/La leyenda del hilo rojo del destino

La leyenda del hilo rojo del destino

La leyenda del hilo rojo del destino

Un desopilante relato de Mauro Jaja que comienza con su alejamiento del fútbol hasta la finalísima del finde pasado y la búsqueda implacable de la autoría de la portada de un libro.

Estadio Ciudad del Cabo, 3 de julio de 2010. Alemania con un contundente 4 a 0 nos dejaba fuera del Mundial de Sudáfrica… “Siamo fuori della Coppa” decían los tanos en el ‘90 y pasábamos a la final, esta vez nos tocó volver a casa en cuartos y calladito la boca, sin chistar. A diez mil kilómetros de allí, revoleaba una picada y regaba con fernet el piso del Café Isaac Estrella.

– Tranquilo, se gana y se pierde – dijo el Chino, tratando de contenerme.

– Los campeones del ‘86 nunca regresaron a la Virgen de Tilcara a cumplir la promesa, por eso nos eliminan de los mundiales – agregó el Tulio.

– Chino… no me altera perder, es por la bandera nacional con la leyenda Hinchadas Unidas Argentinas – dije, muy desilusionado.

A partir de ese momento me alejé del fútbol; nada que ver a cuando con mi viejo iba a la cancha a ver a aquél Atlético, nunca faltaban la bolsita con mandarinas y las familias alentando, con hinchas de los dos equipos en la misma tribuna, una fiesta y cero drama. Decidí no jugar más con el grupete de los viernes por la noche en Pacífico, dejaría de mirarlo por televisión o escucharlo por radio y jamás volvería a pisar una cancha mientras existiera la Barrabrava.

– La leyenda de los demonios de la Copa Libertadores de América – dijo el Chino, como queriendo gambetear el mal rato pos eliminación.

– Ya la contaste Chino, dudo que ocurra… – dijo Richard, dueño de una editorial que promociona libros de escritores locales en su sitio web.

– ¿Qué demonios? – dije, sin entender de qué hablaba.

– Hay una leyenda más grosa que la promesa incumplida a la Virgen de Tilcara. Se dice que el día que dos equipos argentinos jueguen la final de la Libertadores, aparecerán estos demonios, – dijo el Chino.

– Hasta la semifinal llegan equipos del mismo país y se eliminan entre sí, – dijo el Tulio; citando el reglamento de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol).

Sin mediar palabra y sin previo aviso, recibí un codazo en las costillas de parte de Richard, que daba como mínimo para una tarjeta amarilla y, si hubiera estado Castrilli, una roja y al vestuario; dándome a entender que debíamos dejar el bar y salir a la calle a charlar.

– Tenés que escribir un libro sobre la promesa incumplida a la Virgen de Tilcara.

– No sé Richard; acordate que el Cabezón Ruggeri, campeón del ‘86, dijo que era todo mentira y fue un invento de la prensa.

Quedamos en hablarnos y nos despedimos hasta el otro día. Mientras caminaba con destino a casa, mis neuronas comenzaron a danzar al compás de las “Voces de Primavera” de Strauss, cuando vinieron a mi memoria las palabras del Chino y la leyenda de los demonios. No es un tipo de hablar sin razón, siempre cuenta con data que otros no tienen y su extensa carrera periodística lo avalan; aunque recordaba las palabras del Tulio y el reglamento de la Conmebol y, no dejaba lugar a discusión, no había posibilidad que dos equipos del mismo país se enfrenten en una final.

Cansado del heavy metal del fútbol actual y del Barrabrava que distorsiona el folclore del fútbol de antaño, que no mira el cotejo sino cuánto le reportan los puestos de chori y los autos que entran en el estacionamiento, me decidieron a emprender una travesía que me llevaría a escribir leyendas urbanas de los cinco continentes, uno por cada país.

Mochila de colimba al hombro y máquina de escribir en mano serían mis compañeras, nada más, ¿para qué más? Sabía que dormiría en pensiones de cuarta y que me relacionaría con gente del bajo mundo, las que serían mi inspiración para el nuevo proyecto literario. No tenía apuro, mi edad me permitía deambular por el mundo y disponer del tiempo y, no, que el tiempo me impusiera sus condiciones; no me dejaría intimidar por el reloj menos por el calendario, ya tenía bastante con la Barrabrava.

