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Noventa y siete días

«No temo a la muerte, si tú estás en ella»
Sandra Belenguer

Como todos los domingos de invierno me enamoré del cielo blanco medio grisáceo, de las hojas con mil colores y el olor a tierra húmeda. Me gustaba sentir el fresco en mi rostro, tanto como en mis heridas. Hacen muchísimos días que no me hago daño, lo vengo llevando bien. Hago ejercicio, me alimento mejor, retomé la facultad y empecé un curso de dibujo hacen dos semanas. ¿Estable, no?

El camino a la facultad se me hacía exquisito, me bajaba en el parque para caminar unas cuadras y disfrutar el paisaje. Mi vieja me decía que el curso de dibujo me había sentado bien, expresaba lo que sentía de forma más fácil. Un día vi un anuncio de trabajo, se necesitaba secretaria para una galería de arte y aunque no tenía experiencia previa, me animé a postularme.

Fue un martes… me alisté, desayuné algo y me fui. Mi ropa de entrevista siempre era anticuada pero formal, aunque esa vez mi pelo era rojo fuego, y estaba más largo por suerte, ya que la última vez que me hice daño, lo había cortado lo suficientemente corto como para que me confundan con un varón.

La secretaria me recibió y me dijo que pase a la oficina, entré, me acomodé y me sumergí en mi lado más profesional, apareció un tipo cuarentón, apenas canoso y bien arreglado. Me hizo una serie de preguntas, revisó mi historial estudiantil y me miró:

— Necesitamos una persona de confianza, que capte órdenes y entienda que somos profesionales. Esto no es venta de ropa, es una galería de arte histórico.

— Entiendo a la perfección y puedo adaptarme perfectamente al trabajo si me aceptan.

— Perfecto. Empezaría el jueves, mañana venga a la adaptación.

Me fui contenta al curso de dibujo, escuchando y cantando algo de The Cure. Poniéndome mi típico buzo ancho, ya que no me animaba a cursar en ropa formal, pero sintiéndome realizada.

Llegué al curso y vi varias caras nuevas, saludé al profesor y me senté al último, en el medio. La clase comenzó y saqué mis cosas, a mi izquierda estaba sentada Magui, una amorosa compañera que amaba los retratos, a mi me gustaba más lo abstracto. Me hizo señas que había gente nueva, miré a mi alrededor y no vi nadie fuera de lo «normal». Pero entonces, al lado de la ventana, observé un chico… Tenía tez muy blanca y ojeras, cabello ondulado negro azabache y una cicatriz desde su ceja hasta su oreja izquierdas. En cuanto cruzamos miradas, inmediatamente bajé la vista y me puse a dibujar en mi libreta.

La clase fue moderada, hablamos mucho de colores e iluminación, a diferencia… a mí me gustaban más los cromos. Guardé todo y Magui me avisó que esta vez no podía acompañarme a la parada, asique la saludé, abrí mi bolso y saqué el celular junto a los auriculares, poniéndomelos de prisa porque no toleraba empezar una caminata sola sin música.

No había casi ningún alumno en el instituto, metí mis manos en los bolsillos del buzo y me dirigí hacia la parada, donde vi al chico de la cicatriz, nunca noté que había salido pero allí estaba. Llegué y esperé mi colectivo, no tardaría en llegar, nunca tardaba más de 10 minutos.

Pasaron 22 minutos desde que esperaba el micro. Mis ganas de dormir me mataban, eran las 20 pasadas y ya estaba pensando en tomarme un taxi, sabía que al otro día, en la mañana, tenía que ir a la facultad. Sentí una mano en mi hombro y pegué un salto, era el chico de la cicatriz. Me preguntó la hora y le dije. Me había olvidado completamente que estaba allí, entonces volví a colocarme los auriculares, y vi que venía mi colectivo. Subí, pagué y me senté. Miré por la ventanilla y ya se había ido.

Esa noche dormí muy bien, no tuve pesadillas pero sentí frio en mi espalda. Al día siguiente fui a la adaptación del trabajo, la secretaria, Lili, me cayó muy bien, era amable y me enseñó toda la parte administrativa de la galería, me mostró los horarios, el cobro y todo lo demás.

Al pasar el tiempo, en el curso de dibujo, noté que Nicolás había faltado. Si, había averiguado su nombre: en su mesa, al parecer, él lo habría escrito y había hecho un dibujo al lado. Me estaba por ir a mi casa, fui a la parada del micro y sentí una mano fría en mi brazo, era él.

