/La noche que la repulsión fue más fuerte que la poesía

La noche que la repulsión fue más fuerte que la poesía

No debí esperar tanto tiempo para soltar certeras verdades que le dolerían hasta al más humilde de los benévolos. Porque cuando uno está enojado se sube a ese tren que arrasa con todo lo que tiene a su paso y solo se detiene cuando choca fuertemente contra la estación final, donde todo se vuelve calma de una vez.

Lo que pasa es que no debí dejar enfriar la bronca al ver aquel parador fundirse en llamas. Porque la noche no merece ser lastimada. Todo menos la noche, eterno refugio de estrellas y calma. Y sobre todo cuando la calma se ve bendecida con una lluvia de verano, esas, que inundan el alma de musas. Podría haber hecho tantas cosas esa noche, pero no. Ellos llegaron e incendiaron todo.

Me refiero a esos que viven por la gratitud del aire. Esos que se desenvuelven en la vida bajo el rol de sicarios de toda forma de vida pura. Esos que envenenan a las mentes jóvenes con sus sustancias de infernales consecuencias. Porque ellos son los creadores del paralelismo y de la mentira, creadores de caminos oscuros y corrupción. Ellos que se aprovechan de lo inculto y lo convierten en diversión. Aquellos que carecen de ética y les da igual corromper a niños o grandes. Aquellos que convierten a adolescentes en pleno desarrollo a bufones y prostitutas de su imperio.

Es que es así. Esta semana me toco ver como la podredumbre se acomoda en un sillón mientras ve porla TVal mundo desvanecerse entre sus dedos. Me toco ver como se ríen con carcajadas eméticas, mientras sus barrigas de marranos se hinchan de poder mal ganado. Llenan sus vacios días con tantas efímeras cosas que sus grasientos cerebros le impedirán apreciar lo que se están perdiendo.

Todos los presentes desde el otro lado de la calle, mirábamos con cara de asco el amontonamiento de estos seres. Eran como moscas invadiendo a un pedazo de carne muerta, se amontonaban en un círculo de mal gusto y como si se tratase de un exclusivo clan, solo se comunicaban entre ellos.

Aguantando la bronca y repudio decidimos salir de ese lugar lo más rápido posible. Habían destruido todo lo que rodeaban, habían acabado con la paz y armonía del lugar… con la magia que otorgaba la noche con su lluvia. Era como si se burlasen de aquel regalo de los dioses.

Ahora me enojo conmigo mismo por haber tardado tanto tiempo en soltar estas verdades, me enojo conmigo por escribir esta simple hoja y no la cantidad de puteadas que largamos en una sola noche las personas que veíamos desde el otro lado de la calle aquel patético escenario. Esa noche, donde vimos y nos dimos cuenta que la más alta sociedad es el opio del pueblo.

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