/Otelo y el Pata de Lana

Otelo y el Pata de Lana

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            Banda de sonido recomendada para la lectura, si le place.


           

            Las apariencias engañan, confunden, hacen zancadillas. Son de temer las apariencias.

 

Hace muchos años, pero muchos años, en la parte de atrás de mi casa vivían unas personas, como es normal en un barrio. Eran los vecinos de atrás, valga la redundancia. Él trabajaba de sol a sol, para su familia; ella mantenía una casa pulcra, con aroma a hogar y esperaba a su esposo solícita con una cena amorosamente preparada.

Como todas las parejas tenían sus problemas. Uno de ellos era el amante de la señora de la casa -en realidad era un problema para el esposo, no para ella. Como las casas eran nuevas las medianeras que dividen las propiedades eran bajas, sorteables con un leve impulso. En mi casa no había portón en el garage, así que, por las noches, cuando estaba por arribar el marido, el tercero en discordia saltaba la parecita e impunemente salía por el garage guacho de portón, atravesando todo mi patio en la oscuridad. Más allá de la ingratitud de la señora con el marido que trabajaba todo el día, era anecdótica la situación. Sistemáticamente se escuchaban los pasos del que se fugaba amparado en las sombras. La Rosita, mi madre, se quejaba de que el clandestino le pisaba las incipientes plantas; a mi padre, el Carozo, estos hechos le importaban tres pepinos. Conjeturo que las cosas en la casa de atrás funcionaban así: la señora con el amante estaban es sus cosas, hasta que la hora señalada indicaba que era tiempo de partir. Entonces cuando el dueño de casa estaba por llegar muy tranquilo el Pata de Lana hacía mutis por el foro, usando el patio de mi casa. Una noche, siempre la noche cómplice para estas cosas, parece ser que el señor adelantó su llegada y el amante tuvo que apurar su huida. Esa vez no fue tan sigilosamente descarado. Se escuchó el golpe de la caída cuando saltó la medianera, la corrida masacrando las plantas de la Rosita, sobretodo la madreselva, y por último un golpe sólido, atroz; un quejido de dolor y un cuerpo cayendo desmayado al piso. Y ahí quedó a medio vestir.

Con lo que no contaba el Pata de Lana es con que habían puesto el portón del garage esa misma tarde, de un metal contundente, oscuro. Y en su desesperación aliada con la oscuridad no lo vio y lo adivinó en un doloroso segundo. Mi abuela Cruz, la que tenía Alzehimer, dijo que otra vez se estaban peleando los gatos mientras el Pata de Lana intentaba levantarse.

¿Cuál es la moraleja? Pueden ser varias, pero la que se me ocurre es: nunca corras en la oscuridad cuando escapas del marido de tu amante porque puede haber un obstáculo que antes no existía, por ejemplo un portón de rejas.

Hace unos días vi el portón, y vaya a saber por qué mecanismos me acordé de la anécdota.   Esa vez me había divertido el revuelo que se había armado pero hoy, lo que me llama la atención, es el hecho de la infidelidad. Todos hemos sido infieles alguna vez, de una u otra forma. El coqueteo es una manera de ser infiel, mirar otro cuerpo en la calle también lo es (pechos, espaldas, colas, etc). Se dirá que es una manera muy fundamentalista de categorizar; pero sostengo que es una forma de infidelidad aunque inofensiva. La otra, la física, la que incluye sexo, mentiras, sÍ es una traición. Un evento que acarrea, si se descubre, lágrimas, reproches, desconfianza, violencia, en síntesis toda clase de problemas aparejados.

¿Y por qué se llega a la traición? Muchas respuestas me vienen a la mente:

Por el simple gusto del peligro de mantener una relación a escondidas.

Porque nuestra pareja solo nos interesa en apariencias.

Por insatisfacción sexual.

Por cobardía y no animarse a decirle al otro que ya está cansado.

Porque la carne es débil.

Porque el ser humano es polígamo por naturaleza.

Porque, simplemente, se traiciona por gusto y placer.

Porque no se considera traición.

Estas posibilidades no abarcan todo el espectro de causas de la infidelidad, porque las razones pueden ser tan complejas y variadas como lo son las personas. Como lo puede ser la trama de una tragedia de Shakespeare.

Otelo era insoportable, Desdémona parece que lo quería, Emilia, Iago, Blanca, Roderigo y Casio fueron engranajes y el pañuelo tramposo, que desquició tanto a Otelo, fue el detonante. Otelo la ahorcó a Desdémona, desmesurado castigo creo yo -Shakespeare tenía esas cosas. En realidad Otelo tendría que haber posteado en el Facebook de la época lo que pensaba y sanseacabó. O mejor se hubiese guardado el secreto para sicopatearla, pero no, la tuvo que asfixiar. Sin razón, ya que el pañuelo de la muerte le jugó una mala pasada. Porque todo en realidad todo había sido pergeñado por Roderigo para complicar al Moro de Venecia, sabedor de su carácter volátil. Roderigo le regaló el pañuelo de Desdémona a Casio  y ahí se armó todo el puterío. Y Otelo al verlo en otras manos supuso lo peor.

En cambio el señor de atrás de mi casa, trabajador, laborioso, buen padre y marido era sistemáticamente engañado. En el corro de vecinas era sostenida la creencia de que el marido la tenía como una diosa a la señora. Flores le regalaba, cada capricho era satisfecho y la ingrata lo cuerneaba todas las noches.

Lo único que me queda claro con el tema de la infidelidad es que las apariencias engañan. Podés suponer que tenés la mejor pareja, la más leal, y resulta que te das vuelta y te cuernea. O por el contrario pensás que le tenés que poner una moneda entre las rodillas, así no abre tanto las piernas, cuando en realidad es la persona más correcta en su accionar que puedas imaginar. Todo un dilema.

Puede ser el pañuelo de la muerte de Otelo o un mensaje de texto en el celular de tu pareja. Un indicio o un signo mal interpretados pueden generar a un tonto contento en su ignorancia de cornudo o a un Otelo homicida.

Por eso las apariencias, al menos en estas circunstancias, son de temer.

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