— Hola, perdón… mi nombre es Nicolás, voy al curso, ¿vas en micro?

— ¡Hola! si voy. Mucho gusto, soy Marlen

— ¿Puedo ir con vos?

—  Si obvio.

— Soy un poco tímido pero sos a la primera persona que saludo.

Venia el micro, Nicolás subió primero. Saqué mi red bus, pagué y me senté. Guardé todo y me di cuenta que Nicolás no estaba en ningún lado. Me quedé extrañada, pensativa… «quizá se dio cuenta que no era su colectivo y bajó, o tal vez sea demasiado tímido».

Al cabo de un tiempo con Nicolás hablábamos seguido en la parada del colectivo, pero él siempre se iba después que me subiera. Sin darme cuenta empecé a sentir un amor muy profundo por ese chico. Íbamos al parque a tirarnos pasto y mirar el cielo gris. También escuchábamos música y leíamos novelas tristes, las historias más trágicas eran las que más nos gustaban. Le mostré mis cicatrices de las muñecas, Nico me mostró las de él y miré maravillada, besando cada una de ellas en su fría piel. Nos enamoramos de una forma que creábamos un mundo aparte cada vez que estábamos juntos.

Una mañana me preparé para ir a trabajar, y como era de costumbre en el camino fui pensando en mi amor. Me frustraba un poco al pensar que él no usaba teléfono, pero lo entendía. Sabía que tenía depresión y trastornos que lo hacían muy antisocial. Ese día en el trabajo, me tocó  quedarme un poco más para organizar unos papeles.

Nos despedimos con Lili y me dirigí a la administración. Sentí a alguien atrás, era mi jefe.

— ¿Qué haces Marlen?

— Me quedé para organizar unos papeles —Sentí que me miraba muy fijo y respiraba rápido.

— Tengo que confesarte que a veces me quedo mirándote. Lo linda que sos, tus manos, ese pelo rojo.

— Emmmm… gracias señor, pee pero no creo que, sea apropia…

— Shhh, vení. Bailemos juntos.

— No, espere por favor. No me agarre. —Me agarró fuerte los brazos, y tarareaba una melodía, haciéndome bailar como si estuviéramos en un vals.

Me chocó contra una mesa y vi sus ojos tornándose como si una bestia lo hubiese poseído. Me besó duramente a la fuerza y mi corazón se aceleró a mil. Entendí que esa situación me tenía atrapada. Me agarró las muñecas, me dio vuelta quedando detrás de mí y tirándome hacia adelante en la mesa, sin preámbulo me subió la falda y comenzó a violarme. Mis lágrimas corrían, mis gritos y llantos no se escuchaban, mis sentidos se dejaron llevar por un sentimiento de agobio y desesperación. Al cabo de unos instantes, que a mí me parecieron eternos, me tiró hacia un lado con el fin de no acabarme adentro y se rió. Mi entre pierna ardía y dolía… sangraba. No podía entender lo que acababa de pasar. ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Después de la muerte de mi hermano mayor había quedado en una depresión tan profunda que intenté suicidarme dos veces. Fue un trauma que aún no empezaba a sanar… y ahora esto.

Me acomodé como pude, agarré mis cosas y salí desorientada. Caminé mareada hasta llegar al curso, ahí vi a Nico esperándome. Le conté lo que había pasado y me abrazó. Lloré de tan forma que una señora se nos acercó a ofrecer ayuda. Nico me llevó hasta su departamento ahí tomamos ambos de sus antidepresivos, y él tenía una ginebra. Yo sabía que no tenía que hacer esa mezcla, sabía que ya con haberme tomado cuatro pastillas era suficiente. Pero solo tomé un trago. Me relajé y abracé a Nico, y al cabo de un rato me dijo que tenía una idea.

