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La tormenta entre las piernas

Keraunofilia: Dícese del placer sexual por los rayos y truenos.

 

La lluvia era un habitante del futuro. existente en algún lado pero inalcanzable.

La luna tenía el paladar seco.

Afuera, entre la maleza del jardín, los insectos estaban sedientos.

Fueron años de sequía, ni una mísera gota cayó desde el cielo durante años, también Marta tenía su sexo árido.

Ella quería un orgasmo que él no le podía dar por más que lo intentara hasta el agotamiento, hasta abrasar su entrepierna. Ambos esperaban, él por amor y ella por necesidad.

Se sentaban a cenar sin mirarse y en silencio, a veces una palabra caía desde la boca de alguno de los dos, ésta se arrastraba por el mantel celeste con flores verdes y se quedaba laxa a mitad de camino, sumida en el silencio.

Esa noche fue diferente, la estática se sentía en el éter, flotando cómo humo de un incienso de un Oriente que no existía. Un retumbar desconocido caía desde el horizonte, acercándose.

El sonido en forma lenta se transformó en truenos que vaticinaban lo tan deseado. Relámpagos verdes y azules caían desde nubes descomunales y furiosas, ávidas de estremecimientos y terrores.

Ella, Marta, y él, Julio, se sintieron ansiosos, expectantes esperaron que la inminencia de la tormenta trajese a los fluidos de ella y a la erección brutal de él.

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El cielo explotó y la lluvia cayó, primero tropezando y luego en caída libre.

La tormenta llegó de golpe. Julio agarró de los hombros a una jadeante Marta y la llevó al jardín y comenzó a lamerla con desesperación, su lengua.

En el paroxismo de ésta, Marta sintió en sus entrañas la urgencia de una penetración y ahí estaba Julio para complacerla, con diligencia y devoción. Tuvieron sexo durante toda la tempestad, envueltos por las plantas que renacían en el jardín, matando caracoles al girar sobre si mismos; una mariposa voyeurista se auto complacía parada en el alféizar de la ventana

Cuando pasó el vendaval y volvió la sequía, Marta y Julio se ignoraron hasta despellejarse.