/Menos que un átomo

Menos que un átomo

La grandeza de un hombre consiste en saber reconocer su propia pequeñez.
Blaise Pascal

Fuegotranspiración.

El calor abrasaba los pensamientos y los dejaba derritiéndose en el sudor del cerebro.

Después de tanto viajar se me había presentado un obstáculo infranqueable. La única manera de atravesar la selva era no atravesarla, porque la selva se come todo y todos, de ello se alimenta. La selva es un jaguar hambriento con ojos verdes y piel de oro cubierta de insectos, vegetación podrida y mucha humedad. Un lugar hermoso e intransitable.

El plan era llegar desde el puerto de Buenaventura, en Colombia, hasta algún lugar con la frontera de Panamá; la solución era viajar por mar. El plan me atraía, ya había cruzado casi toda Latinoamérica en colectivos, a dedo y en algún que otro avión que se iba desarmando mientras volaba. Entonces no lo pensé mucho y me fui a buscar un pasaje.

El puerto de Buenaventura es internacional, gigante y hediente. Encontré lo que buscaba en una oficina oscura. El barco partía en dos días.

Al momento del viaje llegué al puerto con mis cosas y empecé a buscar la dársena en la cual arrancaría mi epopeya. Parecía no existir, nadie tenía conocimiento de ella, hasta que azarosamente la encontré. Era más sucia que el puerto mismo, una montaña de plátanos se pudría entre estertores de arañas y serpientes; un jeep Willys con la inscripción “Us Army” se oxidaba inexorablemente bajo lianas y flores de colores que cantaban canciones de esclavos que extrañaban su África.

Entonces lo vi, era el barco de mi viaje, rebotando como un corcho en el Mar de los Sargazos. No flotaba, se mantenía a duras penas sobre el agua con más tesón que con navegabilidad. El herrumbre lo había tomado por sorpresa hacía años. Su eslora no era mayor de treinta metros. Manejado por un capitán que era el Ahab tropical y por marineros rudos e inescrutables.

Mis compañeros de viaje, los otros pasajeros, eran habitantes de los pequeños pueblos costeros, humanos curtidos por las inclemencias del clima, de la vida y de la guerrilla; iban atiborrados de bolsas de nylon y cajas con frutos que vi por esa única vez y nunca más volví a ver.

Cuando zarpamos nos aventuramos descaradamente entre ciclópeos buques cargueros y petroleros; buscábamos entre las moles una salida al mar verdadero. No recuerdo el nombre de nuestro barco, pero si el sonido de su motor diesel, farfullando humo y sacudiendo la estructura del navío con una vibración asesina; había que gritar para comunicarse entre tanto ruido.

Salimos a mar abierto, la distancia se arqueaba en el horizonte… La sal me llenaba los poros de la piel y el viento caliente me mordía. El trópico entero navegaba con nosotros.

En mi ignorancia pensé que dormiríamos en camarotes de a dos o tres personas, pero descubrí, muy a mi pesar, que los veinte pasajeros pernoctaríamos todos juntos en un lugar minúsculo situado en la proa. Entonces mi claustrofobia patológica actuó, de ninguna manera me iba a encerrar en ese sitio. Intenté hablar con el capitán Ahab tropical y exponerle mi problema, pero sólo atinó a mirarme con sus ojos de anguila y esbozar una sonrisa, creo yo, maquiavélica; no existía otra opción más que dormir en ese ataúd de metal podrido, pero me resistí. Decidí pasar las noches en la cubierta, había dormido en toda clase de sitios, así que me pareció que no tendría problemas con ello.

La embarcación se mareaba con el oleaje, rompiendo las olas impertinentemente y navegando como podía a punto de naufragar en cada instante. El motor parecía a punto de fenecer con cada funcionamiento de sus válvulas; las vibraciones y el poder del mar cada vez tenían más vida.

La noche cayó como un puñetazo y yo quedé ahí, en la cubierta, cerca de las olas y de las profundidades. Como pude me hice una cama para pasarla mejor.

En un momento de la noche el motor colapsó, también lo hizo el generador de electricidad y quedamos sumidos en la oscuridad. Fue un instante atroz en el cual nos volvimos navegantes primitivos, buscando el rumbo a ciegas.

Sin las artificialidades humanas eramos sólo una gota más, el mar se hizo tan grande que llegó al espacio. Miré hacia arriba y entonces vi las estrellas, eran tantas que atacaban los sentidos- el pensamiento no podía dimensionar el infinito. Todo comenzó a pulsar al unísono con una completa naturalidad. El agua y el cielo eran un caleidoscopio. El concepto literal, real y verdadero de universo estaba frente a mis ojos.

Espacioluzmarestrellasoscuridad.

Todo tenía su tiempo y su lugar en ese momento. Las cosas encajaban perfectamente, el significado de mi ser se iba revelando. Fue un detalle del todo; mi carne se volvió una estrella más. Entonces en un segundo electrizante me supe menos que un átomo, de los infinitos átomos que forman una molécula, de las infinitas moléculas que forman una gota, de las infinitas gotas que forman un mar con un barco con un motor muerto, de los infinitos mares… ?

El motor tosió un par de veces, quería tener una muerte digna después de décadas de vagar por el Caribe, pero el capitán Ahab tropical no lo permitió. Un RCP en las bujías, tal vez en el carburador y arrancó de vuelta. Seguimos viaje con el estrépito con el que veníamos. Pude ver al timonel en la cabina. iluminado malamente por un foco de 45w, concentrado en su oficio y me dormí.

A veces me despierto en el medio de la noche, y veo nuevamente las estrellas y siento el mar como acaricia el borde de la cama y saliniza las sábanas. Entonces soy menos que un átomo, soy parte del universo y me despierto nuevamente y me doy cuenta que soñaba que las estrellas estaban ahí y el mar acariciaba el borde de la cama y salinizaba las sábanas y el barco con el capitán Ahab me esperaban en la puerta de mi casa.

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