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En el balcón

El balcón ornamentado sobresalía del perfil. Una enredadera cubría su baranda, una hermosa glicina con flores violetas similares a racimos trepaba por las maderas ya gastadas por acción del tiempo, el viento y el sol. Estaba anocheciendo, los colores rosados teñían la tarde noche Mendocina y se dejaban recortar por esos leones posados (sobre), las montañas.

Un individuo disfrutaba del balcón apoyado sobre sus codos, en una actitud laxa. Podría decirse que el sujeto estaba tranquilo, tomándose un momento solitario. Sebastián sostenía su mirada en el mundo que existía debajo del balcón, en la calle adoquinada, en las personas realizando sus actividades, relacionándose. Le encantaba observar con detenimiento el comportamiento de las personas. Sacaba conclusiones interesantes, sin embargo, nunca las llevaba a la práctica. Siempre prefirió la soledad en desmedro de una buena compañía.

Los transeúntes mantenían un paso continuo, como un organismo vivo que fluye a través de la ciudad, a través de nuestras venas, a través de la vida, la muerte y el infinito ciclo interminable. Una multitud se había reunido alrededor de un señor mayor, parecía estar hablando de forma interesante. Un verdulero, una señora con un cochecito, el pibe del delivery, entre varios, se encontraban sumidos en una conversación amena, intercambiando ideas con el señor canoso.

Sebastián podría haber imaginado lo que sucedía, también podría haber adivinado lo que pasaba, pero otros pensamientos invadían su cabeza. Pensamientos profundos, pensamientos que se dilatan en un nebuloso horizonte. Su vida acababa de dar un giro y todavía no lograba acostumbrarse a esas nuevas reflexiones, a esas nuevas ideas que ahora ocupaban una fracción de su tiempo. Claro está que hay un cierto porcentaje de pensamientos por día. Sebastián había ocupado recientemente un gran porcentaje en nuevas reflexiones que lo tenían abrumado.

Él, el balcón, el pueblo, la ciudad, el país entero, el mundo y todo el cosmos a su alrededor. Sebastián observando, la gente discutiendo. El señor comenzó a gritar, reproduciendo sonidos pasados por un tocadiscos.Algo lograba entenderse:

  • Lo que es y siempre fue, esas personas ¡Los que se fueron y tanto extraño!

Algunos lo escuchaban desde la esquina siguiente, otros desde muy cerca conversaban y algunos tímidos se acercaban, prestaban atención unos segundos, y volvían a bucear en su mundo, motivados por razones ajenas a todos, caminando, o manejando. Pensando. Imaginó una historia cruda, una vida de desencuentros, una concatenación de hechos y circunstancias que habían llevado al señor canoso a dar un discurso en medio de la calle España.

Él había sido jardinero, apasionado por las plantas, dedicó su vida a cuidarlas regándolas cuando lo necesitaban y podándolas cuando crecían desmesuradamente. Las enredaderas trepaban por las galerías y el disfrutaba mateadas y jugos de naranja que los empleadores le ofrecían. Además, en su casa, poseía una enorme colección de bonsáis. Los quería casi tanto como a sus hijos (no más que a sus nietos), y disfrutaba ver los cambios estacionales que estos seres vivían año tras año.

Un día como cualquier otro un hombre imaginó, sentado en un balcón, la historia de un jardinero. Un jardinero que ahora argumentaba frente a un montón de personas, curiosos y algunos policías que se habían acercado. Un hombre que estaba a punto de perder sus cabales. Otro, expectante aunque con la mirada perdida, se encontraba suspendido a seis metros y medio, fumando de una pipa entre flores de Wisteria.

Sebastián estaba a punto de retirarse, dejándose llevar por las obligaciones que necesitaba atender, sus plantas, su trabajo o su familia… Decidió mirar por última vez la situación. Posó la mirada sobre el anciano justo cuando este volteó su cabeza y clavo sus ojos, penetrantes, profundos como el horizonte nebuloso, sobre los suyos. No hizo falta más que eso. Nunca pudo olvidar aquello.

Siempre pienso en esos ojos, en esa conexión momentánea, espontanea, pero tan significativa como para dejar de lado la imaginación y comprender la terrible verdad.

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