Mi primer destino sería Egipto, cuna de la civilización, y África el primer desafío continental. Al llegar a la ciudad de El Cairo, algunos de mis contactos me anticipan una historia interesante; quería hacerme de un vehículo gratis y opté por hacer dedo. En la calle El Tahrir, en la margen del río Nilo, aparece un camión Bedford antiguo, una obra maestra pictórica engalanaban su cabina de color crema y al volquete enmaderado con tonos celestes, fileteado por doquier. El tipo se detuvo; el traductor de google, algo de castellano de él y un poco inglés de mi parte, nos dieron el pie justo para comunicarnos.

Comenzó a narrar una leyenda que llamó mi atención; ya era hora de comer y lo convidé a almorzar, descartando de cuajo mi objetivo inicial. Ya tenía mi primera historia y por título “La leyenda de Tuk”. Su nombre real era Tutankamion, fue uno de los sacerdotes enterrados en la tumba del rey Tut (Tutankamon), que tenía por costumbre revelar al pueblo contra el faraón, parando carretas y colapsando el tránsito, aunque siempre se dijo que lo hacía para su propia conveniencia. Muerto el rey Tut, le cortaron las manos y nunca se supo el porqué. En la actualidad, su espíritu aparece los días de huelga a modo de antorcha humana e incendia camiones, colectivos o taxis, que no adhieren al paro; luego de lo cual aparecen algunos infiltrados y te cagan a trompadas, debido a que el pobre de Tuk no tiene manos.

Ocho años deambulando por el mundo, infinidad de historias y cantidad de personajes delirantes. Mi pasión por escribir se incrementó, no así, la del fútbol que desapareció por completo. No sabía qué selección había ganado los mundiales 2014 y 2018, carecía de información de los resultados de la Champions o la Libertadores y nada de campeonatos locales. A su vez, pensaba que ya no tenía sentido escribir sobre la promesa incumplida a la Virgen de Tilcara, ya que el 27 de marzo los campeones del ‘86, llevaron el trofeo de la Copa del Mundo al lugar y cumplieron con lo prometido.

A la espera de un llamado desde China para hacerme de mi penúltima historia, sería el preludio para terminar mi periplo en Argentina en busca de mi último relato. Descansaba en mi habitación del Hotel Ibis de Sao Paulo (Brasil), y mientras tipeaba una leyenda que un paulista me había contado esa mañana, suena el teléfono; desde la conserjería me avisan que hay una persona en línea, es mi contacto que me concede la entrevista. Empaqué mis cosas y partí al aeropuerto, llegué a la medianoche del 31 de octubre al filo del primer día de noviembre, un mes más y se terminaba el año, otro año más.

Ingresé al lobby y de ahí me mandé a la Terminal 3, con el objetivo de comprar un boleto en Air China; dos personas delante de mí, son el único obstáculo a sortear para hacerme de un asiento y partir. Se escuchan cánticos, no son muy claros y generan un gran revuelo en el lugar. Doy media vuelta y veo a unas 200 personas con la camiseta de Boca: “y Dale Bo… y Dale Bo… esta es tu hinchada que te quiere ver campeón”.

– ¿Primera o turista? – dijo la vendedora de Air China.

– ¿Qué cosa, no entendí ?… – dije, con el consiguiente pedido de disculpas.

– Señor… hay gente esperando y es su turno, – replicó la vendedora.

– Turista, turista… – dije, aunque mi mente estaba con los hinchas.

Los cánticos seguían y no tenían intenciones de parar, el pasaje en la mano y a escasos minutos de partir, no fueron un obstáculo para mi curiosidad y fue la que me decidió a acercarme al grupo de xeneizes.

– Muchachos… ¿qué pasa? – pregunté.

– Somos campeones… le ganamos al Palmeiras; y Dale Bo… y Dale Bo…

– ¿Campeones de qué? – repregunté, más perdido que antes.

– ¡De la Libertadores!… pasamos a la final; y Dale Bo… y Dale Bo…

– Bien… ¿ya saben contra quién juegan?

– Sí, contra River Plate que ayer le ganó a Gremio; y Dale Bo… y Dale Bo…

– Primera vez que River Plate de Montevideo llega a una final, gran logro de un equipo chico de Uruguay.

