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Los Riolotudos

Llegaron los primeros grandes calores y con ellos la imperiosa necesidad de refrescarse. Así que si no tenés la suerte de contar con una pileta propia o una pileta amiga y no te pinta mucho la onda del club, tus chances, como las de miles de mendocinos más, quedan reducidas a una sola posibilidad: Escaparte hacia las aguas públicas. Y no hablaremos de cualquier arroyo, ni si quiera de ir a Potrerillos, (eso seguramente lo analizaremos en otra nota), vamos a escudriñar a la espantosa horda de salvajes de mal gusto que domingo a domingo visita la popular bajada de Blanco Encalada. Los Riolotudos.

En esta bendita provincia con falta de salida al mar, al que no le alcanzó para la Pelopincho, se olvidó de sacar el aire acondicionado en el Cyber Monday y realmente está harto de manguerearse en el patio mientras se quema las plantas de los pies, no le queda otra que visitar esta bajada del demonio para ir a compartir junto a cientos de personas igualmente horribles, de un poco de agua fresca y aire libre sin necesidad de meterse en el zanjón de la rotonda del Corredor del Oeste, ni en las profundas acequias del Parque.

Los Riolotudos de pura cepa en realidad te van los domingos o feriados al río, los sábados no tienen el mismo encanto de estar todos pegoteados, gritando todos juntos  y haciendo largas filas para ver un chorrito de agua. Esto se explica porque seguramente los sábados también deben trabajar ellos o sus amigos o familiares por lo cual dejan “el plan” para el domingo. Esto hace que los sábados sea un lugar un poco más pasable.

Y  así es que llega el día! Se carga la Fiorino o simil con bolsas de leña, carne de oferta, vino en cartón, gaseosas de segundas marcas flotando en la heladerita de telgopor, Fernet Vittone abierto, ensaladas en tupper, el atado de Phillip, las mesa portátil prestada, las sillas rojas plegables de Andes choreadas y la abuela, todo a la caja del vehículo. El orden en general no es muy necesario porque se va acomodando todo en el camino.

Ya el hecho de llegar es un plato. Hay una cola de autos para bajar como si fuera un Boca-River. Es lógico, porque aparte de la cantidad de gente que desciende, la bajada es digna de una pista de motocross, por lo que, los que no concurren con camionetas altas van “panzeando” sus vehículos, que vienen cargados hasta el moño, todo el camino. Mientras se ven las caras de los conductores sufriendo con cada peñascazo que va pegando en lo bajo de sus cacharros. Si no querés romper el auto tenés que pagarle a un caradura que te cobra por bajar al río por una servidumbre de paso cerrada con un portón. Si te gusta el durazno…

Una vez aterrizados en “Mersa Beach” comienza la ardua tarea de conseguir un recoveco para poder colarse y quedar frente al río para empezar el camping. Si se llega después de las 12 no hay forma de conseguir estacionamiento con vista y salida al agua. Es un “real estate” muy codiciado, por lo que empiezan las filas de autos estacionados y las discusiones por las extensiones de los campamentos vecinos, quienes no quieren ceder terreno alguno a los nuevos visitantes.

Ya instalados en la popular locación empieza el verdadero show, el inconfundible aroma de la carne asándose, se sazona con la hermosa vista que generan las toninas en mallas enterizas, con las piernas cagadas a tiros de celulitis y camufladas con várices, o las barrigas a base de porrón de los agraciados mamuts que se tiran un panzazo al agua. Los wachitos correteando en slip y los boludos de siempre que se meten al agua con la remera puesta.

Pasa la hora del almuerzo y las señoras meten sus oxidadas reposeras al agua para hacer la digestión. No falta nunca el que se hace el dolobu y se manda un poco más adentro para hacer una meadita acuática, lo reconoces fácilmente porque tiene cara de choco abotonado. Los niños aprovechan la mona que se duermen los padres y sacan a pasear sus “cuatrichinos”. Estos son fourtracks que en vez de ser buenos como Honda o Yamaha, son de marcas chinas y están hechos de papel glasé. Ahí hay que tener cierto cuidado, puesto que entre la falta de espacio y la falta de habilidad en general para conducir ATVs de estos wachines, la cosa se convierte en un auténtico peligro.

Va promediando la tarde y viene el refuercito de público “distinguido” que le faltaba al balneario, llegan los pendejos. Son los que se acaban de levantar todavía con resaca de Top Drink con Ayudín y caen a alegrarles la tarde a todos los demás. Se empieza a generar una mezcolanza insostenible de estilos musicales tropicales con los parlantes a todo lo que da, saturando al límite. Básicamente un mash-up de Karina, Wachiturros y Romeo Santos. Una obra de arte es ver a los que vienen haciendo malabarismos bajando entre las piedras arriba de una Motomel entre tres, revoleando las bolsas para hacer equilibrio.

Una vez que ya están todos empieza un segundo aroma característico, arranca “Fasolandia” con ese curioso olor a marimba mezclada con OFF para los mosquitos. Los audaces jóvenes sacan sus celulares con cámaras para sacar la clásica foto “pal’ feis” como si ese río fuera de Janeiro. Arrancan con el escavio para descubrir rápidamente que se les derritió el insuficiente hielo que trajeron y tener que recurrir a los vendedores ambulantes que lógicamente, cobran sus mercancías en euros.

Mientras discurre toda esta escena tragicómica los mayores beneficiados son los que pasan con las balsas de rafting y miran a toda esta fauna local como si fuera parte de un safari de animales exóticos. Y va cayendo la noche, todos apuran la salida dejando un tendal de basura indescriptible, contaminando tierra y agua a su paso. Como buenos negros inútiles que son, dejan los vidrios de las botellas rotas, el fuego del asado prendido, las botellas de plástico tiradas al tiempo que huyen en una fila interminable para hacer la dificultosa subida del Dakar nuevamente.

Y vuelvo a pensar; realmente qué costaría dar una concesión privada, que cobren una pequeña entrada, que hagan un ingreso decente, que mantengan la limpieza y que armen unos buenos paradores para que todos puedan disfrutarlo como corresponde. Qué se yo… ¿Una idea, no?

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