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Un minuto antes de dejar de quererte

“Sincronicemos relojes”, se habían dicho al comienzo de la relación, como en aquellas películas de robos de bancos, donde la precisión es una condición indiscutible y cada segundo vital.

Y así fue… el tiempo transcurrió para ellos de la misma manera, a sabiendas de que en su reloj de arena los pequeños cristales descendían lentamente y su amor comenzaba a vivir, pero a la vez, también, comenzaba marchitarse.

Llegó el día pactado y ambos decidieron inconscientemente que debía ser especial. Él despertó y la miró dormir, lucia tan hermosa que se acomodó a su lado y acarició sus cabellos, y tras tomarla de las mejillas la besó suavemente invitándola a despertar. Ella abrió sus ojos y lo abrazó, y ese abrazo los amarró por varios minutos sin que quisieran despegarse uno del otro.

Saltaron de la cama y decidieron ir a pasear por el parque, y pisar hojas secas, como acostumbraban a hacer esas tardecitas de otoño. Pasearon de la mano, abrazándose cada vez que una ráfaga de viento frío los sorprendía, y luego se sentaron en los columpios y jugaron a quien llegaba más alto, como dos niños que no han perdido la inocencia, muertos de risa y sin un mínimo de vergüenza.

Se sentaron a descansar bajo un árbol, y se quedaron en silencio mirándose a los ojos. Él acarició su rostro y susurró un “te amo” al oído, y ella se lo recompensó con una sonrisa, esa sonrisa que para él era la más hermosa del mundo. Comenzó a llover intensamente y en lugar de refugiarse caminaron bajo la lluvia un buen rato, dando giros como si danzaran, sin separar sus manos, hasta que ella lo abrazó y se besaron con un irrefrenable deseo de no dejarse ir más, mientras se empapaban sus cuerpos. Nada más importaba en ese momento, solo ellos y su amor.

Llegaron mojados a casa, y tras quitarse la ropa, se metieron en la cama. Ella se acomodó en el pecho de él y cerró sus ojos mientras sonreía, como señal de que ese era el lugar donde quería estar. Él no dejó de acariciarla ni un segundo, mientras ambos recordaban momentos felices que habían pasado juntos. No pudieron evitar volver a abrazarse, e hicieron el amor escuchando repetidamente la canción favorita de ambos. Era su momento, derrochaban sentimiento, como si fuese el primer día; cada mirada, cada caricia, eran como la primera.

A pesar de que el momento era casi mágico, decidieron volver a la calle, y entraron a ese bar irlandés que tanto les gustaba, y bebieron café recordando ese beso inicial, los nervios de verse por vez primera, y las cosas que les habían gustado de cada uno. Él había llegado tarde aquella vez, y al verla se había quedado mudo por la belleza de ella y esa forma tan perfecta de sonreír, que aún hoy le hacía olvidar de todos sus problemas. No podían dejar de reír, y cada tanto un beso furtivo los sorprendía. Él apoyaba su cabeza en el hombro de ella esperando una caricia.

Pero a pesar de que se dice que el tiempo es exacto, cuando los momentos son gratos los relojes caminan a mil, y ellos sin darse cuenta llevaban horas siendo felices. Sin embargo sabían que se hacía tarde, por lo que salieron de aquel bar y caminaron casi sin saber a dónde iban, y llegaron a esa pequeña plaza donde se habían enamorado. Se sentaron en un banco solitario. Era una tarde gélida. Pasaron varios minutos acurrucados. Él disfrutando del perfume de su piel, y ella susurrando palabras lindas al oído. Pero de pronto tuvieron que salir de ese hermoso letargo, apremiados por la velocidad del tiempo.

Y ahí estaban los dos, mirando sus relojes, esos que habían sincronizado hacía 5 años, que anunciaban que les quedaba un minuto de su tiempo, por lo que decidieron utilizarlo para fundirse en un abrazo, de esos que unen a ambos amantes en un solo.

Se había acabado el tiempo de amarse, pero no había pena, pues desde aquel momento sabían que su amor tenía fecha de vencimiento. Se habían preparado desde hacía tiempo para estar separados. Se sonrieron y despidieron, y ambos se fueron por caminos distintos, sin volver a verse jamas. Habían programado su desamor; habían elegido dejar de amar al mismo tiempo, quizás por el miedo que todos tenemos a sufrir por amor.

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