– Nooo papá, jugamos la final contra River Plate de Argentina; y Dale Bo… y Dale Bo…

En ese momento mi corazón colapsó y mi memoria se llenó de aquellas palabras del Chino; de inmediato dos preguntas se instalaron en mi mente ¿los demonios de la Libertadores? ¿la leyenda sería verdad? Los altoparlantes anuncian la partida del vuelo a China, aunque lo perdí, mi pasaje seguía abierto.

La algarabía de los bosteros fue el empujón que me faltaba y me decidieron a regresar a la Argentina. El avión era un carnaval, pitos y matracas, pelucas azules y amarillas; terminé enfundado en una sábana blanca emulando al fantasma de la B. Llegamos a Ezeiza… ellos bajaron, yo seguí a Mendoza.

Ocho años habían pasado desde aquel día que me fui. Un taxi me llevó al Café Isaac Estrella y al abrazo interminable con el Tulio. Tenía un presentimiento, me mandé de una a la mesa que soy habitué y allí estaba el Chino; su boca esboza una sonrisa cómplice, qué menos, su presagio había sido una chilena en el área grande y el posterior zapatazo se había incrustado en el ángulo, y yo el único que le había creído. Acto seguido, saca de su bolsillo dos sobres.

– Jaja… sabía que ibas a regresar. Andá a tu casa a bañarte y volvé, esta noche volamos a Buenos Aires… vamos a La Boca y después a Nuñez. – dijo el Chino.

No lo podía creer, después de ocho años regresaba a un estadio de fútbol, mejor dicho a dos… primero a la mítica Bombonera, después al legendario Monumental. Volví al bar, ya había llegado el Chino. En un sobre de papel madera dejé los relatos para que Richard los corrigiera, para después llevarlos a su imprenta. Me urgía confirmar la leyenda de los demonios de la Libertadores para cerrar el capítulo de Argentina, y después volar a China para terminar de escribir mi última historia.

Llegamos a Buenos Aires, un poco más de una semana nos separan de la primera final. Nos alojamos en el Hotel Intersur en San Telmo, no muy lejos de la Bombonera. La Conmebol quería jugar el miércoles y el Gobierno de la Ciudad no lo permitió, no estaban dadas las garantías; terminadas las negociaciones, el domingo 11 de noviembre fue la fecha elegida.

Muy temprano y sin apuros nos trasladamos a la Bombonera. Comenzó el partido: zapatazo de Wanchope y rebote de Armani, zurdazo al primer palo; la Bombonera estalló. River saca del medio, el Pity cruza un pelotazo a su derecha, Prato encara y la cruza al rincón de las ánimas, Rossi se tiró y no llegó; la Bombonera enmudeció. Tiro libre para Boca, derechazo al medio del área, Benedetto gana en lo alto y Armani la saca de adentro del arco; la Bombonera casi se derrumba, terminó el primer tiempo. Comenzó el segundo: foul a Enzo Pérez y el Pity ejecuta el tiro libre, gol en contra de Izquierdoz. Pitazo final, partido empatado.

– Chino… vine a ver los demonios y no aparecieron, tengo el papel en blanco y no escribí un carajo – dije.

– Jaja… vamos a empacar y después a un hotel cerca del Monumental; allí se juega la verdadera final. – dijo el Chino.

Partimos de La Boca al Hotel Urbánica en Belgrano, a una cuadra de Avenida del Libertador y a cuatro de Udaondo, un cuatro estrellas cerquita del estadio. Ideal para ver pasar el colectivo que llevaría a los jugadores de Boca el día del partido, y después caminar sin apuros a la cancha.

Sábado 24 de noviembre, despunto el lápiz y recargo la batería del celular, mi reloj me indica que ya es hora. Voy hasta la habitación del Chino y golpeo la puerta, no sale, golpeo otra vez y nada. Miro por la cerradura y veo el televisor prendido, pero no hay movimientos ni sonidos. Voy hasta la recepción del hotel, le pregunté al conserje si lo había visto y recibo por respuesta un no; le pido por favor si puede acompañarme y abrir la puerta con la llave gemela.

– Chino… ¿qué mierda hacés mirando tele? nos hiciste asustar, – dije, muy sorprendido.

– Jaja… vení boludo, sentate al lado mío y mirá la tele, – dijo el Chino, muy distendido.

– ¡Qué tele!… si estamos a una cuadra y lo podemos ver en vivo; vamos que en un rato pasa el micro de Boca por la Avenida del Libertador y quiero filmarlo, – dije, muy alterado.

