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La horda

Empiezo a sentir una enorme necesidad de ser salvaje y crear un mundo nuevo.
Paul Gauguin

La horda se levanta temprano y sale rumbo al trabajo; en el transcurso del viaje saquea oxígeno y decapita a los que se quedaron dormidos, luego coloca las cabezas en picas triunfales y embadurnadas en sangre.

Deja a su paso un surco de desolación y basura: papeles con poesías publicitarias, colillas con cáncer, mares de escupitajos y vasos de plástico radioactivo.

Un cartel de Coca Cola le sonríe, la horda le devuelve la sonrisa.

La horda asola los pueblos de incautos árboles, los despedaza y se asegura que la prole de estos fallezca en una tierra estéril.

Cava, con millones de litros de agua a presión, en las mismas entrañas de la Tierra. Le moja la barba a Lucifer por un gramo de oro.

Los miembros de la horda tienen una pantalla táctil en los ojos para ver sólo lo que dicta el cuadrado del aparato y el wifi antropófago.

Sucios, purulentos y hedientes avanzan tirando mordiscos contra el espejo que les devuelve su imagen, en la cual reconocen a un enemigo.

La horda come luz de mercurio en las noches sin estrellas y le tira flechas a la Luna escondida detrás de las nubes de amoniaco.

Viaja apretada en un colectivo que da infinitas vueltas en una ruta infinita guardada en un breve espacio que se cree infinito.

La horda lee el diario Clarín, Página 12 y la Nación, no entiende el idioma, pero se sobresalta igual.

Es digerida en las entrañas de un shopping orgánico y monstruoso y los jugos gástricos refrescan sus pensamientos y le lavan los pies.

McDonald´s la nutre; Starbucks la mantiene despierta; Rivotril le quita el insomnio; Wellapón suelta su pelo con Wellapón, suelta el brillo, suelta la belleza de su pelo con Wellapón.

La horda no usa ballesta, tampoco catapultas, menos aun escudos, espadas o lanzas; sólo usa sus manos desnudas y con ellas es capaz de sacar el corazón de su rival para comérselo en un ritual que le ofrenda su devoción a los dioses del amor.

Tiene los bolsillos llenos de napaln para darle limosna a los mendigos.

Entre los componentes de la horda se encuentran un cura y una prostituta, un demente psicópata y un monje budista, alguien que cae al pasado y otro que se arrastra en el presente – el del futuro todavía no llega.

Se golpea a sí misma, en la mandíbula, con un cross de derecha perfecto y atroz.

Los elementos de la horda no son nada buenos, en su bolsillos, además del napaln, tienen libretas negras con el nombre y el teléfono de los otros integrantes, para hostigarse con llamadas anónimas, perversas y que terminan dando risa.

Sabe que la luz no es suya, que le pertenece a su sombra y a sus pestañeos.

La horda es un único ente global, con millones y millones y millones de ramificaciones que se creen únicas en el universo; un solo ser con billones de personalidades -Trastorno de identidad disociativo en su máxima expresión.

Cada tanto descansa bajo una sábana de constelaciones con la respiración queda, hipnotizada y con un poco de vértigo por la velocidad de la Tierra orbitando al Sol. En ese momento de paz urde cómo será el nuevo día y su ceremonia de amor-horror.

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