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La sombra del hombre afeitándose

Sin poder controlarse bebe 220V. De rodillas exprime el toma corriente hasta el último electrón. Espera pacientemente que la lluvia de electricidad caiga en su lengua y despacio llene sus venas de chispas. Lo hace por horas.

La tensión baja. Es de noche. La gente llega a sus hogares y prende sus aparatos eléctricos al unísono consumiendo toda la energía de golpe, dejando solo un hilo flaco en los cables. Es de mala calidad esa electricidad residual: él lo sabe, la evita. Le causa pesadillas de una oscuridad penetrante que lo envuelve y le dice al oído palabras sin sentido. Camina por horas en ese sueño pérfido y ciego hasta despertarse con la boca seca. Entonces se detiene. No quiere nada de eso, necesita un sueño limpio hasta la madrugada.

Toma un descanso antes de la llegada del nuevo día. En ese momento, en donde todo el mundo duerme y nadie consume,  la energía es solo para él. A pesar de que está saciado no puede evitar que se le llene la boca de agua al rememorar la corriente nueva, fresca, virgen.

El problema es el amanecer, le teme a los celajes bellos como canto de sirenas con sus resultados de naufragio. En ese momento no queda artefacto eléctrico que no sea prendido, todo aquello que tenga una lucecita, que titile o no, es encendida para su contrariedad de bebedor insaciable.

Le está creciendo la barriga y los músculos se le tornan laxos por tanta quietud. Está llegando el verano, época de ventiladores y aires acondicionados. Tiene la idea de que mientras más consuma más posibilidades tendrá de pasar el estío, aletargado, consumiendo de a poco las reservas de chispas que guarda en el estómago y las venas. Lo justo para sobrevivir hasta la llegada del otoño, temporada en que las temperaturas son confusas y la luz del sol es dorada, así que el ojo queda empachado de claridad hasta la madrugada y mucho velador no hace falta.

Está seguro de que llegará a su meta, juntará suficiente corriente eléctrica, de mala o buena calidad, y descansará. Para eso deja de dormir sueños limpios y en cambio se introduce en pesadillas oscuras y parlantes. Jornadas enteras se la pasa consumiendo para su hibernación a la inversa, para saltar el verano.

Se siente agotado, día y noche no ha hecho más que cosa que tomar del enchufe. Su cuerpo va cambiando, su abdomen se hincha al doble de su tamaño, mientras se ven las luminiscencias del fluido eléctrico bajo la piel, viajando por sus venas. Las rodillas se le convierten en ventosas y los labios parecen un embudo.

En un momento descubre algo imposible: se siente sucio, desaliñado, después de quién sabe cuánto tiempo abstraído en su trajín olvidó que le desagradaba oler como un chivo. Está satisfecho, repleto, no hay problema en dejar un tiempo el enchufe para darse una ducha.

Arrastrando los pies va hasta el baño y abre el grifo. El chorro de agua tarda una eternidad en salir y casi nada en llegar al piso. Entonces se baña, largo y tendido. Entre la bruma se reconoce a medias en el espejo empañado y decide afeitarse.

Los pelos se resisten aunque ceden. Su cara va tomando humanidad nuevamente. El jabón se mueve en remolinos sobre la piel. Entonces el metal de la afeitadora lo corta. Sale una gota de sangre que se lanza al vacío. Durante un segundo en su interior nacen y mueren millones y millones de galaxias. La gota cae en el piso y hace contacto con el agua en un chispazo que ilumina al planeta por un segundo.

Los que investigaron no encontraron restos, solo una sombra de Hiroshima en la pared de un hombre afeitándose. Los únicos que lamentan su ausencia son los de cobranzas de la Compañía de Electricidad, por la deuda exorbitante que nunca van a poder cobrar.

FIN

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