El Chino se incorporó del sofá y sacó de su billetera las dos entradas, luego agarró una caja de fósforos, extrajo uno y lo encendió, después las prendió fuego. El conserje estaba en la puerta y se agarró la cabeza; yo me tapé la cara y con un -chau chau- me despedí de la final de la Copa Libertadores de América.

– Chino… ¿te volviste loco? ¿qué carajo hiciste?

– Jaja… vení boludo, sentate al lado mío y mirá la tele. – dijo el Chino.

Me hinchó tanto las pelotas con la tele, que al final me senté en el piso a mirar la puta caja boba. Enfoco mi vista y siento al periodista que dice que se acerca el micro de Boca; unos segundos después, empiezan a tirarle piedras y botellas en la esquina de Libertador y Udaondo, el lugar que había elegido para filmar. Me di vuelta y lo miré al conserje, terminamos los tres sentados en el piso y observando atónitos cómo se desarrollan los hechos.

– Querías una leyenda urbana para tu libro, ya la tenés. – dijo el Chino.

Seguimos mirando el noticiero y la llegada del colectivo al Monumental, luego el ingreso de los jugadores de Boca a los vestuarios; ya era hora de empezar el juego y nada. Ningún comunicado, la prensa especulaba y comenzaban los trascendidos. Hasta que de los altoparlantes del estadio, se escucha que el partido se jugaría a las 19 y 30 horas.

Un rato antes de la hora fijada para el inicio del cotejo, la Conmebol pospone el partido hasta el domingo. Imaginé que todo lo que había pasado quedaría en el olvido, ya me veía en Mendoza viendo la final en el Café Isaac Estrella. Nos quedamos el resto de la tarde mirando tele y cambiando de canales; se hizo la medianoche, la que habilitó a la mañana y le dio el pase al mediodía, en la siesta decidieron posponer el partido hasta nuevo aviso.

La prensa necesitaba llenar tiempo de aire y espacio en papel, y decían… Que Boca había infiltrado hinchas armados con chocotortas. Que fue por los siete palos del allanamiento a la barra de River, unos ahorritos señor fiscal. Que a los hooligans ingleses se los había visto arrojando tetrabrik contra el bondi. Que el Barcelona de Messi en complicidad con la Comisión de Damas pro-basketball del Tomba, organizaron la emboscada. Que había zona liberada, y que la policía encarceló a diez sospechosos sin tickets y la justicia los liberó alegando emoción violenta por falta de más entradas, por lo que al salir del estadio te las afanaban así fueras con tu hija en brazos.

El celular del Chino no paraba de sonar y de recibir mensajes, se hizo de buena data de sus fuentes en la Conmebol y decidimos quedarnos en Buenos Aires, aunque me anticipó que la final no sería en Argentina. Dicho y hecho, el 29 de noviembre apareció un nuevo comunicado, el partido pasaba al 9 de diciembre en el Santiago Bernabéu, al otro lado del charco, en España.

Ese mismo día terminé de redactar la leyenda: “Los Demonios de la Copa Libertadores de América”; pensé que iba a escribir sobre personajes ficticios como vampiros chupa sangre, terminé escribiendo sobre las endemoniadas mafias que a diario nos desangran. Sin más, se la envié por correo electrónico a Richard.

– ¡Nos vamos a España! voy a sacar los pasajes… – dijo el Chino, luego de despertarme de madrugada.

– Chino vamos a desayunar; voy yo al aeropuerto y me hago cargo de los gastos. Vamos por Iberia por las dudas que Aerolíneas Argentinas no trabaje – dije, pensando en una huelga y que apareciera Tuk.

De camino a Ezeiza… recibo un whatsapp de Richard y me dice que las leyendas urbanas están listas para ser impresas; a su vez, me envía la imagen de la tapa del libro y que no encuentra al dueño de la pintura incluida en ella, me alerta de un posible juicio por plagio si no pagamos los derechos de autor. Recibo otro whatsapp del Chino y me dice que compró las entradas a 500 mil pesos, flor de oferta y fruto de la reventa; entendí que estaba muy ilusionado con el partido y que no se lo quería perder por nada del mundo.

