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Gonzalito, el nene de las tortitas

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Yanina era una de esas maestras orgullosas de su profesión y comprometida con sus alumnos. Era joven, termino sus estudios con apenas 23 años y le tocó, como a la mayoría de las recién egresadas, pagar derecho de piso yendo a los colegios más conflictivos, pero para ella fue diferente, se sentía a gusto enseñando a niños con problemas, de toda índole, de conducta, desarrollo, familiares. Llegaba a su casa a muy altas horas porque frecuentemente visitaba a sus chiquitos más desprotegidos. Se sacaba las panchitas y ponía los pies en salmuera, consejo de sus colegas más viejas y experimentadas.

Era una piba muy jovial, llena de energía, coqueta, algo machona, salidora y hombreriega, pero nada de esto le impedía ser una maestra ejemplar.

Una mañana llegó más temprano que de costumbre al colegio, y para su sorpresa se encontró con Gonzalo, un nene de 10 años con una historia muy triste. Su papá había muerto en un tiroteo y su mamá lo obligaba a trabajar en una improvisada panadería, metiendo y sacando las chapas con tortitas de adentro del horno de barro; las cuales el mismo vendía en la estación de servicio de Perdriel. No sólo eso; sino que los amantes de su madre eran borrachos y drogadictos que lo golpeaban por diversión.

Gonzalo era el mayor de sus hermanos, y se preocupaba mucho por los más chicos; él aseguraba que era quien cuidaba de ellos, algo que seguramente no se alejaba de la realidad.

Yanina había desarrollado una relación afectiva que iba mucho más allá de lo meramente educativo, Gonzalo despertaba en ella toda una serie de sentimientos desconocidos hasta entonces. Nunca se vio a sí misma como madre pero ansiaba desde lo más profundo de su ser que ese fuera su niño, admiraba la capacidad de ser tan bondadoso y valiente de Gonzalo, cuando ninguno de esos valores se los inculcaron en casa.

Lo vio con la cabeza entre las piernas, esa cabeza pequeña, llena de ceniza y piojos.

– ¡Seño!

Le extendió los para abrazarla y la apretó como queriendo nunca soltarla.

-¿Qué pasó Gonzalito? ¿Por qué tan temprano?

– Es que no fui a vender tortitas, entonces vine antes.

– ¿Y esas lágrimas mi amor?- las lágrimas dejaban una huella en su carita tiznada

– Nada seño.

– Mmmmm… Mejor vamos a lavarnos la carita mi amor, después te compró un chocolate.

A media mañana Yanina empezó con un tema nuevo de la clase de lengua.

– Bruno, pasa a la pizarra para escribir, por favor.

– Bueno seño.

Gonzalo no pudo ocultar su cara de celos.

A la media hora sonó el timbre del recreo, Yanina estaba entrando al salón de profesores cuando empezó el griterío.

Era Gonzalo que se había tirado encima de Bruno para golpearlo, sin motivo aparente. Yanina corrió para separarlos y lo tomó por la cintura, Gonzalo sin verla le dio un codazo que la tumbo en el piso. Cuando se dio cuenta de quien era corrió a abrazarla y se largo a llorar desconsolado. Lo llevo a la sala, temblaba y no podía pronunciar una sola palabra completa.

– ¿Qué te pasa Gonzalito? Vos no sos así mi amor.

El solo sollozaba mientras la miraba con esos ojos que solo pedían clemencia, amor, cariño.

La asistente social estaba en camino, pero una visita inesperada la antecedió. Un móvil policial con dos oficiales adentro.

Un vecino había advertido alrededor de las 5 am de una pelea en un rancho del bajo Luján, pero eran frecuentes por lo que no se tomaron demasiado en serio el llamado. A media mañana un patrullero se acercó a la precaria vivienda, al no recibir respuesta ingreso. En la pieza principal estaban los cuerpos de la madre de la Gonzalo y su amantes. Al costado del viejo colchón, el arma homicida, una espátula con la que sacaban las tortitas de la plancha.

Gonzalo había visto al hombre tocar a su hermana más pequeña, y cuando despertó a hacer su labor diaria tomó la decisión de asesinarlo, junto con su madre.

El hombre tenía reiteradas denuncias de abuso de menores; Gonzalito era inimputable.

Las pericias psiquiátricas demostraron que Gonzalo era un niño incapaz de hacer daño a otro ser humano, pero que la situación lo había llevado a tomar tan drástica decisión.

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