/La maldición de Barrancas | Capítulo 5

La maldición de Barrancas | Capítulo 5

La tumba de los soldados sin nombre

Hurgando en la historia del pueblo me encontré con algunos vacíos, esto no es algo extraño en un pueblo de más de 200 años de antigüedad, pero en Barrancas es distinto. Está la capilla y en ella deberían guardarse registros de la actividad del pueblo, era el centro de la actividad civil y a veces militar del lugar, pero dichos registros estaban extraviados, o al menos  eso se pensaba.

Mucha gente ni siquiera sabe de su existencia, pero el Registro Histórico Provincial es de libre acceso y gran parte de sus archivos han sido digitalizados, por lo que acceder a ellos es tan simple como saber a quién dirigirse y cómo hacerlo. Los registros sobre Barrancas son precisos y detallados, describen al mínimo la actividad del pueblo, su gente y su porvenir, pero a partir de 1841 hay un salto temporal hasta los últimos años del siglo.

El último registro censal habla de 500 personas, lo que convertiría a Barrancas en la segunda ciudad de Mendoza, que para esa época tenía poco mas de 10 mil habitantes. En los edificios aledaños a la capilla funcionaba la escuela donde los curas dictaban clases, lo que la convertiría en uno de los primero pueblos en tener un sistema educativo, habían al menos 5 pulperías, cultivos, canales de riego, cría de caballos y ganado, era un lugar prospero y vibrante.

Uno de los sucesos parteaguas es la llegada de 25 hombres al pueblo en búsqueda de auxilio el día 22 de septiembre de 1841. Según las anotaciones, eran algunos de los sobrevivientes de lo que se conocería como la Batalla de Rodeo del Medio, de la que todavía no tenían noticias, los mismos se identificaron como combatientes del bando federal. Sin embargo este combate fue una arrasadora victoria del bando federal, por lo que lo único que queda por pensar es que aquellos hombres mentían sobre su filiación.

Les hicieron un espacio en un edificio aledaño a la capilla y se montó una guardia armada para evitar una fuga. Se les brindaron todos los servicios, pero varios de ellos murieron por las heridas recibidas durante la batalla. Se envío una delegación a Mendoza para buscar ayuda y decidir qué hacer con los rendidos, pero la respuesta se hizo esperar demasiado. Las asambleas se sucedieron día tras día, las transcripciones no son claras pero se puede percibir la tensión creciente en el pueblo.

En diciembre se convocó una asamblea urgente, al parecer hubo un intento de fuga, ya se conocía el destino de muchos de sus compañeros de armas, la mayoría habían muerto intentando cruzar a Chile, pero había 100 a los que se le había perdido el rastro. La capital estaba sumida en el caos hasta que asumió el temido Fraile Aldao, conocido por el trato cruel e inhumano que dispensaba a los prisioneros. Aun estaba fresco el recuerdo del terrible destino de los rendidos tras la Batalla del Pilar, nadie quería quedar enemistado con el temible soldado de San Martín.

En febrero del 42 llega finalmente al pueblo un pelotón de la milicia provincial (en aquellos años no existía el ejército ni la policía como la conocemos hoy), pero no encontraron rastro alguno de los  prisioneros ni los curas encargados de su cuidado. No había ninguna autoridad que se hiciera cargo de la situación ni alguien que pudiera ubicar físicamente a las 19 personas, simplemente se las dio por perdidas.

Barrancas desapareció del mapa durante los próximos 40 años, se extendió la versión de que tanto los prisioneros como los curas habían sido linchados por locales por el temor a las represalias de las autoridades provinciales, y poco a poco perdió su antiguo esplendor.

Para 1885, cuando se volvió a realizar un censo, quedaban solamente 120 habitantes, no había un solo edificio en pie además de la capilla, puesto que tras el terremoto de 1861 nadie se tomó el trabajo de reconstruirlos. La ola migratoria trajo consigo nuevos habitantes que hicieron caso omiso a las leyendas del lugar.

Allá por el año 1907 llegó a Barrancas un inmigrante Portugués de apellido Pereyra, para instalar una moderna bodega en el centro del pueblo. El emprendimiento trajo consigo un gran movimiento, puesto que requirió una enorme cantidad de mano de obra, aun antes de su  puesta en marcha le dio un segundo aire al pueblo. Sin embargo a mitad de la obra ocurrió algo que detuvo su avance temporalmente, todos los albañiles fueron despedidos y se contrataron nuevos, pero de otras provincias.

¿Qué fue lo que sucedió? Algunos dicen que hubo un accidente y en el murieron varios trabajadores, pero los que participaron de la obra declararon algo totalmente diferente:

La obra en general avanzaba a buen ritmo, salvo que al momento de instalar la sala de maquinas, tuvieron problemas para excavar en el terreno, puesto que los escombros de los terremotos de 1861 y 1903 hacían que fuera casi imposible. Después de probar en varios sitios dieron con un sector donde la tierra estaba particularmente blanda, por lo que empezaron con la tarea. Cuando llevaban escarbado un metro, uno de los obreros se encontró con un trozo de mandíbula, otro dio con un pedazo de costilla, y así hasta que se dieron cuenta que no se trataba de ningún animal, sino de restos humanos. El dueño de la propiedad pensó en llamar a la policía para que estudiara el caso, pero al encontrarse con más y mas restos, decidió ocultarlo ante la posibilidad de que esto pudiera detener por completo las obras.

Seis fueron las personas que participaron en las excavaciones, cuatro de ellas eran de otros lugares y no se supo mas de ellos, los dos restantes eran vecinos del lugar y aunque nunca dijeron lo que habían visto, terminó padeciendo terrores nocturnos, depresión y psicosis uno, y un cuadro psiquiátrico que lo llevó al suicidio no mucho tiempo después de dejar el trabajo el otro.

A causa de estos acontecimientos, la bodega Pereyra y la sala de maquinas en especial se convirtieron en un lugar prohibido en el que pocos se animaban a entrar…

Continuará…