/La maldición de Barrancas | Capítulo 3

La maldición de Barrancas | Capítulo 3


 

 

 

El crimen de Vedia

Recuerdo que cuando era muy chico el pueblo se llenaba de nuevos habitantes, los primos, sobrinos, nietos y amigos de las familias del lugar se tomaban unas minivacaciones en Barrancas, el ambiente era permanentemente festivo, un lugar alegre donde daban ganas de vivir. Pero esto cambió tras las muertes del año 93, la gente, el color, la energía que transmitía el pueblo había cambiado, durante el verano una densa capa de polvo cubría todo, y hacia los días aun más pesados que en pleno centro, y en el invierno el humo que largaban las chimeneas se quedaba en la superficie y llenaba todo de hollín. Barrancas se convirtió en un pueblo triste donde nadie quería quedarse, ni siquiera nosotros.

Justo cuando las cosas empezaban a mejorar, cuando el pueblo parecía dejar atrás su pasado, la tragedia volvió a golpear.

Durante la madrugada de un día de enero se escuchó un fuerte estallido proveniente de la ruta 60. Un camión que cargaba áridos había chocado contra un bordo de hormigón que estaba a la orilla, el chofer no llevaba cinturón, por lo que voló hasta la copa de un árbol donde su cuerpo quedó colgando. Pero lo más inquietante de todo era que había perdido el control intentando esquivar un bulto que alguien con muy mala intención había puesto ahí para aparentar un cuerpo humano. Poco pudo hacer la policía por encontrar los culpables, puesto que no había huellas para identificar.

Otra vez ese olor a mierda llenando todo el lugar, ese mismo que sentí el día en el que murió mi viejo, era un dejavu, y para peor no era el único que parecía presentirlo, el pueblo poco a poco volvió a teñirse de gris. Esta vez fui yo el que empezó a enfermar, llámenlo como quieran, pero los cólicos eran tan fuertes que no podía ni moverme de mi cama. Era tal la desesperación y el dolor que me arrancaba a tirones el pelo, llegué a quedarme completamente pelado teniendo 13 años.

Afuera la cosa no andaba mejor, los perros no dejaban de aullar, era el temor, era el recuerdo de lo que pasaba en Barrancas cada vez que la tragedia golpeaba la puerta.

Fue una semana de aullidos permanentes, que parecían no callar mas. Hasta que una noche se escuchó un disparo, fue lo único que detuvo los aullidos, y nadie se quejó, sobraban perros. A la otra noche los aullidos empezaron con más fuerza, un disparo, algunos segundos de silencio, hasta que volvían a comenzar, otro disparo, se detenían algunos y volver a empezar.

Muy temprano por la mañana nos despertó el sonido de las sirenas. Cuatro ambulancias y seis patrulleros, nunca en la historia del lugar se habían visto tantos policías juntos, y nadie  parecía entender nada, hasta que los cuerpos cubiertos de sabanas blancas empezaron a subir a las ambulancias, siete en total.

Mariano Vedia se llamaba, era un pibe como cualquier otro, un poco alunado, al que le encantaba salir a cazar. Desde muy pibe aprendió a usar la onda con proverbial habilidad, pasaba días enteros buscando la orqueta perfecta y destinaba arduas horas para ajustar los elásticos dobles con precisión. En esa época era bastante común en los pueblos que los padres les obsequiaran rifles de pequeño calibre a sus hijos, pero a Mariano fue su abuelo quien le regaló para la navidad del 97 una carabina de 6 disparos, calibre 22. El pibe estaba feliz, apenas lo tuvo en sus manos se fue al monte y volvió con una vizcacha de importante tamaño. Mariano era un temerario, pero había una sola cosa que lo aterraban y eran los perros, de muy chico había sido atacado por una jauría de cimarrones y le habían arrancado un pedazo de pierna, por lo que su sola presencia lo hacía temblar.

Tal vez fueron esos aullidos los que lo sacaron de quicio, nadie supo decir exactamente de donde provenían, según sus propias declaraciones se había visto rodeado por una jauría de cimarrones salvajes, y haciendo uso de su rifle se había defendido. Cuando vacío el cargador se demoro algunos segundos para recargar y con la última bala logró abatir al enorme can que se arrojó sobre él.

La realidad es que esa noche Mariano no se encontró con ningún cimarrón, esa noche había asesinado a sangre fría a sus padres, sus 2 hermanos. Cuando cayó en la cuenta de lo que había hecho rompió en llanto, y una vez que cesó no volvió a emitir palabra, los médicos determinaron que se había tratado de un brote psicótico y hasta el día de hoy permanece internado en El Sauce.

Barrancas nunca volvió a ser la misma, la gente por fin había entendido que algo andaba mal con el lugar. Recuerdo que la noche siguiente de los asesinatos yo estaba a los retorcijones en el baño cuando mi vieja entró a ayudarme. Al verme a la cara demacrada y el cuero cabelludo al descubierto rompió en llanto, buscamos un teléfono, llamo a un taxi y me llevó al hospital. Nunca más volvimos a nuestra casa, demasiado habíamos dejado allí, mucha sangre corrió por esas calles, muchas lágrimas nos había costado.

Mis recuerdos de mi pueblo son contradictorios, por un lado se que la gente del lugar lucha incesantemente para salir de ahí, pero hay algo que los ata y los somete.  Nunca pude sacarme la idea de la cabeza de que había algo en Barrancas que la condenaba, algo tan putrefacto que era capaz de convertir a niños inocentes en pequeños seres capaces de sacrificar a sus propias mascotas.  Esto me llevó a investigar a fondo la historia del lugar, intentar descubrir el origen de todas estas desgracias.

Continuará…