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Los cuentos que Diem Carpé cuenta: Lejos de mí

A veces sólo porque sí, me gusta contar cuantos pasos me lleva terminar una vereda. Sólo por el hecho de despejar mi mente y no pensar en nada más. Otras veces, camino por las cuadras, tratando sólo de pisar ciertas baldosas de ciertos colores. Sólo para hacer más entretenido mi ir y más ameno el venir. Y muchas otras veces presiento que si alguien se enterara de esas cosas podría recibir más de un dedo acusador tildándome de niño. Acusación, que por cierto, siempre fue de categorizarme.

-“¡Eso es porque a la gente a grande le gusta categorizar!” me gritaríaun ya crecido Principito. Pero sé que ese principito estaría dándome la mano para salir de mi más complicado pensamiento.

Hoy mientras escribo esto en mi cabeza, me encuentro caminando. Hoy no voy contando pasos, ni esquivando baldosas; hoy no hay principitos, ni mucho menos acusaciones. Hoy camino por el arte de caminar, y por el deseo de estar lejos de mí.

Difícilmente puedo contar las situaciones que me atañen, porque tengo la estúpida costumbre de marearme ante el más sencillo de los problemas. No lo elegí, no me formé así. Pero así soy. Es por ese motivo, que en un sentido inverso a una ley de atracción, genero más problemas de los que el problema atañe. Recuerdo hasta el día de hoy, las manos de mi padre estirándose desde un centro, a la izquierda y a derecha, diciéndome: “El problema es así, pero vos lo haces mas grande” Gran hombre mi padre. Como todos los padres en general.

No quiero desvariar. Las cosas hoy son así. Salir de mi para encontrarme, es un trabajo que realizo varias veces a la semana. Y es que hoy por hoy, es la terapia que he encontrado para no enredarme entre los engranajes que suponen a un problema. Dejar mi cuerpo un rato en paz e invitarlo a sentarnos frente a frente, conversar; ver que tenemos en común y en que discrepamos. A veces las charlas son eternas, otras veces la comunicación no pasa de un gesto.

Parece loco, parece aniñado, y es hasta irrisorio si lo miro de lejos. Pero es mío. ¿Hay alguien que pueda quitarme eso? Entonces el yo del otro lado de la mesa, me mira y niega con la cabeza. Sabe que tengo razón. Que me cago en el existencialismo y en las leyes que lo componen. Y sonríe. Es mi cómplice. Soy yo en todo mi esplendor. ¿Quién mejor que uno para entenderse?

Tal vez hoy este lejos de mí. Tal vez no sea uno del todo. Tal vez me veas con la mirada perdida en el horizonte, y no le preste atención a lo que me digas. Pero es que en este momento camino por el simple arte de caminar. En este momento tengo a una persona hablándome, y esa persona soy yo.

 

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