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La importancia de un buen nombre

Noviembre de 2004

Esa tarde de martes todo transcurría con normalidad, un día de comercio normal y ameno. La gente circulaba las veredas, miraba vidrieras y compraba chucherías. Eran los primeros calores y daba gusto salir.

Repentinamente muchos cuchicheaban entre sí, algo había pasado en el pueblo, algo grave y de alguien importante, las caras de asombro denotaban el horror. Ese día, al medio día habían encontrado al Escribano más famoso del pueblo con un balazo que le atravesaba la cabeza, un escopetazo limpio que dejo pintados los sesos en las paredes de la casita de su finca, donde lo encontraron muerto días más tarde.

Las conjeturas empezaron rápido ¿qué había motivado a un hombre que lo tenía todo a quitarse la vida? Con un apellido de renombre, de buena familia, había conformado la suya como Dios manda, con varios hijos, una mujer hermosa, gozaba de buena salud, muy buen porte, una casa enorme en medio de la cuidad, correspondiente con su más que oneroso pasar económico, colaborador con la comunidad y escritor. Nada lograba explicar ese final.

Fue su propio peón que lo encontró así, a las pocas horas del suceso, desesperado llamó a la policía y esta informó a su familia. Lo buscaban desde la mañana, había salido a na reunión de la que nunca volvió, cosa que nunca hacía.

La noche anterior

Esteban Meier Bazán luego de saludar a su mujer y sus hijos, se subió a su auto importado en dirección al lugar convenido días antes, era su última oportunidad de solucionar la situación.

Entro al barrio precario, buscó la casa de portón azul y se estacionó enfrente. En ella lo esperaba María Rosa Barros, muy distinta a como él la recordaba, el tiempo y la mala vida habían hecho estragos en ella.

Lo hizo pasar y se sentaron una de cada lado de una mesa enclenque de madera, ni siquiera le ofreció algo para tomar, era lógico si ni siquiera lo saludó.

– Sos un hijo de puta y ahora si me vas a tener que pagar – sentenció en seco.

Esteban sabía que no iba a ser fácil y respondió lo mismo que tantas veces:

– Te doy todo lo que quieras, como siempre, sabes que puedo, no me arruines la vida.

– Te lo mereces esa vida era mía, yo tendría que ser la gran señora no esa mujercita tuya – le contestó con desprecio.

– Sabes que no fue así, no seas injusta, te di todo lo que necesitaste siempre, a vos y a él.

– Todo lo que te sobraba, porque con todos tus amiguitos del poder maquillaste todo para no reconocerlo, Mariano es tu hijo como esos dos pelotudos que tenés ¿y sabes qué? Ya no tenés salida.

La vieja mesa tenía un cajón abajo, de ahí sacó un sobre, algo grande, tenía el nombre de la clínica, vaya a saber con qué dinero había conseguido hacer un estudio genético.

Nueve años antes

Daban las siete de la tarde de un largo día de trabajo, Esteban sólo quería ir a su casa, estaba agotado. Nuevamente sonó el teléfono y lo atendió fastidiado, no quería ni un solo problema más. La secretaría en un tono un tanto irónico le informó:

– Un tal María Rosa Barros quiere hablar con usted, le dije que estaba ocupado pero supuestamente es muuuy importante lo que le tiene que decir.

– A ver, pásame.

– Nació hace un mes y no te dignaste a aparecer – sentenció una voz de mujer del otro lado de la línea.

– ¿Cómo que nació? ¿No habíamos quedado en otra cosa?

– ¡Mirá que me voy a sacar a mi jubilación, hacete cargo basura!

– ¿Basura? Pero…

– Lo vas a reconocer y me vas a dar plata para vivir si no querés que lo reparta en todo el pueblo.

– No esperá…pero…

– Mañana vení con efectivo – y le dijo un domicilio.

Ese día Esteban, reunió a un par de amigos, de renombre e importantes, estaba desesperado. Les pidió consejo y una mano, nada de lo que les contó podía salir de ahí. Uno de ellos era médico, le aseguró que no había forma de saber si esa criatura era e él, un estudio de ADN sólo se hacía en las grandes ciudades y era muy costoso, esa mujer no lo iba a poder hacer.

El otro era abogado, le dijo que no se hiciera problema, le explicó con quién tenía que hablar y cómo hacer para que la denuncia no prospere y de ser necesario como hacer desaparecer el expediente. Fraguar documentos no iba a ser tan difícil, aunque sabía que su carrera de Escribano estaba en juego por ello, prefería el riesgo que perder su buen nombre, su mujer y sus hijos.

Diez años antes

Ese sábado se reunían todos los peces gordos del pueblo a comer un asado, todos los que eran alguien estaban ahí: propietarios de campos, bodegas, dueños de grandes comercios o empresas, etc. Ni un solo pobre, ni un solo desconocido, todos con grandes apellidos. Esteban había sido invitado muchas veces, asistía siempre que podía.

En esta ocasión la reunión era en un campo alejado, para que la distancia y la noche escondiera lo que venía después del postre y acompañando el desborde de alcohol. Los grandes señores de familia que se creían intachables contrataban prostitutas para engañar a sus mujeres, que estaban en sus casas cuidando a sus hijos. Se divertían viéndolas bailar desnudas y después se sorteaban a ver quién le tocaba alguna.

Esteban no iba a participar, se quedó en el fondo y luego de tomar una copa más se iba a retirar. Tanto exceso no era su estilo y sólo buscaba hacer contactos. Se percató que una morocha de grandes curvas lo estaba mirando desde el fondo del salón y le pidió el Wiski.

María Rosa buscó el vaso corto, colocó dos hielos una pastilla sin marcar y vertió el licor, mientras revolvía intentando disolverla, miró a su compañera y sentenció:

– Ese pelotudo es mi jubilación.

Esta es la historia de un hombre muy conocido de donde vivo, tras años de especulaciones mucho después se supo la verdad, los nombres por razones obvias has sido cambiados.