Puso un disco de Erik Satie y sonaba Gnossienne 3. Y me invitó al baño, creí que nos íbamos a bañar pero abrió el botiquín y sacó una hoja de afeitar. Me pidió que nos cortáramos solo un poco, para sacar el dolor afuera y seguir. Accedí, hacia muchísimo no me cortaba, noventa y siete días para ser exacta. Tomó la hoja y se hizo un corte transversal, empezó a brotar la sangre. Tomé la hoja, e hice los mismos cortes en ambas muñecas y sonreí. Me desvanecí por un momento, mirando el foco de luz blanca con mi útero adolorido. Al despertar Nico me había vendado ambas muñecas y me había traído agua. Me beso la frente y abrazó. Pude sentir su aroma, y su cuerpo cálido estrechándome contra él. Después de levantarnos e ir a su habitación, llamé a un taxi para que me llevara a mi casa. Me despedí de Nico y esperé ahí aproximadamente veinte minutos. Llegó el vehículo, lo abracé de forma profunda y le di un beso. Nuestro primer beso. Él entró a su casa y me dirigí al taxi, el conductor arrancó antes que subiera. Lo insulté acordándome de su madre y eché a caminar, no quería volver a molestar a Nico.

Llegué a casa y mamá no estaba. Subí al baño, me bañé y me vestí para ir a dormir. Al día siguiente era sábado así que me quedé durmiéndome hasta tarde. Pero escuché abrir la puerta de mi pieza. Era mi vieja llorando, me saludó como todos los días, agarró su cartera y se fue. Quedé desconcertada ¿por qué mi madre iba a estar llorando? Era mala idea contarle lo que me había pasado. El domingo pasó tranquilo, dormí la mayor parte del día y sólo me desperté para ver los mensajes de Magui. Quien me hablaba como si me hubiese ido lejos, así que reía y volvía a bloquear el celular. El lunes fui al trabajo, tenía pensado ir, firmar los papeles de renuncia y que me pagaran los días que faltaban antes de comenzar con las denuncias pertinentes, no entendía cómo se había dado tal situación.

Antes de llegar a la puerta vi un móvil llevándose a mi jefe esposado. Quedé impactada con la escena, ya que yo no había abierto la boca. Quizás habían encontrado una pintura falsa, así que opté por ignorar todo y entré. Vi a muchos policías y algunas otras personas que parecían forenses. Vi a Lili llorar y antes de que me dirija a ella, Nico apareció detrás de mí.

— Hola preciosa, acá estás.

— Si bonito. ¿Como estas? ¿Qué haces acá?, no sé qué ha pasado pero…

— Vamos a mi casa. Tenemos que hablar.

— Emm bueno — dije confundida.

Al llegar a su casa él me abrazó, se largó a llorar y me dijo — Perdón, perdóname, perdóname por favor — Yo seguía confundida. Lo miré y le pedí que me contase qué sucedía.

— Hay cosas que no te dije Marlen. Y llego el momento de decirte.

— Si amor, ¿qué pasó?, ¿Por qué me pedís perdón?

— Hace dos años me enteré que mi mamá había fallecido y no soporté la noticia. Subí al baño y me corté con la hoja de afeitar que te di.

— Nico no pasa nada, sé que no tenes ninguna enfermedad.

— No Marlen, no es eso. No fue un intento de suicidio lo que hice.

— ¿Entonces?

— Me suicidé.

— ¿¡Qué!?

— Me encontraron en el baño con una carta y todo lo demás. — No podía creer lo que me estaba diciendo. Mi cabeza estaba aturdida, no entendía nada. Sentía una especie de adormecimiento en todo el cuerpo — pero eso no es lo peor. El viernes vos también te suicidaste en mi baño.

— ¿Qué? No Nico, no puede ser. Nico estas delirando — Entonces mi cabeza empezó a recordar y reaccionar. A Nico nadie en el curso lo veía, por eso desaparecía al subir al micro. Su piel fría. Subí al baño, vi la sangre, recordé al taxi, por eso el conductor se fue, no me vio. Ni mi mamá tampoco y por eso lloraba el sábado. Los mensajes de Magui diciendo «te extraño tanto. Te necesito». Y el adormecimiento de mi cuerpo.

— Por las cámaras de tu trabajo se enteraron lo que te hizo tu jefe. Y cuando te buscaron, llegaron hasta acá y te encontraron el sábado.

— Pero Nico…

— Perdón Marlen. Perdón. Pero hay un lado bueno…

— ¿Cuál? — dije confundida a punto de perder la razón.

— Estamos realmente juntos ahora. Vamos a dar una vuelta — Y lo seguí en silencio…

Fuimos al cementerio, y nos abrazamos en mi tumba. Recordando nuestras muertes, que terminaron también con nuestro dolor.

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