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Los cuentos que Diem Carpé cuenta: No puedo dejar

Por qué, lector, debería yo llevarles una historia llena de interpretación y enseñanza. Por qué no puedo concentrarme en cualquier simple acto de vida, y de ahí relatarles algo.

Intenten seguirme y no perderse, adentrémonos en una situación cualquiera de un día cualquiera.

Aquí va…

Por las ventanas de un cuarto se cuela una tenue luz, regando de sombras toda la habitación. En el interior, dos personas vestidas de gala: una mujer sentada en el suelo y un hombre de pie unos pasos más adelante de ella.

-¿No hemos pensando suficiente en lo que haremos después? Me parece que ya es hora de decidir qué más puede pasar, pero no después. Ahora mismo.-

Su pintura corrida de tanto llorar, las ropas de fiesta arrugadas contra el piso donde se encuentra sentada. Llora y lo mira. Lo mira y se esconde.

Recién llegados de festejar alguna evento social, y nadie se imaginaria que las riendas de aquel carruaje estaban totalmente sueltos. Los caballos de una relación desbocada, corriendo con ritmo diabólico con destino a la nada misma

-Por favor contéstame-

Es él el que le reclama. Pero está completamente ciego. No la mira y hace tiempo que no la entiende. Esta cegado por su personalidad. Cegado de tanto mirar para adelante.

La noche les regaló una fiesta y ellos la convirtieron en un velorio. Ninguno de los dos lo entiende, pero los dos necesitan de esta charla.

Como si nada, ella se levanta, camina hasta la ventana de la habitación y apoya la frente contra el vidrio. Las cortinas juegan con su cara y se manchan de cosméticos húmedos. Respira hondo, se aprieta las manos fuertemente y gritando, tira las cortinas al piso de un tirón.

Él se asusta, jamás la vio tan enojada.

Con el corazón acelerado cuatro tiempos, ella le clava la mirada. Ahora la habitación parece iluminarse en su totalidad.

Se para frente a él, le agarra la cara con desesperación y lo besa.

Él no entiende absolutamente nada. Está atónito, aterrado y confundido. Pero algo adentro le dice que debe retribuir el beso. Se besan con furia por casi todo un minuto. Pero cuando un acto, cualquiera sea, se realiza con tanta intensidad, los minutos parecen horas.

Los labios finalmente se separan. Ambos respiran con dificultad. Él, con más miedo que ella, no se anima a emitir palabra. La típica historia del inquisidor sorprendido.

Finalmente, después de un tiempo donde las miradas tratan de encontrar respuestas. Es ella la que suelta palabra:

-No puedo dejar… no puedo-

Ambos se abrazan y una sonrisa cubre el lugar.

Afuera del cuarto aún es de noche. La salida de la fiesta que ellos transformaron en velorio, quedará guardada para ellos y nadie más.

Pero… ¿Qué es lo que ella no puedo dejar? ¿Qué fue de ellos después? ¿Por qué escribir una historia llena de nada y plagada de preguntas?

No es necesario que las respuestas estén escritas. No es necesario, ni tampoco conveniente, que todos los textos dejen una enseñanza. O que deban dejar un mensaje escondido entre las letras.

Sepa entenderme, lector. Los personajes no son importantes, las historias no son importantes… ni siquiera los desenlaces son importantes. Simplemente con saber interpretar que después de la noche sale el sol, y que es el sol de la madrugada es el único que se deja ver, tiene que ser suficiente.

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