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La Despedida

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Trazos. Trazos que las nubes dibujaban como acuarelas en el cielo, teñidas por el sol tibio de la mañana que apenas se dejaba ver por la ventana entreabierta. La brisa suave y el claroscuro de la habitación terminaban de pintar el cuadro situacional. Sobre la cama, Ella, hermosa y pacífica, casi flotando entre lo mundano y lo irreal.

Él despertó con el peso del tiempo que se iba consumiendo, como incendiado por invisibles fuegos. Encendió un cigarrillo y preparó un mate, para apaciguar la ansiedad. Se volvió hacia ella y acarició su rostro, y en sus labios se dibujó una sonrisa perfecta, que jugaba a ganarle a las cosas más bellas de este mundo. Ella abrió los ojos, y un tímido rayo de luz iluminó el verde de aquella mirada.

– Sos como el mar-  susurró a media voz, y su acento italiano hizo más bellas aún sus palabras.

Se acomodó en el pecho de Él, para sentir como se aceleraban los latidos de su corazón, y se dejó llevar por sus caricias y el roce de su piel contra la suya. No tardaron mucho en volver a amarse, y aquella simbiosis entre sus cuerpos los envolvió casi hipnóticamente, como si pudiesen escapar por unos instantes de la realidad, del mundo que los obligaba a separarse.

Ella encendió un cigarro, y se sentó a su lado.

-No es posible que debas irte – dijo atropelladamente, y su risa jugó a esconderse en sus labios.

Él no supo qué decir, sintió que algo le apretaba el pecho, y la tomó por la cintura para abrazarla dulcemente, con la esperanza de quitarse de la mente la imagen de su partida. Y casi sin pensar dijo:

-Tenemos tiempo. Dame tu mano…

-¿Dónde vamos?

-Vamos a caminar juntos, a jugar que el tiempo no existe, a reír como niños. Dejame inventar un mundo donde sólo estamos los dos…

Ella rió por lo descabellado de sus palabras y se abalanzó sobre Él, y volvió a dibujarse una sonrisa en su rostro. Caminaron bajo el sol de la tarde, agarrados de la mano como chicos, pisando las hojas secas del otoño, y haciendo planes de encuentros en ciudades del mundo, en terrazas con música de jazz. Y el mar, siempre el mar. Eran felices, sin importar nada.

Tal vez su único pecado era ser de mundos tan lejanos. Eran, quizás, transeúntes de efímeros momentos de sus vidas, como Ulay y Marina Abramovic, como Horacio Oliveira y la Maga, como tantos amores que se viven con intensidad, como está escrito que deben vivirse, como escapados de una película. O quizás no, quizás solo habría que esperar que el tiempo y el espacio se hagan uno, que tanto aeropuerto y avión desaparezcan, que la distancia y el olvido no marchiten el amor. Pero, ¿quién puede estar seguro de que eso suceda? Nadie. Solo ellos.

-Es hora-  dijo apesadumbrado Él.

Se abrazaron como tantas veces, pero esta vez con sabor a despedida. Él la besó lentamente, y se despidió por fin, pero antes de irse dijo:

-Nos vemos en nuestra terraza, con el Mar..

Y con la esperanza de un nuevo encuentro, volvió a su tierra, y ambos supieron que esa no sería la ultima vez…

 

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