/Gloriosos asados, pero… ¡no me tomen mis cervezas!

Gloriosos asados, pero… ¡no me tomen mis cervezas!

Creo que muy pocas cosas superan a los gloriosos asados con amigos, esas eternas “juntadas” donde los manjares gastronómicos son el maridaje perfecto de una noche de risas.

Llámese por manjares a las costillitas, chorizos, morcillas, puntas de espalda, matambres, entre otros cortes de vaca para chuparse los dedos.

La excusa es la comida. “Vamos a comer un asado, venite a casa”.

Antes no entendía el entusiasmo de los “asadores”, sus ganas en verano de cagarse de calor al rayo del sol, mancharse la remera y apestar de olor a humo por estar al mando de una parilla. Con los años comprendí que ser el anfitrión tiene esos privilegios que llenan el alma:

“¡Gordo te pasaste, este asado te salió mundial!”

“De ahora en más, sos el asador oficial”

“Cada vez te sale mejor ¡Para el cumple de mi viejo lo hacés vos!”

Y esos piropos carniceros y sobadores de lomo, hablando del tema, que dicen los que festejan la comilona pero ni en pedo se arruinan sus delicadas y aterciopeladas manos agarrando un atado de leña.

Obviamente la bebida no puede faltar. Van marchando las cervezas, los vinos, el campari, el fernet. “¡En ese orden, compadre!”

Previo al plato principal, la picadita dice “hola, qué tal, vengo a que me coman”. Y el pan con queso, jamón, salame, aceitunitas y demás, pasan de un lado al otro de la boca.

“¡Destapate una cerveza, Roma!” aclaman los muchachos. Voy a la heladera, siempre con la actitud de dueña de casa, abro y saco el elixir de cebada. Destapo y sirvo, “chin, chin, ¡felicidades!”. Seguimos comiendo y tomando, claro que está salada la picada, así que emigran de la heladera unas cuantas rubias más.

Es tan lindo el ritual de los asados, las conversaciones que aparecen mágicamente. Ese poder disfrutar del momento sin contratiempos, sin prejuicios, sin caretas. Todos amigos, los códigos se conocen, los sobrenombres también: “negro, enana, chucky, caballo, gordo, narigona, flaco, mula, porota…”. Así transcurre la cena.

Cada loco con su tema, cada uno con sus gustos, una vez devorado el pedazo de carne vacuna, la sobremesa se hace presente. Sexo, política, trabajo, futuros hijos, futuros padres, fútbol, religión, amor, odio. Los temas mutan extraordinariamente, entre la seriedad y el humor que la cuestión merece.

De repente, hace su entrada triunfal la jarra fernecera, la escolta una coca y los hielos desfilan de la cubetera hacia el destino final. La pomposa espuma pinta el cristal, mientras el burbujeo excitante llena de pintitas las narices.

Particularmente, el fernet es mi laxante por excelencia, el destapacañerías instantáneo, el centrifugado intestinal express, me cae como la mismísima mierda, en simples palabras.

Por eso la cerveza es mi compañera de emociones, le soy fiel a la poción. Sí, tengo panza porronera “¡oh, qué tragedia!”. Me importan tres pitos, ya tendré tiempo de hacerme una lipo…

Entonces me dirijo a la heladera, con el chopp en la mano izquierda y las tripas con ansias de refrescarse. Ese chopp que tiene historia, porque lo elegí especialmente el día que me auto-regalé el viaje al OktoberFest y me probé las cervezas de todo el mundo; que bailé música europea a la luz de la luna y soplé la gaita hasta llorar de la risa, ese día en que conocí a mis almas gemelas porroneras. El mismo chopp que ha recorrido kilómetros, de viaje en viaje, que ha visto la escala cromática entera, que ha sido besado por miles de labios y ha pasado de mano en mano, pero siempre ha vuelto a mí.

Ese chopp y yo fuimos hacia la heladera, de la mano, para buscar a quien, ambiguamente, calma y despierta la sed. Y, en una especie de “déjà vu” continuo, no encontramos más que cuatro botellas de coca.

He aquí el caos del universo, el Apocalipsis, el Holocausto, el Big Bang, la hecatombe y la puta que los parió a todos mis amigos.

Los “señoritos” se tomaron “mis” cervezas, para dejar de postre a esa mierda que toman por bebida. Ese alquitrán aguado, que no es más que una mezcla de hierbas, inventado por un vivo que no lo pudo vender como medicina curativa y decidió echarle coca para que un par de giles la adoptara como favorita.

Si pudiera patalear es esos momentos, llorar, gritar y hacer el ridículo, lo haría. Desearía revolear la botella negra esa y estamparla con la pared: “Uy, qué pena, se me rompió…y no queda más”.

Mis cervezas… las que siempre compramos porque todos sabemos que no me gusta el fernet ni cualquier otra cosa. Entonces la noche se hace más noche y me llenan de consuelo con un vaso de insulsa y dulce gaseosa…de Sprite ¡porque la coca es para el fenet! Manga de hijosdeputa…

Por eso es que creo que llegó el momento de alzar las banderas, tomar el mando y decirles: “Basta, esto puede terminar con nuestra amistad, date cuenta. Respetá mis espacios. Respetame, dejame ser, valorá mis gustos, mi chopp, mi cerveza y salí ya- corriendo con tus patitas cortitas- a buscar un kiosco para comprar mi suero sagrado”.

Como dice la canción de los Enanitos Verdes: “si hay algo que esconder o hay algo que decir, siempre será un amigo el primero en saber”. Ferneceros, ya están avisados, no se tomen nuestros porrones.

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