que existen y cómo se mejoran. No tenemos un protocolo de riesgo eléctrico, si lo hubiera, Matías no estaría muerto”, ratificó el metrodelegado.
Pero de todas las muertes mencionadas, desde la novia, la viuda, el viejo, los suicidios, los trabajadores sólo a uno pudimos ponerle nombre. Los demás muertos se vuelven parte del moho de las paredes, del olor a podrido de las estaciones que tienen agua estancada. Se funden con ese olor inconfundible a cable quemado y se nos escapan por las correntadas de aire caliente con olor a pichí en las escaleras.
La muerte viaja ligera, por los 11,8 kilómetros de túnel que tiene la línea B.
No sé. ¿Será el mural, que invita a ser parte de los tonos grises y azules? Que manera poética de pensar la muerte, ser parte de su color. ¿Será la oscuridad que llevamos dentro, la que se reconoce? Tal vez unos nacen para seguir, otros para quedarse en el camino y otros nacemos para admirar la muerte, esa última aventura a la que nos sometemos voluntariamente todos los días. Me gusta. Me invita, no sé quién, pero me llama. Y me encontró acá, en la cotidianidad de mi rutina. Acá donde empiezo mi día y lo termino pensando en un escape hacia la deshumanidad, al desastre, a la locura de vivir. Pensando en no pensar más, en la estación Malabia del Subte B.