/La bicicleta

La bicicleta

—¡¡Pasala, pasala!!

No sabía qué hacer. Vió como se le venían encima el Alemán, el Mono, todos.

—Te digo que la pasés—, gritó el Turco.

—Pegale para cualquier lado—, gritó el Negro.

Quiso pegarle pero ya era tarde, el Alemán se le vino encima como una tromba y le sacó la pelota con una facilidad que, para los otros, era pasmosa, pero para él era lo más común del mundo.

No sabía cómo había llegado el balón hasta sus pies. Hasta los zapatos de suela que en nada se parecían a los botines que llevaban puestos los otros pibes.

—Correlo— gritó el Negro.

El Alemán corría como un caballo desbocado llevando la pelota hasta el arco de su equipo.

Quiso salir corriendo detrás de él pero no se dio cuenta de los cordones desatados y fue a parar al suelo por pisarlos.

—¡¡¡GOOOL!!!— El grito le dolió en el pecho más que la caída.

—¡Te dije que la patearas para cualquier lado!—le dijo el Negro mientras lo ayudaba a levantarse.

—¡¡¡Cacho!!!— El grito del viejo García venía desde la vereda de enfrente del campito—¿No te dijo tu vieja que a las cinco tenías que estar en casa?.

—¡Pero Pa!— contestó Cacho

—¡Pero Pa, Pero Pa, vamos para casa si no quiere que lo lleve a patadas! —replicó García.

Desarmado uno de los equipos ya no se podía seguir jugando. Se fueron yendo. Los del bando ganador elevando cantitos y cargando a los perdedores. Los del suyo, es decir, los del segundo, silenciosos, cabizbajos, pateando pedazos de tierra desprendida del suelo. Ticera le dio un empujón cuando pasó a su lado.

El Negro y el Turco se quedaron sentados contra uno de los alambrados. Él se quedó parado en el medio de la cancha. Las manos dentro de los bolsillos. Los miró y levantó los hombros. El turco le tiró un pedazo de tierra que le dio en la pierna.

De pronto, vio un bulto que se acurrucaba contra la pared de atrás de la panadería que daba a la canchita. Se acercó hasta él.

—Miren, che— dijo, —con el apuro el Cacho se olvidó la pelota, ¿vamos a tirar unos penales?—. Los otros no contestaron.

Empujó la esfera con el pie, primero tímidamente, después, un poco al trote para luego acelerar mas y mas mientras relataba –lleva la pelota Carlitos , pasa a uno, dos, tres contrincantes que no saben cómo detenerlo, se va acercando al arco contrario.

Sin darse cuenta, nuevamente pisó el cordón y ésta vez voló por los aires con más violencia, pero de manera tal que la pelota se le quedó enredada entre los pies, se elevó por detrás de su cuerpo pasando por sobre su cabeza y cayó delante de él.

Rápidamente se incorporó con los ojos desorbitados y dirigiéndose a sus compañeros dijo —¿Vieron eso?, que bicicleta papá, ni Maradona… — no había nadie.

Se quedó parado con los brazos abiertos y las palmas hacia adelante, miró hacia todos los rincones, no había testigos, quién creería que él, que no podía dar dos pasos sin tropezarse, había realizado tal hazaña. Buscó en las casas vecinas alguien que estuviese presenciando el hecho, nada, las ventanas, las terrazas. Vacío

De pronto, empezó escuchar primero, algo así como un murmullo, después, cada vez más fuerte, como si un millón de personas estuvieran entonando su nombre. El campito fue entonces el Maracaná y todos estaban de pie repitiendo una sola palabra.

—¡Carlitos , Carlitos , Carlitos!

Se agachó, recogió la pelota. La colocó debajo de su brazo, hizo una reverencia y se fue sonriendo.

Escrito por Alejandro Guarino para la sección:

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