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Los cuentos chiquitos contraatacan

Brevedad es la prudencia.
Ralph Waldo Emerson

I

De sus ojos se derrama una lágrima. Ésta, en la caída libre, se convierte en una perla y al chocar contra el piso se transforma en una explosión nuclear que le hace cosquillas en los pies.

II

El huracán arrasa con todo. Aparece de la nada y destruye la ciudad en pocos segundos. Entonces, cierro la tapa del frasco y la lluvia psicópata y los vientos carnívoros se quedan en su interior. Pongo el recipiente en la mesa de luz. El vendaval araña el cristal, procurando salir, y no me deja dormir la siesta.

III

Se vio en el espejo y descubrió que su mirada era la de otro, que sus manos eran garras y que de su frente sobresalían dos cuernos curvos. Hedía a azufre. Al parecer necesitaba un exorcismo, la semana entrante pediría un turno.

IV

Entró al almacén a los gritos y blandiendo el revolver calibre 32, diciendo que era un asalto; nadie le prestó atención. Se acordó de que ya había estado allí y de que Don Rubén, el almacenero, le había disparado en el pecho con la escopeta que tenía bajo el mostrador. Con resignación volvió a ser un fantasma sentado en un rincón, cerca de la balanza romana y los cajones de tomate.

V

Estaba enamorado, sentía los tentáculos que lo tomaban y lo zarandeaban para todos lados; su corazón comenzó a oxidarse y las mariposas de su estómago se reían a carcajadas de su credulidad.

VI

Una flor dorada es la selva entera.

VII

Hendrix está quemando su guitarra Fender en el Festival de Monterrey; una chica rubia del público fuma un porro. El humo de ambos acontecimientos se unen. Voodoo child sigue fluyendo como humo. La Fender Stratocaster y el porro se consumen al ser parte de un ritual pagano y hermoso.

VIII

La iglesia estaba en penumbras. Por un vitral entraba la luz de la tarde y los colores se desparramaban por el piso. El silencio sólo era roto por el crepitar de los pábilos de los cirios ardiendo en un rincón.

Jesús, en su cruz, levantó la cabeza. Miró en derredor asegurándose de que no hubiese nadie. Como era su costumbre, se desligó de los clavos que lo torturaban contra la madera y bajó de las alturas.

Se sentó en el primer banco, disfrutando la tranquilidad y ausencia de pedidos imposibles embadurnados por un rosario-mantra.

Tenía sus urgencias. Como todo hombre santo, su parte humana entraba en conflicto con su divinidad. Entonces, verificó nuevamente que no hubiese nadie, tomó su sexo con una mano y comenzó a masturbarse.

Cerró sus ojos, disfrutando el movimiento, sintiendo cómo todo el universo se erectaba a la par suya. Empezó a hacerlo cada vez más rápido, recordando el aroma del pelo de María Magdalena, sus manos sobre su pubis y sus pechos.

Jesús eyaculó en el piso de mármol de la iglesia, entre los colores derramados por el vitral; su semen comenzó a brillar, lleno de santidad.

Más tarde, el capellán descubrió la secreción. La noticia se disparó y de todos lados vinieron a venerar a la Mancha. Con el orgasmo se concretó el milagro.

IX

La Luna que se queda a ver el día, ésa que es chiquita y se esconde en el celeste del cielo, no es la misma que la de los enamorados. Ésta le pega cachetadas a los traidores y a los traicionados.

X

Vomitaba colores; primero el azul le llenó su interior en un reflujo, el verde le trajo mal sabor en la boca mientras que el rojo le revolvía el estómago. El amarillo le dio náuseas incontrolables y se alivió con un naranja que le embadurnó los zapatos.

XI

Me sumerjo en el sol sin taparme la nariz o cerrar los ojos. Camino muy lento sobre brasas y por momentos bailo. Me tomo de un sorbo al mar y lo escupo hacia la luna. La arena azul no ensucia mis pies ni lastima mis uñas. Uno de mis ojos es un acuario con tiburones y el otro una selva con tigres. Mis huesos se transforman en lilas y fuego. Amanece música en el horizonte. Es un día como cualquier otro.

XII

Estuve a punto de tocar el cielo y de caer en los dientes de un río que lleva en su cauce a los que tocaron el cielo.

XIII

No.

XIV

Que la revolución empiece por tus vísceras, entonces, cuando éstas estallen, que llenen de igualdad y justicia al mundo.

XV

Esperó y esperó tanto que se convirtió en un reloj. Cuando ella llegó se le había acabado la cuerda.

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