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Los espejismos del amor explotando

Por supuesto que es posible amar a un ser humano si no lo conoces demasiado.
Charles Bukowski

Ella era bella.

Era más blanda que el agua blanda.

Su nombre, a pesar de que ser una incógnita era la perfección en letras.

Irradiaba todo lo que contiene el universo, sobretodo el color amarillo.

La verdad tornasolada de su sonrisa curaba todos los males.

Su saliva fresca refrescaba las sienes a los planetas con fiebre. La luna era suya, su refugio y su arma; era su hermana.

Él, en cierta forma, era ciego; podía ver pero no comprender las formas, era como si el sol le diese permanentemente en los ojos y su fulgor le mordiera el cerebro.

Un día, él y ella se terminaron de conocer.

Él pudo ver finalmente, la vio y pudo respirar tranquilo, sin tanta confusión en su vista. Ella le prometió algo así como un Paraíso en la cuenca de su manos.

Como una hiedra se aferra a una pared, él se fue uniendo a sus piernas.

Él estaba en un sopor bienaventurado, con una credulidad de apóstol. Poco a poco fue formando una especie de adicción que se trasformó en devoción. Le besaba los pies todos lo días, ella se dejaba besar, con los ojos abiertos.

Fueron por un instante electrizante Cielo y Tierra.

La perfección no es perfecta, todo lo que se abraza se estruja, todo lo que se besa se muerde.

Como ella contenía todo, era lógico que tuviera partes insospechadas, oscuras galerías llenas de rocas lacerantes y abismos con colmillos en su fondo.

Y él caminó desnudo y descalzo por esos parajes hechos con la carne, los huesos y la piel de ella. Exploró a fondo en la oscuridad mujer y se fue quedando ciego de nuevo, con una ceguera de párpados cosidos y pupilas implosionadas.

Él se resistía hasta que se acostumbró a las sombras. Ella reía, mientras se le desprendía el aguijón.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que a él se le vencieran las rodillas y quedara tendido; ella lo observaba desde detrás de los cactus.

Cada tanto le llevaba unas gotas de agua, que depositaba en sus labios de piedra; él sufría de insolación y la oscuridad le mordía el cerebro.

Desde entonces, en la oscuridad acogedora, ve los espejismos del amor explotando como fuegos artificiales en una noche estrellada.

Él, silente y confortablemente adormecido, espera que llegue la mañana verde para su redención.

Ella sigue siendo bella y más blanda que el agua blanda.

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