/Éste va a ser nuestro secreto

Éste va a ser nuestro secreto

Era navidad, lo visitaba en la cárcel, como hace ya un año. Era nuestra primera navidad ahí, no importaba el lugar, él era la persona mas importante en mi vida, mi papa.

***

Todo comenzó hace un tiempo… lo recuerdo con lujo de detalle. Sonaba el tema “Canción animal” de Soda, buscábamos, una mesa para sentarnos. Mi amiga Pato, como siempre, saludaba a todo el mundo.

La verdad que pocos le prestaban atención a la banda, a mi me encantaba Soda, y sobre todo ese tema.

Pagamos un vino entre cuatro, nada tan caro. Se acercó el mozo, y me dijo sonriendo “dice el bajista que te regala un trago… ¿qué te gustaría tomar? Sorprendida, giré para mirarlo. Levantó la mano, me sonrió mientras se me acercaba. Al llegar a mi lado me susurró al oído “éste va a ser nuestro secreto, hermosa”

Se hizo como un silencio absoluto en mi cabeza. Así conocí a Eze.

Esto le contaba paulatinamente a la fiscal, que escribía lo que yo iba diciendo.

– ¿Estas segura que queres hacer la denuncia e iniciarle una causa? – Me preguntaba, ya que en estos casos, siempre terminan volviendo, se arreglan y todo queda en la nada. – ¿¡Estas segura!? – Ahora estas enojada y lo odias… después se les pasa y vuelve todo a la normalidad… hace 10 años veo casos así – comentó mientras yo me limpiaba la sangre de mi brazo. Seguí recordando…

Tirados en su cama, escuchábamos mucha música, compartíamos gustos similares, teníamos sexo todo el tiempo, teníamos demasiada química, nos olvidábamos totalmente del tiempo cuando estábamos juntos.

Yo soy bastante fría, y el tan dulce… generábamos un equilibrio copado.

Cada vez que salía del trabajo, él estaba en su auto esperando por mi, nos íbamos al parque a tirarnos en el pasto, a charlar… siempre había de que.

Y entre besos, caricias, y mas besos, sentía que estaba total y absolutamente enamorada de él. No quería estar en otro lugar, mas que ahí, apoyada en su pecho, escuchándolo, respirando su olor, ¡¡Dios!! Siempre olía tan bien.

– Te amo – me dijo despacio – éste va a ser nuestro secreto, sabes.

El amor tiene esa gran virtud, de que unas simples palabras te generen esa emoción física indescriptible, esa adrenalina que te adormece la negatividad y solo te sentís inmensamente dichosa, feliz.

– Si necesitas mas papel higiénico me pedís – me decía la fiscal – parece que eso te dejó de sangrar – dijo mirándome el brazo.

Eze vivía solo, por lo tanto nuestra estadía era muy constante en su casa. Y además su pasatiempos era hacer pistas para sus temas, y tenía todo montado para trabajar ahí. Mi viejo cada vez que podía, se quejaba….

– ¡Al fin venís!, aunque sea a ver si estoy vivo, ¡ni el celular me atendes Lucia! – resongaba.

– ¡Te amoooo papa! No lo he escuchado – le decía mientras me ponía la campera para salir de nuevo. Ya casi no iba a mi casa, solo a cambiarme y me volvía a ir a lo de Eze.

Él podía estar horas arreglando pistas. A veces me sentía dejada de lado, pero mi admiración hacia él era muy por encima de eso, yo lo bancaba.

– ¿Queres sopa? – le dije una vez – voy a calentarme un plato, estoy cagada de frío.

– Si gorda, dale – me respondió.

Ordené la mesa y le dejé su plato…

– ¿Que queres tomar? – le grité desde la cocina, abriendo la heladera.

– ¡Fijate si queda Sprite! – me contestó.

Pasaron unos segundos entonces lo escuché gritarme desde la mesa…

– ¡Lucia, veni por favor!… y apúrate – salí rápido de la cocina, con la botella, los dos vasos, apoyé todo en la mesa.

– ¿Que pasó? – le pregunté.

– ¡Toca esto boluda! – me gritó.

– ¿¡Que cosa!? – pregunté al tiempo que me señaló la sopa – ¿está fea? – agregué.

– ¡No! – dijo enfurecido – ¡Esta fría!, ¿realmente la calentaste nena? – y me acercó la mano para tocar el plato.

