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Océano de hierro

Cuando lo conocí yo pensé que su discapacidad era física. No emocional. Cuando lo conocí, lo vi andar con bastones, sus piernas tenían un defecto claro, pero se esforzaba por caminar y no dejaba que nadie lo ayudase. Y yo pensé que esa era su discapacidad. No lo era.

Mi vida amorosa siempre fue un caos debida, en gran parte, a mi incapacidad para socializar adecuadamente con las personas. Sí, siempre fui introvertida, y quizá lo único que envidiaba en el resto de la gente, en mi madre, por ejemplo, era esa facilidad de hacerse amiga hasta del verdulero de la esquina. A mis 20 años inclusive hablar casualmente en el viaje con un taxista, me aterraba. Eso sigue hasta hoy.

Y una cosa llegó a la otra, y las personas después de mucho tiempo de soledad se cansan, la soledad después de unos años es fea, da miedo, y empezamos a buscar en los lugares donde buscamos todos los introvertidos. En internet. Entré a un chat de Mendoza, empecé a buscar alguien que no quisiera lo que quieren el 95% de los que están así, sexo. Yo en ese entonces era virgen y buscaba alguien que valiese un poco la pena, no alguien con quien pasar el rato. La charla con Joaquín iba cada vez mejor, y vi un buen indicador cuando, después de decirle que no quería sexo, me pasó su número de teléfono y me dijo que le mandara un WhatsApp cuando quisiera.

Estuve unos dos o tres días dudando de mandarle un mensaje o no, y después de tomar firme la decisión le mande un escueto «hola, soy la chica del chat, Brenda» y ahí empezó todo. Fueron unos dos meses de mensajes que cada vez iban aumentando en importancia y un día me dijo que tenía una discapacidad física, había nacido con un problema en las piernas, y por más que le habían hecho más de 10 operaciones tenía que caminar con bastones. En ese punto de lo que se podría definir como «relación» no me importó, habíamos tocado temas mucho más importantes para mí, que en ese punto saber que caminaba con bastones pasó a segundo plano. Nos pasábamos las noches en vela hablando por celular. Y un día me dijo que nos teníamos que ver, que nos teníamos que besar cara a cara. Y cuando lo vi, bien vestido, y con los bastones no me importó. Tomamos un café, pero no lo pude besar.

La relación y los besos fueron  en aumento y cada vez sentía que lo quería más, nos veíamos cada vez más seguido, yo lo pasaba a buscar con mi auto, éramos pareja. Y cuando me dijo que me amaba, yo le creí, parecía sincero. Pero de a poco con la relación empezaron los problemas. Y yo no sabía qué hacer, trataba de solucionar cosas por las que no tenía que preocuparme.

Siempre dicen que las mujeres son histéricas, dan miles de vueltas, y los hombres no, son más «simples». En la relación con Joaquín esos roles se invirtieron, y cada vez me sentía más agobiada por una relación que llevaba unos meses pero que yo me sentía como estar nadando en un océano de dulce de leche.

Bajo el pretexto de que me amaba me alejó de a poco de mis amistades. Y yo pensé que lo quería, que el amor que él me tenía era cierto, era bueno. Si no le contestaba un mensaje, empezaba a mandar como desquiciado muchos más, como si con su insistencia se fuese a contestar solo. Yo trabajaba ya en ese entonces y no podía estar usando el celular. Y cuando lo prendía, tenía 20 llamadas perdidas y 30 mensajes de WhatsApp.

El punto de quiebre fue cuando me trató de prostituta por haberme comprado una guitarra con la que él creía era plata por acostarme con un conocido músico. Yo había estado meses ahorrando de mi sueldo. Y cuando mis lágrimas caían arriba del celular mientras que leí esos mensajes que me mandaba, me juré que no soportaría más algo así.

El océano se transformó de dulce de leche a hierro. Estaba en un océano de hierro del cual me era muy difícil intentar moverme. Yo pensaba que su discapacidad era física, y no, era una discapacidad emocional, porque no sabía querer sin aprisionar, no sabía querer sin tratar de cortarme las alas a cada instante. Mi corazón no lo pudo amar, quizá como mecanismo de defensa. No pude. Lo intenté con todas mis fuerzas, engañándome que quizá estaba exagerando, que quizá lograse cambiar. Y como él no quiso. Cambie yo.

Me costó mucho salir de la relación en la que estaba, costó mucho tratar de recuperarme e intentar de a poco volver a amarme para amar a alguien más. Y después de un tiempo logré aprender que estar con Joaquín me sirvió para saber lo que no quiero en una relación, lo que no podría volver a tolerar en alguien. Meses más tarde me enteré que él estaba saliendo con una chica de Nicaragua que conocía, también por chat, y que ella lo había venido a ver.

Y después de mucho tiempo conocí a alguien que me enseñó que amar es algo bueno, el amor es confianza y sobre todo, el amor es libertad. Ya no me siento en un océano de hierro. Ahora puedo ser, finalmente, feliz.

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