Llegué a Ezeiza y fui a la oficina de Iberia; delante mío, una extensa fila de personas con la camiseta de Boca y River en espera de sacar sus boletos, muy tranquilos y civilizados. Esto iba para largo; recordé que tenía la foto de portada del libro y no la había visto, la busqué en el celular…

Mi primera reacción fue de sorpresa y después me explotó la cabeza, era la perfección y daba a tarea cumplida, con la piba tocando el cielo en señal de agradecimiento; había sorteado selvas y montañas, no hubo muralla que la detuviera; era sublime.

– Buen día Señor ¿Primera clase o clase Turista? – dijo la vendedora de Iberia. – Señor ¿Primera o Turista? – replicó. – Señor… decida que va a hacer o salga de la fila, hay gente esperando. – sentenció.

Vi la imagen como una señal del más allá, me faltaba una historia para terminar mi libro y tenía que tomar una decisión; comencé a escuchar el murmullo de las personas en la fila, seguido de un reclamo enérgico de alguno de ellos; dejé la oficina de Iberia. Pasé por un local de fotografía para imprimir la tapa del libro en papel fotográfico, luego la guardé en mi agenda. De ahí a la oficina de Air China, tenía mi boleto y debía confirmarlo, y sacar otro para el Chino. En un par de horas escribiría el relato y de allí a España a ver el partido. Con celular en mano, envié dos whatsapp…

– Chino… venite al aeropuerto, en una hora partimos… – dije en el primero.

– Richard… excelente la tapa del libro, empezá a promocionarlo y después vemos los derechos de autor; ahhh… me voy a China… – dije en el segundo.

En eso llega el Chino calzado con chancletas, bermuda y camisa hawaiana, siendo que en España es pleno invierno y hace un frío bajo cero. Se manda sin dudarlo a la oficina de Iberia…

– Volamos por Air China… – dije, y cambio de…

– Mientras nos lleve a España y no se desvíe a China, todo bien. – dijo el Chino.

No me dejó terminar la frase con la explicación del cambio de planes, ya era tarde para darla y más tarde para devolver los pasajes, tampoco podía retrasar la publicación del libro y perder la entrevista con mi contacto en China, sumado a que Richard empezó la promoción con una inversión millonaria en dinero de su propio bolsillo. La tormenta perfecta.

Una vez que nos acomodamos, comenzaron a subir chinos y chinas y coparon todos los asientos del avión. Como el capitán de la aeronave emitía las instrucciones en chino, me vino como anillo al dedo y me dio el pie para sostener la mentira. Sin más, el vuelo de Air China despegó y a volar…

– ¿Desean beber algo? – dijo la azafata.

– Un agua mineral sin gas, – dijo el Chino.

– No, no… whisky doble, estamos de festejo… – dije, y pastillas para dormir en voz baja.

No fueron dos copas, fueron dos botellas y varias pastillas. Después de 20 horas de vuelo, desperté primero, no así el Chino, que se podía dar dos vueltas al mundo dormido del mamut que tenía. La azafata nos indica que debemos abrocharnos los cinturones; dos minutos después, aterrizamos en Beijin en la República Popular de China.

– Chino despertate, llegamos… – dije.

De camino a migraciones rogaba que apareciera alguien que no fuera de nacionalidad china, para zafar de explicarle al Chino que no estamos en España; sólo vimos un grupo de estudiantes japoneses que venían por intercambio y como que el perfil no me ayudaba en lo más mínimo.

Al ingreso a la oficina, el oficial me pide la agenda y abrir las maletas; lo primero que ve es la foto de portada del libro, luego hace un llamado y gesticula con sus manos. Unos segundos después, llega la policía aeronáutica y nos arresta. Media hora más tarde, aparece un funcionario de la Embajada Argentina.

– Están complicados… – dijo el funcionario; las leyes chinas son muy estrictas con los derechos de autor y, más, por el plagio hecho con el afiche de la Fiesta Nacional de la Vendimia.

– ¿Leyes chinas y derechos de autor? qué tienen que ver los chinos si estamos en España – dijo el Chino; que seguía bajo los efectos de las pastillas y con altos niveles de alcohol en sangre.

La pintura era un enigma, había aparecido de la nada y se había convertido en una leyenda en China, una especie de símbolo nacional. Estamos en una situación crítica, a un paso de un juicio civil por daños y perjuicios con la consiguiente multa y ante la posibilidad de un juicio penal y terminar presos por años; tenía que determinar su origen. Un policía llevó al Chino a un calabozo y de camino le dijo que no estaba en España, no paraba de putear.

