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La herencia

I

Los transeúntes se encontraban conversando. Después de haber estado discutiendo sobre política, sobre cómo cambiar el mundo y cosas del estilo la charla derivó en cuestiones del orden metafísico, sin amplio conocimiento del tema, pero con gran pasión.

–          Y si, la verdad que esas cosas siempre me han llamado la atención, son interesantes.

–          Bueno, y es así: decían que si alguno lograra viajar a la velocidad de la luz, de alguna manera saltaría al futuro.

–          Claro, igual seria aun más interesante viajar al pasado…

Reflexionaron, o creyeron reflexionar, analizando hechos de su vida, pensando como las cosas podrían haber sido distintas. Los hechos son tan aleatorios. Si tan solo Pablo, años atrás, hubiera estado más atento, la luz verde de los semáforos, el guiñe…Y, a pesar de que Fernando hizo todo por recuperarla,  a pesar de creer que el dinero la compraría, ella nunca  podría haber olvidado aquello. Uno siempre piensa en un tiempo lineal, las cosas pasan, quedan atrás, pero a veces esas mismas cosas son tan actuales como el momento mismo.

Pablo le comento a su hermano, que esta tarde Darío tenía preparada la mesa de ping pong y los sanguchitos que preparaba su tía siempre. Entusiasmados se toparon con esa casa antigua, retrato de una época de aristocracia, un poco venida a menos. Darío los recibió en el hall y les dijo que estaban haciendo unas remodelaciones, que el plan era restaurarla. Los invito a tomar algo al “quincho”,  un espacio enorme, más grande que sus propias casas.

Notaron una gran higuera en la esquina, la cual tenía una enredadera que la cubría hasta la mitad, como si fuera el vestido de una gran dama. Se observaba en el edificio un cierto aspecto arquitectónico clasicista. Cuando ingresaron, se encontraron con una sala única, enorme, con muchos sillones diferentes, de distintas épocas y diseñadores; y un entrepiso (lleno de antiguos aparatos) rematado con una cubierta de tejas negras.

Darío sobre la mesa había dispuesto meticulosamente la bandeja con sanguchitos, el mate y la yerba. Pasó un tiempo inicial de discusiones acerca de lo cotidiano, luego volvieron a la política y terminaron hablando de mujeres.

–          Che Darío ¿Podés buscar agua? Así empezamos con el mate, tengo sed.

Ambos vieron como Darío tomaba el termo, y les dirigía una mirada de complicidad mientras seguían con su conversación. Pablo miraba con atención a Darío, Fernando seguía hablando de los cuadros de la pared.

II

Desde que empezó la decadencia, el no pudo dejar de trabajar. Salía todos los días a las 7 y volvía a las nueve de la noche a su casa, exhausto y pensativo. No podía sacarse de la cabeza la idea de que su familia había hecho una mala administración del capital, en frivolidades y egoísmos. Ahora le tocaba a él mantener el doble apellido, ese que antaño había formado parte de una oligarquía incipiente.

Luego de su divorcio había decidido mudarse a aquella antigua casona en la calle Emilio Civit, herencia de la difunta hermana de su madre (no había tenido hijos y siempre disfruto las tardes de verano junto a su sobrino).

La casona había sufrido varios procesos de restauración fallidos, debido a las irregularidades económicas. Primero se había intentado restaurar la fachada, luego los ambientes internos. En todas las oportunidades los intentos fueron incoherentes. Hoy, vemos un popurrí de estilos, colores y molduras azotados por el tiempo. El único espacio que se mantuvo intacto fue el de la despensa del fondo. Estaba en mejores condiciones que el resto, a pesar de que el enorme árbol contiguo se había secado. Ahora cumple la función de estudio, los ventanales que dan a la casa reciben el sol brindando una iluminación muy provechosa, nunca le gustaron los espacios en penumbra.

III

Realizó los trámites cotidianos, saludó a sus compañeros y se retiró de la oficina. Le gustaba manejar lentamente, como deslizándose a través de los demás vehículos, tomando curvas cerradas con un solo movimiento. Llegó a su casa, se dejó caer pesadamente en el sillón del estar y se sintió invadido por una sensación extraña, muy difícil de asimilar.

La tarde estaba fresca, el clima era adecuado para descansar un tiempo, tomar unos mates y pintar en su estudio. Recordó que el mate estaba ahí, fue a la cocina a calentar agua, lleno el termo y salió decidido cuando lo sintió.

Se mareó e inmediatamente, seguido de un estruendo, experimentó algo singular. Repentinamente una oleada rejuvenecedora lo envolvió. Recordó las tardes de verano, recordó la higuera y sus frutos (la vio viva), recordó navidades junto a su familia, recordó el nacimiento de su hijo, recordó lo que es estar solo (todavía lo estaba), recordó infinitas flores en el jardín, infinitas gotas de lluvia, recordó viento zonda, recordó a su tía besándole la frente, recordó a sus amigos. Vio toda su vida resumida en un sinfín de imágenes paralelas en un mismo espacio, el patio. De fondo la despensa se mantenía intacta en todos los escenarios. Escuchó, y creyó percibir una familiar conversación.

–          Che, se está secando la higuera – comento Pablo

Y en ese momento él y Fernando, lo vieron regresar a través de las ramas, con el termo en la mano. Mientras se aproximaba lo vieron envejecer  y atravesar diferentes situaciones, acontecimientos desconocidos. Inesperados. Lo vieron besando a su primera novia (la cual sería su esposa y ex esposa), lo vieron engordar, lo vieron recibirse, lo vieron sacando las rueditas de la bicicleta de su hijo, lo vieron adelgazar, perder parte de su pelo, lo vieron acostado, pensando (y todas las cosas que pensó), mirando las estrellas, lo vieron mudándose solo, lo vieron llorando, riendo y durmiendo, lo vieron ya próximo al ventanal. Lo vieron grande.

Darío abrió la puerta y ahí estaban sus dos amigos, jóvenes, a sus 25 años, esperándolo para tomar unos mates y comer sanguchitos.

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