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Nada es sustituible cuando todo parece insuficiente

Desde que nos perdimos, mi títere emocional se volvió incontrolable, obsesivo, genuinamente infeliz. Busqué en decenas de mujeres desnudar el pudor de mis sentimientos, embriagar sus fantasmas y fragmentar mi atención, pero esas intenciones duraban tanto como mis borracheras.

Mis relaciones posteriores fueron una suerte de bandas tributo, que intentaron hacer sonar las canciones que compusimos juntos.

Posiblemente habrían sido divertidos dramas que hoy podría describir, pero el fanatismo casi dogmático que me domina, las interpretó como fusibles para el dolor, generalmente pasajeros, intercambiables, genéricos.

Me transformé así, en un discapacitado de lo simple, que utilizaba las letras como bastón y los orgasmos sin memoria como método de fuga. Su existencia y su casi tangible personalidad, se convirtieron poco a poco, en mi propio testamento, donde solo escribiendo la volvía a a ver.

Ni el insostenible paso del tiempo, ni las distancias geográficas, pueden normalizar el trastorno de un hombre cuando pierde los estribos por amor.

Por momentos dejé de nombrarla, censuré mi nostalgia y creí volver a enloquecer por alguien y poder dejarlo todo. Luego me di cuenta que no era cierto y tuve que conciliar mi sueño con Clonazepam y los domingos con terapia. Pero era inútil, no existen hospitales para las lesiones emocionales, ni segundos amores letales, en una misma vida.

Hoy, ha pasado más tiempo desde que dejamos de hablarnos, que del que estuvimos juntos, nuestros recuerdos se bloquearon junto con nuestros perfiles virtuales y trato de leer menos novelas y mirar más televisión farandulera, aunque no siempre me sale.

Me enteré que trabaja con su novio en un bar a cuatro cuadras de casa. Yo volví con mi ex, que también vive a pocos metros de ella. Nunca nos hemos cruzado, ni volvimos a llamarnos borrachos en la madrugada, pero me es imposible no voltear la mirada tras el ventanal del bar cuando espero el colectivo, e imaginar un diálogo casual, un abrazo espontáneo, o una mirada extraviada.

Su imaginario continúa siendo mi película preferida y el pretérito nuestro tiempo y lugar. Pero cuando comienza el invierno, cuando un suspiro silencioso olfatea su perfume, cuando observo a dos adolescentes desparramándose a besos sobre alguna plaza, el presente vuelve a retumbar su nombre y el insomnio a penetrar mi melancolía.

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