La verdad estaba tibia. Suspiré fuerte, bastante idiota por lo mal que me había tratado. Y aunque no era de quedarme callada, guardé silencio, fui hasta el microondas y la calenté mucho mas que antes, así me aseguraba que no se volviera a quejar.

Llevé el plato con una manopla, ya que realmente se había calentado mucho esta vez.

Le dejé el plato, me fuí a sentar y escuché que gritó

– ¡La re concha de la lora! – me asusté y a la vez me enojé por su insulto.

– ¿Que pasó ahora? – le dije.

– ¡Esto esta hirviendo nena! Me quemé, no haces nada bien. Tan inútil podes ser.

– ¡Anda a cagar nene, estas insoportable hoy! – le contesté furiosa.

Me levanté y empecé a subir la escalera para irme a la habitación. Entonces vino desde la mesa, casi corriendo. Me agarró de la capucha del buzo y me arrastró hasta abajo, me caí obviamente. Me pateó en la cadera varias veces.

– ¡Anda a cagar vos imbécil! – me dijo a los gritos. Siguió insultándome mientras se alejaba a seguir con lo suyo.

Yo, sinceramente, no me acuerdo de sentir dolor físico, de hecho, y para asombro mío, no sentí nada físicamente, estaba paralizada. Por dentro era distinto, me sentí tan triste, que ni siquiera podía llorar, era raro, no sentí miedo tampoco, era mi amor, era mi Ezequiel. ¿Cómo le podía tener miedo? Él me amaba y yo a él. ¿Que le había pasado?

Me levanté frustrada, shockeada, agarré mis llaves y me fui. Él me ignoró por completo, como si nada. Manejé hasta la plaza de Godoy Cruz. Me estacioné frente al Banco Superville. No podía parar de llorar, temblaba entera. Pasada una media hora, entre aturdimiento y llanto desconsolado, respiré e intenté reponerme para llegar a casa, eran las dos de la mañana, solo quería irme a dormir.

Era martes, tenía franco, casualidad aliviadora. Me desperté a las once, realmente me dormí profundo.

– ¡Nenaaaa! ¿Queres café? – preguntó mi viejo golpeando la puerta de mi habitación.

– ¡Siiii papi porfa! – Respondí.

Si se enteraba lo que me habían hecho, lo reventaba. Era mejor guardármelo para mi. Era nuestro secreto. Veo mi celular… tenía 26 llamadas perdidas y mensajes de disculpas, en todas las diferentes redacciones. Mientras leía los mensajes, escuché el timbre.

– ¡Luciaaaa! – me llamó mi papá.

Me levanté dormida. Entonces las vi… me traían rosas, hermosas como las que me gustan a mi. Eran perfectas.

– ¡Aaaapa! – bromó mi papá – viene serio esto – Otra vez me remordía pensando… ¡si supiera lo que había sucedido anoche!, lo mucho que odiaría a Ezequiel.

El episodio quedó totalmente olvidado. Yo lo amaba, aparte, pensaba, “todos nos sacamos alguna vez”. Yo también era idiota, picuda, rebelde e inmadura por momentos. Pensaba, justificando lo ocurrido.

Los episodios se hicieron mas repetidos, yo ya no lo sentía tan dolorosos, de hecho hasta podía percibir cuando iban a pasar, me volví experta. Sabia que decir para que no se alterara. A veces, con mucha suerte, lo lograba calmar, lo disuadía de su ira hacia mi.

Incluso especulaba que si estábamos solos no podía hacer nada, nada absolutamente que lo molestara, nadie podría ayudarme, era peligroso, arriesgarme así. Sabía como maquillar moretones, qué decirle a mi viejo y a mis amigos cuando me preguntaban “¿¡que te paso!?”. Realmente me había vuelto experta en historias, en mentir. Nadie sabia lo que me había pasado. Sentía que aún lo podía controlar.

Yo no lo odiaba, al contrario, pero si… me sentía totalmente desganada. Incluso no podía llegar a ningún orgasmo con él, pero los fingía, fingía todo. Socialmente éramos la pareja perfecta. Eso me gustaba.

La médica forense era una señora muy gorda, muy antipática.

– Poné el brazo acá arriba, ¡a ver! – me ordenó.

– ¡Auch! – me quejé al mover el brazo.