Le envié un mensaje por whatsapp a Richard, explicando la situación, estaba desesperado. Fue así que posteó la pintura en su muro de facebook y yo leyendo los comentarios; se armó una búsqueda masiva entre sus contactos. Anabel, Loly y Jessii, sugirieron subir la foto al buscador de imágenes de Google; Lucho y Horacio se la adjudicaron como propia y que la usara tranquilo; Ferchu aseguró que la pintura tenía más de 10 años y se despidió con un ojalá tengas suerte; Juanga que la buscara en el Pinterest; Cristian que le pertenecía a un filipino; Robert pedía mil pesos y Darío diez mil dólares, jactándose de su autoría en broma.

Hasta que apareció una tal Lobesia, que encontró una pintura similar y dijo: “Richard le cortaste los ideogramas chinos del costado a la imagen. Es probable que esos sean los derechos”; era una pista. En ese momento, un funcionario del gobierno chino que estaba a mi lado, me ordena transmitir la búsqueda en vivo. Mil millones de chinos en el país y otros mil millones alrededor del mundo, serían testigos de los sucesos que se venían.

Se enganchó en la búsqueda un tal Mauro y dijo: “Unmei no akai ito o la leyenda del hilo rojo del destino”, y lo derivó a un sitio web en el que figuraba la pintura pero sin el nombre del autor, lo que no fue de mucha ayuda. Después de varios intentos fallidos, salió de internet y entró en la infranet o deepweeb, una red secreta en donde las mentes más putrefactas pergeñan los más brutales hackeos y programan los virus más letales.

Tomó la foto posteada por Lobesia y migró el archivo de formato binario a uno de texto plano, para compararlo bit a bit con los archivos encontrados. Después, comenzó una búsqueda en más de mil tera trillones de archivos en todos los servidores del planeta, hasta que encontró algo; lo descargó. Tenía que rearmar el nuevo archivo a un formato legible para abrirlo en un programa de diseño gráfico, antes que su laptop explotara. Al cabo de unas horas de arduo trabajo manual, el misterio era develado y pudo visualizarlo en pantalla. En ese momento, llegaron científicos de la Agencia Espacial China -en conjunto- lograron determinar que la pintura había sido plagiada.

El plagiador había tomado la foto original y dibujó una piba con una cinta roja, con el agregado de 120 píxeles de cielo en la parte superior, con algunos retoques en su iluminación. Es decir, no era una pintura milenaria sino una fotografía de la era digital, subida a internet a las 02:50:56 horas del 6 de agosto de 2016 por un sitio web denominado 36TV de origen chino.

Pasamos de ser unos vulgares delincuentes a transformarnos en héroes nacionales; pensaron en reemplazar la estatua de José de San Martín emplazada en el Museo de Arte Jin Tai en Beijin, y poner esculturas nuestras. El gobierno nos pidió las disculpas correspondientes; ya podíamos dejar este noble país y volar a ver el partido de River y Boca a Madrid. Air China nos obsequiaba los pasajes a España con alojamiento y estadía, como así también, el reembolso del dinero gastado en la compra de las entradas.

– No gracias… – dijo el Chino.

– Chino ¿qué te pasa ? – dije; y a modo de susurro… agarremos viaje boludo.

– No hermano. Es una vergüenza que el partido se juegue en tierras extrañas, se debería haber jugado en la cancha de River con público local y visitante; somos más los honestos que los violentos. Quiero volver a Mendoza y verlo en el Café Isaac Estrella, con el Tulio; que nos prepare una picada y una jarra con fernet.

El gobierno de China quería pagar de alguna forma los inconvenientes que nos habían ocasionado, hicieron algunas llamadas y nos llevaron a una sala privada; unos minutos después, llega un empleado judicial con un papel que me autorizaba a utilizar la pintura en la portada de mi libro y a no pagar los derechos de autor. Lo miré al Chino, asintió con la cabeza y dio su visto bueno, no opuso objeción.

Nobleza obliga dice el dicho y como reembolso a tanta cortesía, prometí incluir en el último capítulo del libro a “La leyenda del hilo rojo del destino”… por la que personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo atado al dedo meñique, es invisible y permanece atado a estas dos personas a pesar del tiempo, del lugar y de las circunstancias; el hilo puede enredarse o tensarse, nunca romperse.


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