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Cuento del Testigo: Narcotismo de una noche sin luna

Un aburrido lunes por la noche le hizo reflexionar sobre las consecuencias de sus actos maléficos. Justificados en su accionar por la misantropía que le generó el roce con los seres sociales, se encontró por primera vez con un frasco de pastillas coloreadas como el arco iris frente a su empolvada nariz. Tomó el frasco y se dirigió al balcón. La vista de la ciudad omnipresente en su máximo esplendor fue el disparador para entregarse a una capsula desconocida, que alguien le dio y no recordaba cuando.

Consumado el sueño, sus deseos y recuerdos, crudos e inconcientes, salieron a la luz. El camino para escapar a tal situación no existía, despertarse no era una opción valida ante la magnitud del evento. La decisión fue tomada en el balcón y las consecuencias debieron ser afrontadas con la valentía de un héroe mitológico. Aquel golpe en la infancia, las hojas del primer otoño racional, la pileta en verano, navidad, los partidos con el abuelo, los abrazos de mamá, la separación, el primer gol, la pubertad, el primer beso, la primera vez, las otras, ella. Y su nombre que resonó en cada rincón de su condición humana durante años, entre tantas imágenes, se perdió en la muchedumbre de imperfecciones. Desesperado la buscó. Estaba allí, pero no se veía. La buscó y no la encontró.

Martes por la mañana, enterrado en la más profunda depresión onírica, una canción entró por la ventana en contradicción al sueño que lo aniquiló por la madrugada. La melodía levitando entre los seres abióticos de la habitación, manchó las paredes con lágrimas del pasado, que le hicieron recordar algo que no tuvo en cuenta cuando perdió el conocimiento en la almohada.

Lo único que necesitó fue un papel, un lápiz y una frase: «encontré un recuerdo que no te pertenece». La ventana abierta y la luz del sol, le regalaron un par de alas que no dudó en utilizar en ese instante, al buscar en el vacío del mundo la verdad que nunca nadie se atrevió a contarle.

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