– ¿Dónde más te pego?, aparte de la cara y el brazo – Me preguntó.

– En ningún lado mas – contesté bajito.

Era viernes, el venía de tocar en Potrerillos, yo ese día estaba realmente odiosa. Me había venido, para variar. Tenía la excusa perfecta para no tener sexo. Eso era bueno. Me tiró del brazo, pero esta vez para sentarme en su falda. Me empezó a besar, yo intenté enfriar la situación. Me levanté…

– ¿A dónde crees que vas? – me dijo con ese tono que ya era muy conocido para mí. Entonces todo se convirtió en una pesadilla…

No hicimos el amor, él no lo hacia… Me tiró al sillón boca abajo muy fuerte, me rompió la ropa, me tiró tan fuerte el pelo que sentía como me arrancaba un mechón. Me penetro muy fuerte, esta vez si sentí dolor, mucho dolor. Mientras me decía…

– ¡Yo se que te gusta Lucia! éste va a ser nuestro secreto.

– ¡Basta Eze por favor! – solamente pude exclamarle mientras me mordía el brazo tan fuerte…

Hasta que me rendí de suplicar… solo quería que acabara rápido, intentaba relajarme, soportar, mientras me culpaba a mi misma, me hablaba y me respondía en mi cabeza “que boluda sos Lucia, te lo mereces”.

Estaba loco, era un hijo de puta, ¿pero yo? Yo también lo estaba, yo lo cubría, yo lo bancaba. Yo estaba ahí dejándome violar y maltratar, solo porque yo lo había elegido, no era culpa de nadie. Era mía. Mía sola. Ya no le tenía miedo a él. Me lo tenía a mi. Me asustaba esa Lucia, a la que había llegado, la que toleraba esas situaciones espantosas.

– ¿Con qué te lastimo el brazo? – me interrogó, la forense.

– Me mordió – dije en voz baja.

– ¿¡Que!? ¡Habla fuerte por favor nena!

– ¡Que me mordió! – dije avergonzada, subiendo la voz.

– Todo esto va a llegar a su dirección, pero no ya, tarda como un mes ¿sabes? – dijo déspota hablando de la denuncia. -Subite a la camilla, sácate todo y ponete esta bata – me dijo leyendo mi legajo – y abrime las piernas – terminó de decir, mientras empecé a sentir unas terribles ganas de vomitar. Salí corriendo al baño.

Terminé el fastidioso y eterno trámite. Llegué a mi casa, donde hacía mucho ya no iba. Ví a mi papá y lo abracé fuerte, lloré desconsoladamente, quería decirle tanto y no me salía una puta palabra. Que raro es el ser humano, había hecho todo mal, todo desde el principio, ¡y no podía pedir ayuda! No podía hacer lo que estaba bien, lo que era correcto.

Mi papa, en su incertidumbre de no saber que me pasa, me sentó en el sillón.

– Calmate – dijo sosteniéndome la mano, mientras me sacaba mis lentes de sol, me miraba el ojo y me preguntaba – ¿fue él ah?.

Sonó mi celular. Atendí sin decir nada, sonaba “Canción animal” de Soda. Me quitó el celular.

– ¡Ezequiel!, ¿donde estas? – dijo mi viejo sereno.

– ¡Hola! Luis, ¿como esta?, creía que era Lucia, estoy en mi casa Luis ¿necesita algo?

– Si, esperame que voy para allá – y cortó – Lucí… te amo, duchate y descansa. Sos mi princesa, ahora y siempre. No te olvides jamás – me besó en la frente y se fue.

Fueron solo dos tiros, milagrosamente le extirparon una bala del pulmón, la otra entro y salió. Se recuperó rápido, en cambio mi papá no, tenía muchas pesadilla, y estaba medicado para sus nervios, había quedado muy afectado. Ahora transitaba sus 8 años dé prisión.

Yo traté de seguir mi vida normal, pero solo por ahora, porque mi papá no esta en mí casa, y no sabe… en realidad nadie sabe, que hace tres meses, volví con Eze. Si… lo volví a perdonar, él ha cambiado mucho. Ya no se enoja tanto y me cuida, es muy difícil que nos puedan entender. Por eso él tiene razón y dice que por ahora “éste va a ser nuestro secreto”.

Escrito por Lucía para la sección:

ETIQUETAS: