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La historia de los amantes

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Al entrar a  la habitación, un frío helado le recorrió la espalda. Sólo ella sabía lo que había sucedido entre esas 4 paredes. Un amante puede ocupar sólo los espacios que deja el marido, no puede ocupar donde ya se hace presente, y eso a Juan parecía no agradarle.

– ¡¡ Por más que quiera no podes quedarte!!!

– Te amo

– ¿Quien te manda a enamorarte de mi?

– Nadie Me manda, Ojalá fuera tan simple como elegir de quien uno se enamora.

Lo beso y espero a que se durmiera, con lágrimas en los ojos beso sus labios que tanto amor le habían dado. Fumo un cigarrillo y le tomó el pulso y nada, puso su oído sobre el pecho y tampoco.

Arrastró el cuerpo inerte de Juan hasta el baúl del auto. Condujo unas horas y lo arrojó desde el acantilado.

Cuando regresó a la fría habitación se quedó pensando hasta que el sueño y la culpa la vencieron, ella optó por sacrificar su amor con tal de no abandonar la cómoda y segura vida que Oscar le brindaba, opto por los lujos y los autos caros, las cenas y las flores. Eligio las pompas de un lujoso hotel, por sobre la compañía de su verdadero amor.

Hasta pudo adivinar el perfume de Juan mientras la abrazaba, aun recordaba sus tiernos ojos, que sin decir nada se lo dijeron todo, sus brazos fuertes, su vocabulario exento de adornos y lleno de sentimientos.

El recuerdo de su amante, la culpa de su crimen, el saber que no lo volvería a ver la hicieron pensar en ir hasta el mismo lugar donde había arrojado a Juan y volar hasta sus brazos, pero no lo haría, así como no fue capaz de armar sus bolsos para viajar hasta el fin del mundo con su amado, tampoco sería capaz de acompañarlo en el descanso eterno.

Tan fuerte lloro que creyó hacerle el amor y durmió tan plácidamente como siempre, acompañada de su eterno amante.

Óscar llegó a su casa luego de la Guardia, despacio y en silencio, procurando  no despertar a su amada, la abrazo.

Cuando despertó en la mañana y la vio tan bella como siempre, beso su helada mejilla. Nadie tan helado guarda vida en su cuerpo, eso  él lo sabía. Llamó a la policía apenas constato que no había signos vitales.

La hora del deceso, 5 AM, mientras el cubría su guardia. La causa, envenenamiento por cianuro. De los labios de su amante, bebió sin saberlo una pizca del veneno que ella misma le había dado.

Tal vez sabia que hacia cuando lo besaba aun tibio.

Lo único que salvo a Oscar del trágico destino fue su beso en la mejilla, el caduco amor por su compañera lo eximió de la tumba.

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